Mi lectura toma algunos de los temas abordados por estos dos autores y deja por fuera otros. Una lectura que apunta a tomar sus preguntas y dar cuentas de otras, las mías, de aquellas pocas para las que se me ha ocurrido alguna respuesta pero también de otras para las que no la tengo. Preguntas que a lo mejor, irán más allá de lo que ellos escribieron y hasta más allá del psicoanálisis con niños.
Como analistas intervenimos desde donde nos posicionamos en la vida, posición también desde la que teorizamos pero, fundamentalmente, desde donde nos preguntamos. Hoy puedo reconocerme preguntando, como seguramente se han preguntado otros, por ¿qué es un niño, qué quiere, por qué juega o no, por qué juega un adulto, qué relación entre juego y psicoanálisis, cuál será el alcance y límite de ésta clínica, hay fin de análisis con niños, qué diferencia entre un psicoanálisis con niños o uno con adultos…? Me pongo a escribir con la intención de tomar algunas de estas preguntas como guía.
Pareciera, a priori, que establecer diferencia entre un psicoanálisis con niños o uno con adultos nos entorpece y que solo se trata de que quien consulta, niño o adulto pueda entrar a la categoría de sujeto.
Si como dice Lacan en el Problemas cruciales para el psicoanálisis (Clase 8 - de febrero de 1965), la función del deseo del analista estaría en el corte, que el analista es aquél que sabe cortar (tailleur), "...todo está en la eficacia del buen corte, pero también en considerar el modo en que es hecho ese corte. ..permite a la vestimenta volverla de otro modo".Si como en La lógica del Fantasma, dice "...el sujeto comienza con el corte", hablar de sujeto es hablar de una instancia de división, del efecto de ese corte, efecto metafórico que divide al sujeto entre el S1 y el S2 entre saber y verdad. De todo esto podríamos decir que la eficacia de las intervenciones del analista estará dada, fundamentalmente, por el modo y la posición desde la cual este opere sin importar la diferencia entre un paciente niño o adulto, si entra dentro de esa categoría, la de sujeto, que antes mencionaba.
Pero entonces, y voy a tomar aquí el primer renglón del texto de Laurent: “¿Qué cambia entre el niño y el adulto?”
En los casos clínicos presentados en diferentes seminarios y ateneos, es común escuchar lo que podría ser una primera diferencia entre un análisis con niños o uno con adultos y es en relación al hecho que, en general, no es el niño el que consulta por un síntoma sino otros. La angustia es de los padres, pero el trabajo con el niño se realiza en otra escena. Hay un pedido, un motivo de consulta de los padres para el que una demanda se deberá constituir en análisis con el niño.
En estos términos, y hasta ahora, salvo por el hecho que hay otro que pide y es con el niño que se debe instaurar la demanda en transferencia; podríamos estar hablando de una diferencia meramente cronológica y, seguramente, así lo es en términos de “niño” / “adulto”. Pero si cambiamos la pregunta por ¿Qué cambia entre el Enfant y la Grande Personne? Encontraremos, siguiendo a Lacan, que son de otro tipo las respuestas que podríamos arriesgar.
Voy a detenerme un instante y hasta donde mi formación y experiencia lo permitan, en el concepto Lacaniano de Grande Personne del que también se ocupa rápidamente Laurent.
Lacan da indicadores de lo que será un fin de análisis de una persona mayor, aquellos que lo llevará a convertirse en grande personne, y son tres: El pase del discurso del analizante al discurso del analista, la Identificación al síntoma (estar advertido respecto de su síntoma, saber hacer con él y dejarse enseñar por él) y por último el atravesamiento del Fantasma.
Tomemos este último indicador, el Atravesamiento del Fantasma, el Atravesamiento de ese Fantasma que nos permite lidiar con lo real.
Es en el transcurso de un análisis que se produce el atravesamiento del Fantasma. No tenemos, después de ese momento, que se terminó la repetición, ni que se terminó el goce, pero sí, como lo dice Laurent citando a Lacan, lo que convierte al infant en grande personne. La ética que cada uno hace de su goce, es esto lo que separa uno de otro.
Ahora bien, la dirección de la cura en la clínica con niños, no se limitaría a otorgarle al paciente una “versión del falo”, sino que apuntaría a la obtención de una “versión del objeto a”, para que se produzca una separación del objeto, y que no sea el cuerpo del niño condensador del goce materno. Dice Laurent “En la enseñanza de Lacan el estatuto del niño se desplaza del falo al objeto a y esto implica una basculación de la teoría que afecta también al fin de análisis con los niños”.
