En este último tiempo no deja de sorprendernos el chat GPT, un chat con inteligencia artificial capaz de responder preguntas, redactar reseñas, traducir y dar información en una aparente conversación en tiempo real, usando la lengua humana. Como en su momento ocurrió con la clonación, despertando una serie de hitos de debates bioéticos aún en disputa, esta nueva clonación de aquello más preciado de lo que nos define como humanos, no sólo seres del lenguaje sino conscientes de su uso y de su intelección, parece acceder al último bastión del misterio de lo humano e instrumentalizarlo por obra de la Big Data.
La digitalización informática que nombramos inteligencia artificial corresponde a un estamento de la inteligencia humana que solemos asociar con la inteligencia lógica, por eso funciona con esa modalidad por escalones o “Deep learning”, como una combinación factorial o una serie de encriptados que van produciendo y emulando un cierto reconocimiento de las estructuras cognitivas humanas. Es con lo que también nos topamos cuando queremos realizar un determinado trámite informático y el programa nos consulta sobre una serie de imágenes que debemos seleccionar como “semáforos”, “puentes”, “autos” o “cruces peatonales”, por nombrar alguna de ellas. Pero aun aquí, en este nivel que propone una cierta complejidad selectiva del sistema informático, esa experiencia permanece aún a nivel de lo conductual y no de la lógica del discurso.
Nosotros los humanos también estamos provistos de una inteligencia artificial, la lengua que nos habla y nos hace hablar, por aquella que somos interpelados y también hablantes. No va de suyo la lengua en el humano, se produce.
En los ámbitos del desarrollo informático, se propone que la conciencia del sistema es una inteligencia lógica. Esto supone ya una paradoja: nuestro sistema neurológico, el sistema nervioso central, el modo en que la información sináptica y los estímulos neurolinguísticos son transportados, funciona por una red simultánea, y eso es imposible de reproducir, precisamente por su carácter de imprevisibilidad, ya que no funciona por una vía de resolución “in extenso” de las variables en juego, sino por saltos cualitativos --el aspecto más complejo de la conciencia--. Una relación ligada a la tensión del sistema psíquico por un lado, a la intensidad del estímulo externo por el otro, y finalmente a un estado del instante en que se produce el fenómeno en cuestión, de índole indeterminada. Resuelve por saltos y síntesis, no por extensión.
No está ligado a ningún procedimiento que no sea el de un estado entre otros, secuenciales e interválicos, pero en una sucesión que hace a cada uno de ellos independientes entre sí, es decir únicos --hasta que la serie se detenga en alguno de ellos y lo determine, como en el ejemplo de una secuencia fotográfica--, marcados por la diferencia intrínseca. Aparentemente parecidos, pero no sólo independientes sino intrínsecamente irrepetibles. Esta serie de procedimientos simultáneos de energía fluyente al que llamamos inconsciente razona en otra parte y no en una base de datos.
Por eso la definición lacaniana de repetición es aquella que sugiere que la repetición es repetición de la diferencia.
Cibernética
Sin embargo, ¿qué propone la revolucionaria y perfeccionada a cada paso inteligencia artificial? Su formulación por escalones de aprendizaje, emulando el modo de funcionamiento del cerebro humano, asegurando aprendizaje de patrones y consignas, no deja de sorprender y postularse como verdadero conocimiento que parece redimir la ficción brillante de Asimov en “Soy Robot”. Claro que allí se requería de un uno, un único y diferente que porta en sí mismo un soplo de divinidad intrínseca al alma humana, una auténtica mixtura. Del mismo modo sucede con Blade Runner, sobre novela de Philip Dick -“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. UN/UNA “replicante” de los que el protagonista terminará incluso por enamorarse. Por supuesto que esa ya no es una simple replicación sino una creación. Es lo que Lacan ubica en la secuencia del “Discurso de Baltimore” como uno del rasgo unario.
“Les sugiero que consideren la unidad desde otra perspectiva. No la unidad unificadora, sino la unidad contable uno, dos, tres… la fórmula “n más1” (n+1)... con la primera marca tenemos el status de la cosa”.
En los términos de la cibernética, la primera consideración es que la inteligencia artificial de los sistemas informáticos, propuesta por la tecnología digital --entre otras, porque los intentos de conmutación de información ya son lejanos y anteriores a la digitalización--, se mantiene todavía en los términos de los programas de conducta y adaptabilidad, y que incluso cuando introduce el perfeccionamiento del aprendizaje del sistema por la vía de la variabilidad del sistema circundante con el que sin dudas interactúa, nos encontramos en un nivel que se parece al de la inteligencia lógica y pedagógica --la máquina es capaz de aprender--, aunque de un modo siempre automático.
Con respecto a los sistemas de procesamiento de la información informáticos, ¿estaremos más interconectados de lo que pensamos? El Deep learning es un dispositivo lógico que hace que estas redes se generen automáticamente enviando ejemplos y opciones para que este sistema pueda aprender por sí mismo. A diferencia de ésta, aquí es donde la experiencia humana propone una lógica de la negatividad, por lo que falta y tropieza en la estructura. El texto fundacional freudiano “Proyecto de una psicología para neurólogos”, propone ese salto que se ubica más bien en el plano de los intervalos y la “pérdida” de información, entre lo inconsciente inasimilable a la conciencia y el sistema percepción - conciencia.
