Hay una conocida frase de Ebbinghaus acerca de la psicología y sus orígenes que dice: “La psicología tiene un largo pasado, pero una breve historia”, y este pasado se llama, justamente, filosofía.
El desarrollo de las ciencias modernas deriva de las reflexiones de los primeros pensadores, incluso hoy siguen aplicándose en ciertos contextos las observaciones hechas por Sócrates y Platón. Si bien puede encontrarse un análisis más profundo del vínculo entre la psicología y la filosofía en uno de nuestros artículos anteriores, considero importante hacer esta introducción por lo repetitiva que se ha vuelto la idea en determinados círculos de que la filosofía no sirve para nada.
La buena noticia es que, a pesar de la jerarquización sistemática de las ciencias exactas, la filosofía no ha sido abolida aún de las mallas curriculares (así no forme parte del top 3 de asignaturas escolares). En los colegios sigue transmitiéndose la importancia del Yo observador, de la curiosidad y la investigación como vías para aumentar el conocimiento y comprensión de la naturaleza y la realidad. Y es para esto que sirve la filosofía… para pensar.
Sentencias filosóficas de la vida cotidiana: el método Merlí de enseñanza escolar
Merlí es una serie catalana producida por la cadena TV3. La trama gira en torno a un profesor de filosofía (Merlí Bergeron) que pretende motivar a sus alumnos a convertir el acto de pensar en una constante rutinaria en sus vidas, para lo cual emplea métodos muy poco convencionales que, sin embargo, parecen ser eficaces.
Merlí es lo que llamaríamos un perfecto antihéroe, es decir, alguien que posee todo el protagonismo de un héroe convencional pero todos los defectos de una persona común y corriente.
Desde el primer capítulo de la serie, Merlí pone en práctica un modelo de enseñanza constructivista completamente opuesto al típico modelo habitual: el enfoque basado en la memorización y la reproducción, que viene a ser personificado por uno de los colegas de Merlí en el instituto: Eugeni Bosc.
Merlí es visto en la serie como el “profesor raro” que quiere ganarse la confianza de sus estudiantes, para lo cual usa la empatía, habla con ellos en el mismo idioma, apela a los intereses y gustos de los adolescentes y hasta llega a incitarlos a hacer trampa en un certamen de literatura.
No es la forma tradicional en que se imparten las bases de la filosofía clásica y moderna en el colegio, pero ¿funciona?
“Que las cosas sean de una manera no quiere decir que no cambien”, diría Merlí.
La serie presenta un entramado de historias de gente común donde el ejercicio de la filosofía juega un rol determinante en la toma de decisiones asertiva. Partiendo del personaje principal, Merlí, la puesta en escena está plagada de casos de vida significativamente realistas, problemas comunes y situaciones que cualquier adolescente podría experimentar, como la aceptación de la orientación sexual, la masturbación y las relaciones sexuales.
La trama también presenta un modo distinto de despertar el interés por la filosofía: mostrarla como una disciplina práctica — lo que realmente es — en lugar de un conjunto de enunciados teóricos.
Desde luego, la serie también tiene puntos ciegos que llegan a incomodarnos, como la incompatibilidad entre Merlí El Profesor y Merlí El Hombre. En su faceta profesional, Merlí muestra destreza para motivar a sus alumnos y cultivar el amor por el aprendizaje; en su faceta personal, en cambio, vemos un tipo conflictivo, sumamente egoísta y algo déspota, cualidades más próximas a los antivalores que a los valores de la enseñanza.
No sugiero que la serie deba presentar un personaje perfectamente correcto para ser más creíble, solo que el tema de los “buenos profesionales” que son malos para seguir principios éticos ha dado al sector educativo muchos dolores de cabeza y sería más constructivo apelar a una concientización evidente que presentar una trama donde parezca normal ser mejor profesor que padre.
Ya lo dijo Howard Gardner hace un tiempo en una entrevista: “Los mejores profesionales son siempre ECE: excelentes, comprometidos y éticos. No alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia”.
Esto hace que sea más factible aprender de Merlí en el plano educativo que en el personal. No es que ver la serie sea particularmente instructivo para mejorar, por ejemplo, el modo en que llevamos nuestras relaciones personales, pero sí creo que personifica lo que idealmente debería inspirar la enseñanza, y es el atreverse a pensar de forma distinta, el atreverse a crear.
La forma en que Merlí transmite a sus alumnos los principios básicos de la filosofía es tan eficiente que pasa casi inadvertida para ellos, así el ejercicio de la reflexión termina siendo lo que debe ser: algo natural y no una imposición.
La diferencia entre deseos y necesidades, el bien y el mal, la inteligencia y el instinto… no se puede negar que el lenguaje crudo y directo de Merlí conlleva una facilidad para hacer que resucite nuestro interés, y el de sus estudiantes, en temas tan obvios como profundos, lo cual definitivamente son varios puntos a favor y hace que valga la pena ver la serie (incluso si eres de los que sospecha que la filosofía no sirve para nada).
Merlí presenta un discurso francamente bien hecho acerca de la finalidad de la filosofía, independientemente de la vida privada del personaje principal. También se ejemplifican los pros de los nuevos modelos educativos, que abogan por un escenario menos rígido, un espacio donde los alumnos se sientan libres para opinar y cuestionar desde su concepción del mundo y sus experiencias personales.
El método Merlí es poco ortodoxo, introduce una forma de enseñar filosofía sin caer en lo dogmático, recurriendo a la paráfrasis y al imaginario común (es decir, a situaciones de la vida corrientes) para comprender enunciados complejos, y esto es precisamente lo que una asignatura, que tristemente a menudo es dejada de lado, requiere para demostrar que es valiosa y que tiene mucho que aportar aún a las nuevas generaciones.