Dice Freud en Psicología de las masas: “... el pánico presupone el relajamiento de la estructura libidinosa de la masa...”. “ El miedo del individuo puede ser provocado por la magnitud del peligro o por la ruptura de lazos afectivos (localizaciones de la libido). Este último caso es el de la angustia neurótica. Del mismo modo, se produce el pánico por la intensificación del peligro que a todos amenaza o por la ruptura de los lazos afectivos que garantizaban la cohesión de la masa, y en este último caso, la angustia colectiva presenta múltiples analogías con la angustia neurótica.” Más adelante agrega: “Sin que el peligro aumente, basta la pérdida del jefe- en cualquier sentido- para que surja el pánico.”
Partiremos de una hipótesis: la experiencia del pánico retrotrae de manera temporal e instantánea a la vivencia del cuerpo fragmentado, el organismo que aún no ha adquirido el status de cuerpo pulsional. Retomando la cita freudiana, la caída del jefe, que propongo leer como la caída del Otro, precipita la eclosión de la angustia automática, que propongo leer como pánico.
Se trata sin duda de una particular relación al Otro que se ve conmocionada a punto tal que aparece un fenómeno de características siniestras: el pánico.¿Qué es lo que el Otro anuda en nuestro cuerpo biológico para que advenga cuerpo pulsional, y que vacila cuando el Otro cae?
Siguiendo lo postulado por Lacan, la ilusión de la unidad corporal proviene del Otro. Si el Otro cae, vacila la ilusión de unidad que se sostiene para el neurótico en esa mirada del Otro, mirada que es fundante del Yo pero que no se agota en un único acto fundacional, sino que se reactualiza, p. ej., en el vínculo que se establece con cada uno de los semejantes que encarnan sucesiva o simultáneamente al Otro del neurótico.
Hablamos de neurosis; por lo tanto ese instante fugaz en que la caída del Otro precipita la crisis de angustia adquiere características siniestras en la medida en que supone, para un sujeto que ha atravesado y reprimido el Complejo de Edipo, un retorno a un momento preestructural.
Volver a experimentar el cuerpo como fragmentado no puede menos que ser siniestro: implica una regresión formal a las instancias del autoerotismo portando las marcas del atravesamiento del Edipo. No estará demás recordar una de las tantas definiciones que Freud brinda de ello: lo ominoso es el retorno involuntario a un mismo lugar.
En la caída del Otro que desencadena la presentificación de lo siniestro, el sujeto se enfrenta como si fuese la primera vez con la falta del Otro. El subrayado pretende destacar que no es la primera vez, que el sujeto ha conocido antaño esa falta y allí se ha alojado, con la suya propia, recubriendo esa carencia. Cuando alguna contingencia deja al descubierto la insolvencia del sujeto para obturar esa falta ( qué otra cosa es, sino, lo que denominamos la caída del Otro), el Otro aparece fallado como por primera vez. Esa falla que debió permanecer oculta y que de pronto se exhibe es condición de la angustia, como lo es también el hecho de que el sujeto no debe estar alerta, lo cual explica la irrupción súbita y masiva de la angustia.
Se trata de un fenómeno clínico en el que la dimensión temporal adquiere máxima relevancia por sorprender al sujeto en completa inermidad, no permitiendo la tramitación de lo traumático y la constitución de un síntoma. Falla el mecanismo de simbolización que derivaría la angustia al cuerpo en un síntoma conversivo. De esta súbita irrupción se ha hablado varias veces en términos de un desborde en el polo sensorial, ubicando la cuestión en el esquema óptico. La necesidad de objetivar la angustia lleva con frecuencia- en una oportunidad posterior- a la constitución de un síntoma; en un gran número de casos una fobia social: el miedo al pánico, el horror de que la crisis se reitere en público, etc. Hasta la irrupción de la primera crisis ha habido un cuerpo, cuerpo pulsional que hacía a veces síntomas, un cuerpo que no pasaba a primer plano más que ocasionalmente por la vía del dolor o de la alteración funcional. En la crisis ese cuerpo familiar (heimisch) se torna desconocido (unheimlich); aparece en su dimensión de organismo; no hay síntomas sino signos clínicos: un corazón que se desboca, una respiración que ha dejado de ser refleja y precisa de esfuerzos, inestabilidad y mareos que denuncian la ruptura de la relación habitual entre el cuerpo y el espacio.