Allí donde el proceso de construcción del Fantasma del infantil sujeto, que le permite responder a la pregunta sobre el goce de la madre, se ve en peligro o está fracasando, estarían dirigidas las intervenciones del analista. Para asegurarse que el niño no responda al objeto a, es necesario hacer algo más que apostar por el padre; se trata entonces que el niño localice este goce en una construcción fantasmática. Un Fantasma regulador del goce; un Fantasma como posibilidad de dar una respuesta al “Che vuoi?”, dar respuesta a esta pregunta acerca de qué quiere el Otro es condición indispensable para contestarse el sujeto que es lo que quiere, cual es su deseo.
Si, como señalábamos antes, uno de los indicadores del fin de análisis en un adulto es el atravesamiento del Fantasma dando lugar a la separación del Otro. Atravesamiento este en el que el sujeto se va a ir historizando, tomando una posición fantasmática desde donde bordear las marcas que le vienen del campo del Otro y que definen su estructura. Entonces, a decir de Laurent, es en la construcción de ese Fantasma donde deberían estar cargadas las tintas durante el análisis con un niño y será a las dificultades que presente esta construcción que irán direccionadas las intervenciones. Reparadas las dificultades en la constitución de ese Fantasma podría estar lograda, desde Laurent, el fin del análisis de un niño. Fantasma que comenzará a atravesar en un futuro análisis de adulto si es que lo hay.
Hasta aquí traté, basándome en el artículo de Laurent , de seguir el recorrido respecto de la construcción fantasmática, sus dificultades en el infantil sujeto, los avatares de esta clínica y adonde apuntaría la intervención del analista que dirige la cura pensando en la posibilidad de llegar a un fin de análisis con niños.
Algo más se me plantea después de la lectura del trabajo de Laurent y que no necesariamente implica, directamente, al análisis con niños. Pensaba en todas aquellos sujetos para los que la construcción fantasmática presentó dificultades en ese periodo, no hubo análisis con ese niño y nos encontramos ya con el sujeto adulto en el consultorio...Pensaba entonces en estas fallas como posibilidad de causa de los fracasos del Fantasma de sujeto adulto, si estas “fallas” en la construcción harían que el sujeto pierda en determinado momento disponibilidad de su Fantasma, que se raje la tela del cuadro que vela lo Real, que el sujeto se desvíe de su deseo por no poder situar el deseo del Otro. Que no tenga, aunque sea momentáneamente, disponibilidad de su Fantasma. Las patologías de borde, crisis de angustia, ataques de pánico o como queramos llamarlas y por tomar alguna, son, a mi modo de ver, un claro ejemplo de lo que estoy describiendo. Trato de pensar estos fracasos fantasmáticos de los que hablo, como productos de las fallas en la construcción durante la niñez, fracasos que podrían presentar tranquilamente también durante el análisis del eventual sujeto adulto, en el transcurso de su recorrido analítico. Es aquí donde creo que podríamos enfrentarnos a algo “fuera del programa” en ese recorrido, momentáneas crisis fantasmáticas. Lo que estoy tratando de pensar y de trasmitir como opinión, para concluir sobre esta idea, es que aquel trabajo que no hizo el sujeto durante su niñez en relación a fallas de la construcción del Fantasma, nos aparecerá necesariamente durante su análisis como adulto y a las que el analisante deberá echarle mano de alguna manera y en algún momento de su recorrido.
Voy a meterme ahora con otra concepción de lo que podría ser un fin de análisis con niños, la de Eric Porge.
En “La transferencia a la cantonade” Porge escribe: "La novela familiar es una manera de restablecer el pedestal de donde los padres han caído. EI analista es llevado a cubrir la misma función, a restablecer una transferencia puesta a prueba y es lo que hace en el mejor de los casos. Esto marca el limite del papel del analista en el análisis del niño y permite abordar la cuestión del fin del análisis de niños". Mas adelante señala: "La transferencia del niño solo es analizada en tanto recoloca al niño en un cuadro edípico; el trabajo del analista es su contribución social al edipismo".
