Werk ohne Autor es una hermosa película alemana que pinta el drama del nazismo y del socialismo en el siglo pasado a través de la vida del pintor Kurt Barnert actuado por Tom Schilling. En la ficción, el nombre del protagonista fue cambiado por el de Gerhard Richter. Dura cerca de tres horas y es imposible dar de ella los comentarios adecuados a la cantidad de fenómenos y de ficciones que presenta. Una obra maestra del director Florian Henckel von Donnersmarck, que también en 2006 triunfó con la gran denuncia del mundo socialista “La vida de los otros”, en la que actúa su actor fetiche Sebastián Koch, poeta perseguido por los espiadores rusos del pueblo ruso.
Lo primero que llama la atención es el título de este nuevo filme seleccionado para el Festival Internacional de Venecia de 2018, Werk ohne Autor que significa literalmente Trabajo u Obra sin autor, traducción que no deja de recordarme la famosa obra de Pirandello “Seis personajes en busca de autor”. Pero ese título está acompañado por un subtítulo que dice “sieh niemals weg” (nunca mires hacia otro lado) que fue traducido al inglés como Never look away que significa Nunca mires afuera, o quizás mejor Nunca mires para otro lado, en directa alusión a los dichos de la tía/hermana del niño interesado por el arte, que luego será Kurt Barnert, cuando le dice “Nunca voltees la mirada porque todo lo que es verdad encierra belleza”. Que más o menos quiere decir “No mires para otro lado”, no mires para afuera, incluso puede querer decir mira para adentro. En España fue traducida como “La sombra del pasado”, título criticado por facilista, y en los países latinoamericanos como “No dejes de mirarme”, que es un título más extraño porque apunta a esa tía/hermana como si ella encerrase una verdad a la que no había que darle vuelta la cara, es interesante. Tía que por padecer un trastorno esquizofrénico ligeramente diagnosticado es recluida primero por el Profesor Carl Seeband en un Hospicio y luego enviada a las cámaras de gas con el argumento de que había que eliminar a aquellos enfermos que podían quitarle pureza a la raza aria.
Si nos enfocamos en el pintor como personaje central que busca dolorosamente su identidad por encima de lo que el nazismo criticaba en el arte como degenerado, o también en la Alemania del Este, luego de la finalización de la guerra, donde el arte debía responder a un Realismo socialista, hasta que en Alemania Occidental se encuentra con las expresiones artísticas vanguardistas, snob y mercantilistas de un modernismo artificioso y con instalaciones Kitsch.
Pero esa búsqueda de Kurt no cesa, no se conforma, y en ella es acompañado amorosamente por Ellie que tiene un nombre idéntico al de aquella tía/hermana que lo llevaba a las exposiciones de arte, Elizabeth. Le abrevia el nombre para no confundirlas. Un amor donde él necesita que ella se recueste sobre su cuerpo, para poder sentir “que son uno”, pero sobre todo para poder sentirse corporalmente, a través del cuerpo de ella.
Las vicisitudes por las que atraviesa, los desencuentros con su propio arte, y los encuentros fortuitos con un Profesor de pintura lesionado en una guerra, sin cuero cabelludo, que usa siempre un sombrero, y ve en él alguien con ideas, con algo interesante. Lo visita y quiere ver lo que pinta, pero le dice sin atenuantes y sin conmiseración, que eso que él pinta no refleja su ser. De manera que lo que él es no está a la vista, está escondido, tiene que aflorar y como ocurre con esas cosas no hay una forma para encontrarlo, es también una búsqueda de sí mismo, de un goce muy propio y muy escondido que surge por algo contingente, por algo fortuito, por un reflejo al cerrar o abrir una ventana arriba de una imagen que había pintado de su amada infantil, su tía/hermana, donde se refleja su “médico” nazi asesino de esa tía, padre casualmente de su Ellie. Que queda perplejo y anonadado cuando ve esa pintura. El pintor no sabía lo que había pintado, ni el médico nazi sabía si el otro sabía. Nadie sabía, sin embargo estaba allí, como decía su tía, la verdad floreciente que por horrible que fuese para el padre de Ellie, era sin embargo hermosa para quienes veían en esa nueva forma de pintura el florecer de una verdad, aunque no fuese bonita.
Autor: Manuel Ramírez, psicoanalista, publicado en Rosario12