El futbolista Alexis Sabella, surgido en las inferiores de San Lorenzo y actualmente a préstamo en Platense, sorprendió semanas atrás cuando eliminó todas las publicaciones de su Instagram y posteó una foto en blanco y negro con una leyenda que rezaba: “Me duele mucho no tener ganas”. Esto preocupó a sus compañeros del club y a los hinchas en general, que pidieron acompañamiento para el joven mediocampista. El entrenador del “Calamar”, Martín Palermo, se quebró en plena conferencia de prensa al hablar de esta situación: “Si puedo ayudarlo como un padre, voy a hacerlo”, dijo al intentar disimular sus lágrimas.
A propósito de temas de salud mental, yo me he dedicado especialmente a temas de consumos problemáticos o algunas poblaciones más estigmatizadas. Con el tema del fútbol, se cruzan intereses y también interrogantes. Hay como una suerte de mandato social que indica que un jugador de fútbol de primera no padece problemas. Existe una construcción vinculada a que los jugadores son millonarios y en la cancha no lo dan todo. El de Alexis Sabella no es un caso aislado. Lo novedoso de este caso es que las señales aparecieron en redes sociales: él de pronto borró todas sus fotos, posteó una imagen en blanco y negro, y de alguna manera dejó trascender la idea de que la vida no tenía sentido.
Cuando uno va viendo todo este tipo de señales, hay que considerar que este tema no es algo que sucede fuera del club. Cuando sucedió el caso de Santiago “El Morro” García, el club Godoy Cruz colgó sus condolencias y lo primero que hizo fue dejar en claro que esa decisión drástica que había tomado el jugador al quitarse la vida tuvo que ver con problemas personales que no tenían nada que ver con la institución. Uno comprende tal vez la explicación lineal que un club pueda suponer que si un jugador de fútbol se suicida, pueda tener que ver con problemas personales, pero no es cierto que esto sea ajeno a la institución.
Hay alguna especie de construcción social asociada a que un futbolista es exitoso y no puede padecer problemas: Su sufrimiento es vergonzante y si tiene algún conflicto, lo mejor es no escucharlo. El caso del español Andrés Iniesta, el año pasado, es el de un jugador que ha sido exitoso y en el saber popular uno podría decir: 'bueno, ¿qué más necesita?'. Sin embargo, cayó en una profunda depresión y hasta llegó a expresar que había perdido las ganas de vivir.
Lo que sucede es que los clubes no tienen incorporada la idea de que los problemas personales no están separados de la trayectoria profesional de una persona. Es decir, no hay modo de separar el trabajo, de cómo uno padece o qué es lo que a uno le preocupa. Los grandes clubes, los que pueden tener presupuesto, suelen tener áreas vinculadas a la psicología aplicada al deporte. No digo que sea el caso de Platense, pero hay muchos otros clubes con menor infraestructura que no están preparados como lugares para escuchar a un pibe de 21 años, sobre todo a estas edades, cuando todavía tiene en construcción lo identitario.
En el fútbol, y sobre todo en nuestro fútbol, es muy fuerte la diferencia de un pibe que viene con contención social o escolarizado, con determinadas condiciones socioeconómicas que permiten ir acolchonado un poco más ese proceso que a veces implica cambiar de escuela, cambiar de turno, o ir a una escuela con menor exigencia, o dividirse el grupo de pares. En ocasiones, como se trata de pibes que vienen del interior del país a abandonar sus lugares con todo lo que eso supone. Evidentemente hay una ausencia de esos espacios.
Hace poco se cumplieron veintitres de años del suicidio de Mirko Saric y Oscar Ruggeri era el DT de ese momento cuando este chico se suicida. Y él siempre recuerda cuando le golpeó la puerta de su habitación para contarte que no le encontraba sentido a la vida. En su relato, Ruggeri siempre remarca con sorpresa: ‘¿y me lo dijo a mí? Por un lado es entendible su pregunta por creer que no estaba preparado para atender eso. Pero por otro lado la pregunta es: ¿por qué no? Cuando uno es director técnico encarna perfectamente roles paternales, ordenadores, de división de tareas, de autoridad, entonces, ¿por qué para un jugador joven no sería lo más propicio conversar con un director técnico, sobre todo con una formulación tan fuerte como esa?
Creo que hay una cuestión generacional, sin duda, en cómo los técnicos y los dirigentes abordaban estos temas años atrás y en cómo se manejan ahora. Es cierto que ahora hablamos con el diario del lunes. Pero en el 2000 Ruggeri no dimensionó la gravedad de lo que ocurría con Mirko Saric en San Lorenzo. En 2014 Rodolfo D’Onofrio sobre Ezequiel Cirigliano dijo: "si no es profesional, terminará siendo jardinero del club". Y hace poco, “Pipo” Gorosito también habló de Brian Fernández en Colón bajo esa misma línea: “Yo no soy psicólogo, le debo dar prioridad al grupo”, había dicho. Todo esto se contrasta con el caso de Alexis en Platense, donde un técnico joven como Martín Palermo se sensibilizó en plena conferencia al hablar de la situación del futbolista y hasta sostuvo que “si tenía que cuidarlo como un padre, iba a hacerlo”.