Porge dice que, cuando quien está a cargo de hacer pasar socialmente el mensaje familiar ya no asume esta función de "sujeto de supuesto saber hacer pasar", tampoco puede escuchar al niño. No puede sostener la escucha porque rechaza la transferencia, confundiendo el enunciado del mensaje que a él se le dirige con el lugar tercero al cual está destinado. Esta confusión lleva al adulto a una respuesta mentirosa, confusión que deriva de esa pérdida de distancia que hace que ya no pueda sostener transferencialmente al niño, porque no se trata simplemente de que encarne el saber, sino de que pueda hacerlo circular.
El síntoma del niño se transforma para ellos en un saber supuesto que el niño ocultaría y que, en algunas ocasiones, desencadena en los padres un pedido hacia el analista respecto de algo que él debería descubrir. Doble lugar para el analista, para quien la transferencia se jugará tanto con los padres como con el niño. Es por eso que las intervenciones sobre la ubicación de los padres frente a la neurosis del niño son tan importantes como el trabajo con el niño mismo.
La presencia del niño en un análisis plantearía cierta diferencia respecto de la de un adulto. Según Erik Porge la transferencia en el niño es "a la cantonade". Esta expresión fue utilizada por Lacan en el Seminario 11 para designar el peculiar modo de dirigirse del niño. En total desacuerdo con Piaget respecto de que el niño tendría un discurso egocéntrico, Lacan dice que el niño tiene un modo de hablar singular. Utiliza ese término ("a la cantonade") extraído del lenguaje teatral para dar cuenta de un modo del niño de dirigirse a un personaje que no está en escena, pero que sin embargo necesita de otros que estén allí junto a él compartiendo esa escena.
El niño por estructura y para avanzar en su estructuración, necesita de los adultos y muchas veces estos trastabillan en sus funciones, por ese motivo en el análisis, el niño le hablará a sus padres a través de su analista y este será el nuevo receptor de lo que los padres recibieron con anterioridad pero no decodificaron, porque a ellos le concierne y prefieren no saberlo.
Lacan dice que el niño no le habla a nadie en particular, habla en alta voz dirigiéndose a "un buen entendedor". Si los padres abandonan este lugar se interrumpe la transferencia y el mensaje deja de ser escuchado al ser percibido como si fuera dirigido contra ellos. Eso es lo que desencadena la neurosis infantil en tanto aquella neurosis de transferencia con ese otro adulto está interrumpida. Cuando el niño deja de ser oído, dice Porge, la neurosis infantil es la manera que el niño encuentra de subir a escena y poder seguir hablando entre bastidores.
Entonces, este modo peculiar en que el niño se presenta, marca una clara diferencia respecto al modo en que lo hace un analizante adulto. Recordemos que en el adulto la neurosis de transferencia es efecto del dispositivo analítico, es decir, una enfermedad artificial que remplaza a la neurosis ordinaria y sobre la cual va a operar la cura.
Desde esta perspectiva la transferencia no sólo opera como resistencia y obstáculo, sino que también como motor del análisis. En el análisis con niños, por el contrario, el analista debe hacerse presente lo menos posible ya que la transferencia se establece en forma paralela a la transferencia sobre los padres, transferencia desfalleciente que lo convoca a ocupar sin embargo "una presencia". Un lugar que surge como consecuencia de una estructura que tambalea, pero del cual deberá retirarse a tiempo para que vuelva a ser ocupado nuevamente por ellos. El niño le demanda a un analista que sea simplemente "un buen entendedor" para que, como dice Michel Silvestre, pueda hacer tranquilo su neurosis. Para poder hacerse presente en escena hablando entre bambalinas, es decir, poder jugar una "presencia a la cantonade”. Este corrimiento a tiempo del analista, la restitución de ese lugar a los padres es lo que podríamos definir, desde Porge, como el fin de análisis con un niño.
Puede que quien lea o escuche este trabajo podrá estar de acuerdo o no con alguna de estas dos posiciones y preguntarse como lo hicimos varios, cual adoptar. Si la de Laurent o la de Porge cual es definición de un fin de análisis con niños. Es muy probable que lleguen a la misma conclusión a la que hemos arribado luego algunos. La concepción de fin de análisis con niños de Laurent refiere a la construcción fantasmática y sus dificultades. Lo que hace Porge, en cambio, es señalar desde que posición intervenir para lograr un fin de análisis con niños. En este sentido es que yo, en lo personal, no solo no las pienso como excluyentes sino que también creo que son complementarias.