Se trata de una eclosión neurovegetativa en la que el cuerpo se revela en su dimensión de organismo compuesto por sistemas y aparatos que “enloquecen” como si quisieran todos a la vez ocupar el primer plano. Signos clínicos que van acompañados ineludiblemente del pánico (temor a morir o a enloquecer), y que no se explica más que por el extrañamiento del propio cuerpo.
La psiquiatría subraya la ausencia de todo lazo entre la primera crisis de angustia y episodios de carácter traumático reconocidos por el sujeto, insistencia que apunta a justificar el origen biológico de los ataques de pánico. Precisamente allí, en el desconocimiento por parte del sujeto de lo traumático del desencadenante, es donde radica la eficacia de este desmantelamiento súbito y temporal del cuerpo pulsional, lo cual no significa en modo alguno que tales lazos no existan.
Freud señala en la Conferencia XXXII: “Cuanto más reducido puede ser el desarrollo de angustia a una mera señal, tanto más emplea el Yo las reacciones de defensa que llegan a la ligazón psíquica de lo reprimido.” De donde puede colegirse que no se trata de que no haya “algo” a ser ligado, sino más bien que en ciertas circunstancias el mecanismo de la angustia señal falla.
Hablamos, entonces, de angustia automática, que en las palabras de Lacan “... es el sentimiento que surge de esa sospecha que nos embarga de que nos reducimos a nuestro cuerpo.”
Observemos que referir la reexperimentación del cuerpo como fragmentado al momento evolutivo de la constitución del Yo, nos ha permitido explicar la vacilación de la unidad corporal como una consecuencia de la vacilación de la subjetividad. Debemos aún, sin embargo, hacer hincapié en otra cita freudiana, en la cual la angustia automática aparece referida a la represión primordial, para interrogarnos por esta relación y continuar por esta vía el presente desarrollo. Cito a Freud: “...sólo las represiones secundarias muestran el mecanismo...en el que la angustia es despertada como señal de una situación de peligro anterior; las represiones primarias y más tempranas nacen directamente de instantes traumáticos en el choque del Yo con una exigencia libidinosa de primera magnitud y producen su angustia de por sí, aunque conforme al prototipo del nacimiento:”
Siguiendo el planteo de El Yo y el Ello, la represión primaria representa la consolidación de la instancia superyoica por identificación (aún teniendo en cuenta que en el Capítulo III Freud no termina de decidir si dicha identificación es una consecuencia del abandono del objeto o si- por el contrario- la identificación es condición previa al abandono del mismo).
Queda entonces por aclarar a qué se refiere Freud cuando define los “instantes traumáticos” que dan origen a la represión primordial como choques del Yo con una exigencia libidinal de primera magnitud. Si tales “choques” son los resortes de la represión primordial, entonces las exigencias libidinales mencionadas no pueden ser otra cosa que la perentoriedad de la pulsión dirigida sobre los objetos edípicos, puesto que los circuitos pulsionales son impensables sin la presencia del Otro.
Retomando una vez más la lectura que propone que la caída del Otro es la revelación de la insolvencia del sujeto para obturar la falta del Otro, y planteada también a la luz de la Conferencia XXXII, la relación entre angustia automática y represión primordial, el corolario obligado es una nueva pregunta: ¿qué relación guardan el choque del Yo con una exigencia pulsional y la caída del Otro?. Dado que- como apunta a poner en claro el presente desarrollo- ambos son propuestos por Freud, en distintos lugares de su obra, como condiciones de eclosión de la angustia automática.
Para el Yo la exigencia libidinal reactualiza ese punto sin retorno en el que el Otro del Edipo ha quedado inscripto como parte de sí (identificación), a la vez que él, el Yo, ha encontrado un punto de enclave en el Otro. Si el Otro cae, ese punto de enclave que de ordinario pasa inadvertido en el silencio del fantasma neurótico, se revela en tanto des-enclave, como deriva que hace vacilar la subjetividad. Vacilación que puede tomar el camino del acting-out, vía proyección, o el de la regresión, que conduce a la vacilación de la unidad corporal.