Espacialidad
En el sistema informático globalizado, este tipo de dispositivos están conectados a internet y constituyen los algoritmos de búsqueda y selección que se replican de un modo exponencial, promoviendo de este modo una progresiva acumulación de información a partir de la experiencia extensa de interconexión. Este “aprender por su cuenta” --y ofrecida al usuario de manera personalizada--, parecería rebatir la idea de que una determinada máquina, un determinado automático constituye un sistema cerrado. Pero como vemos, no hemos resuelto hasta aquí la extraordinaria complejidad que propone la psiquis humana respecto de lo que entendemos por espacialidad. La extensión de información no resuelve la cualidad de información, referida a la potencia de lo humano de pensarse a sí misma, es decir de producir un eco de su propia tensión psíquica, un efecto psíquico de distanciamiento y división, que bien podemos nombrar conciencia y en otro orden también disociación de la personalidad psíquica. Esa conciencia no es sólo conciencia de sí, es a su vez modulación de la cualidad en situación, y allí no tallan ni los aprendizajes ni las premisas, sino que se definen por su condición de imprevisibilidad, salto, atajo y síntesis. Se trata de la pulsión humana y su característica de “tendencia a”, sin resolución previa ni exhaustiva.
Para que un sistema de inteligencia artificial informático pueda considerarse abierto no alcanza con su capacidad para interconectarse a velocidades vertiginosas con la “totalidad” del sistema, sino con un carácter de imprevisibilidad que por el momento no puede replicarse en ningún programa artificial, salvo por lo que nos concierne por nombrarnos humanos en relación con la lengua como lugar de referencia al código. Por otra parte, código no sólo de indescriptible flexibilidad, sino también ligado a un misterio propio de la división psíquica que hemos mencionado, por la cual no hay programación para con esta. Nuestro código, como lugar de referencia, es no todo y está en movimiento impreciso.
Límite
La red neuronal humana no responde a patrones que no sean los de la flexibilidad. Se trata de una red burbujeante, simultánea o no, que opera por los principios de la selección. Estos principios de selección se sostienen en una condición estructural a lo humano y a lo que definimos por humano, algo que no es sólo una herramienta o un aprendizaje. Estos principios de selección están ligados a la producción de metáfora. Tenemos lengua, una lengua, y esa lengua que es por cierto multilingüística, es en sí misma nuestra inteligencia artificial, porque no podría definirse de otro modo la relación de lo humano con lo que Lacan nombro lalengua, sino como un acontecimiento artificial, ese que nos permite pensarnos humanos y proveernos de una conciencia de límite de la existencia.
La muerte, entonces, nos determina, y la hace precisamente un avatar de la inteligencia artificial humana, como en los finales de análisis. Para determinar allí el valor retroactivo de ese artificio no podremos más que concluir. Que sea un artificio no invalida su valor de verdad ni su valor como cosa propia.
Pulso
Por otra parte, cuando nosotros hablamos de redes y de conexiones intersinápticas, o en la práctica psicoanalítica del valor del intervalo, es porque tiene capacidad de constituir una serie sin perder su carácter de simultaneidad. Esta simultaneidad lo es por un principio de selección que a nivel de la lengua referimos a la capacidad de producir metáfora, y que en el plano estrictamente neurológico guarda relación con la descentralización de la función, tal como planteara desde la psiquiatría dinámica De Clérambault, al proponer que las funciones psíquicas están deslocalizadas, es decir que en todo caso se localizan en el instante en que éstas sean requeridas, por la vía del estímulo externo o de la tensión intrapsíquica, aspecto que guarda relación con el concepto freudiano de “energía libre o desligada”.
La pulsión, por otra parte, se mueve de manera interválica, o más precisamente por saltos cualitativos y cuantitativos, como en los saltos cuánticos orbitales de las partículas subatómicas descubiertas por Bohr.
Lo humano también se “mueve” en otra escena, en una modalidad más próxima a la correlación a distancia, informaciones muy lejanas, inter y trans generacionales, completamente alejadas del sistema, que pueden ser capturadas de manera simultánea e instantánea. Lo inconsciente da cuenta de ello.
Estos instantes múltiples están ligados a los fenómenos de campo --de orden metapsicológico y no de orden gestáltico--, que proponemos nombrar exopsiquis y flotabilidad. Esta serie de fenómenos que podríamos denominar fenómenos tele, también metapsicológicos, transdimensionales, incluso de orden oracular y de anticipación lógica altamente flexible, corresponden a un tipo de temporalidad que no puede reproducirse en un sistema informático, ya que éste funciona bajo otros principios de correspondencia lógica. La inteligencia artificial humana es un sistema abierto, pero no sólo para ubicar y contraponer a la inteligencia artificial digital como un sistema cerrado, sino que lo humano captura un aspecto de esa apertura e imprevisibilidad que guarda relación con la cualidad y no sólo con la cantidad, que Freud también describe como uno de los aspectos fundamentales del aparato psíquico en la primera tópica. Pero ese es apenas uno de los atributos metapsicológicos descubiertos por el psicoanálisis.
Aquí, como vemos, emerge lo propio de una intuición, que no trabaja a nivel de ninguna matriz, sino más bien como una antimemoria en sentido estricto, esa es la voluptuosidad de la propuesta freudiana sobre el recuerdo. Y ese es el tipo de voluntad que mueve al deseo humano.
Cristian Rodríguez (Espacio Psicoanálisis Contemporáneo, EPC).
Publicado en Página 12