En estos cambios radicales entre una generación de técnicos y presidentes, sobre otra más joven, considero que hay un aporte de los feminismos que desde hace tiempo viene a empezar a cuestionar un poco esta idea de: ‘el varón si es futbolista es exitoso, tiene dinero y nada le puede pasar’. Para ponerlo en contexto, la hinchada de River para insultar a Boca toma la idea de que: ‘le pegan a los guachos y a las mujeres’. Quiero decir, es novedoso para una hinchada la incorporación para el insulto de algo que tiene que ver con la violencia de género.
Es un tema sobre el cual las instituciones, en cierta medida, todavía muestran una resistencia para incorporar que los problemas personales de los futbolistas también son de la institución. Los problemas personas no se pueden separar de la trayectoria profesional, porque al fin y al cabo hablamos del mismo sujeto.
Los clubes tienen una responsabilidad, que no es lo mismo que culpa, pero tienen una responsabilidad. Y esa responsabilidad es aún más grande en aquellas instituciones ricas, que manejan muchos más recursos que las instituciones más pobres en el fútbol. Hay que tener en cuenta que los clubes grandes, además, son la pantalla que miran las infancias y las adolescentes con toda una avidez. En ocasiones, hay episodios que pueden culminar con dejar de estar conectados con la vida y no siempre eso se puede prevenir. Pero yo creo realmente que el fútbol tiene una deuda pendiente con la “humanización” de las carreras profesionales, especialmente en los clubes de primera línea.
Hay momentos de la vida en que la alteración de la estabilidad puede tornar que la persona sea más vulnerable o quede más expuesta a una situación de sufrimiento. En todo esto depende mucho el desarrollo de una persona, la familia, el contexto económico, la carrera y la vida que lleva, y la contención.
A veces pueden ser procesos silenciosos pero es muy difícil que sean mudos. En general, en la mayoría de los casos, suele haber manifestaciones. Pueden ser de índoles diversos, desde una persona que pasa a estar en una problemática hasta alguien que comienza a tomar distancia de su grupo. El modelo que le pasó a Ruggeri con Saric, entre comillas, parece el más deseable, porque es el de un chico que tiene un problema y decide ir a contárselo a un adulto. Cuando el proceso es absolutamente silencioso es mucho más difícil detectar algún tipo de sintomatología. Pero generalmente, alguna señal siempre encontramos.
En términos de la ayuda, lo ideal es la inclusión y el acompañamiento en sus diferentes formatos, desde pares o grupo de pertenencia, hasta familiares y personal profesional. Tenemos una ley que admite la intervención compulsiva, pero bueno, son situaciones que tienen que revestir un conjunto de características, es decir, que no hay modo de sostenerlo en un ambulatorio. Tenemos una ley por la cual el riesgo para sí o para terceros, es la única razón que hace que un equipo de salud mental pueda recomendar una internación compulsiva. Ese sería el caso más extremo: privar a una persona de su libertad para cuidarla. Luego, desde otro punto más leve, empieza la enorme variabilidad de intervenciones que puede ser desde introducirlo en la conversación familiar, mantener un acompañamiento, hasta consultas en espacios de salud mental, que si no son involuntarios tienen que contar con un mínimo consentimiento de la persona para poder acercarse.
Uno tampoco puede pedirle a todos los clubes que hagan un servicio de salud mental, habría que pensar ahí si se piensa más en desde AFA, si hay algún tipo de departamento de salud mental de uso múltiple para todos los clubes, o por los menos para los que no tengan el recurso para montar como un espacio de una dupla de profesionales para escuchar a sus equipos.
Ante el caso de que un jugador acepta encarar algún tratamiento, se debe tener cuidado de la privacidad de los datos personales y confidencialidad en la salud mental. Los clubes tienen la responsabilidad de cuidar la información del jugador para su tratamiento terapéutico. Y eso debería estar por fuera de la voracidad de lo mediático. Y cuando digo problemas de salud mental, no es la asociación tipo de la interacción psiquiátrica, es lo que puede ameritar un tratamiento en los servicios de salud mental que en general, puede ser vivido como vergonzante, o como sentir que uno está manchado para siempre, o creer que por eso pueda bajar su rendimiento. Hay una falta de sensibilización social en la problemática de salud mental y esto puede ser estigmatizante para los jugadores. Todo eso pese a que los procesos de depresión, de angustia, de tristeza, son comunes en los seres humanos.
Hay una enorme deuda pendiente por parte de los gobiernos para endurecer las regulaciones vinculadas a la relación entre drogas y deportes. Y cuando digo drogas y deportes, digo alcohol y deportes. No me parece que sea razonable demonizar el consumo de sustancias ilícitas, más allá que es relevante e impacta fuerte en un grupo familiar. Pero hay un problema serio que Argentina tiene con el alcohol. El consumo de psicofármacos sin prescripción médica y el consumo excesivo de alcohol, sobre todo en menores, son dos grandes problemas en nuestro país. Que los pibitos de barrios pobres arranquen a jugar al fútbol y sus primeras camisetitas digan ‘Tafirol’ o ‘ Termidor’, claramente es algo que habría que modificar. Por eso es necesario que haya un Estado que regule un mercado que se enriquece en pos de mostrar una idea que no es cierta. Con eso no se soluciona el problema pero comienza a combatirse.
Andrea Vázquez es Doctora en Psicología y profesora adjunta de la cátedra de salud pública y salud mental II de la Facultad de Psicología de la UBA.