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2 DE MARZO DE 2018 | MARCA SIMBÓLICA

Los tatuajes como marcas simbolizantes

Es interesante pensar la relación que existe entre el tatuaje y el significado que el sujeto le da al mismo.

Por Sofía Cheroni
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Siguiendo los lineamientos psicoanalíticos, se propone pensar al tatuaje como una marca en el cuerpo real con infinidades de connotaciones. Esta imagen por más virtual y pasiva que sea, es capaz de transformar un cuerpo. Esta marca está expresada a través de un símbolo mental que supone un largo proceso de múltiples y variadas experiencias de contacto emocional con la realidad.

Ahora bien, hay que tener en cuenta que a lo largo de los siglos, esta práctica fue evolucionando en paralelo con la cultura, popularizándose con los paradigmas sociales, siendo hoy en día considerado un arte. Bien sabemos que actualmente el acto de tatuarse pasa más por una moda que por una razón específica y delicada que llevan a realizarlo. Esto se evidencia sobre todo en los grupos adolescentes en relación a la pertenencia y la identidad, o por el contrario como una manera de singularidad para diferenciarse de la masa. Se puede pensar esto último desde una relación con la posmodernidad como paradigma actual que se está atravesando social y culturalmente, una época donde los ideales y las identificaciones son lábiles, donde los sujetos como dice J. Miller “son puros cuerpos gozantes”, en donde se evidencia que el cuerpo tiene una relación con lo real. Pero también, están los sujetos que se tatúan para recordar, es decir, acuden a los tatuajes “conmemorativos”. Se podría pensar que éstos están basados en la idea de que todo ser humano tiene ocasiones en su vida que quiere recordar. Es por eso que se considera que este tipo de tatuajes tratan de mantener vivo a alguien o algo en la memoria, como un tipo de recordatorio visual. Coincidiendo con S. Reisfeld en que hay ciertas circunstancias que hacen que el sujeto tenga la imposibilidad de expresar verbalmente o de realizar ciertos procesamientos mentales, por lo que se toma al cuerpo como el tramitador de afectos, pensamientos o conflictos, principalmente inconscientes.
Este tipo de tatuajes, es interesante pensarlo dentro del abordaje de la historia, la memoria y el olvido, una inscripción en el cuerpo, o de otro modo, cómo la memoria se talla en el cuerpo a través de una forma original de mantener presente lo ausente, como es el tatuaje conmemorativo, que podría ser definido como el resultado de una voluntad de recordar y a la vez de no olvidar. Entonces, se podría conjugar la visión de los tatuajes con la concepción del recuerdo, el olvido, y el significado que cada sujeto, dentro de su construcción subjetiva, le aporta a ese cuerpo real. Por lo que es importantísimo tener en cuenta la subjetividad y el proceso de simbolización.
El aparato psíquico comienza a partir de la necesidad de sustituir por otra cosa aquel objeto que no está; es decir, hay captación y vivencia del objeto ausente. El símbolo condensa estas experiencias y abstrae aquellos elementos emocionales comunes a diversos vínculos con distintos objetos y en distintos tiempos y espacios. Es por esto que se puede tomar al tatuaje como un símbolo debido a su naturaleza particular, ya que existe por medio del sujeto el cual le da un valor independiente dentro del significado de cada marca en la piel, entendiendo la piel tatuada como lenguaje simbólico que interviene en un acto comunicativo descodificado según determinados parámetros culturales.
Por entonces, se puede abrir el interrogante de ¿Cómo se pasa al orden del significante? El significante puede extenderse a muchos elementos del dominio del signo, sin embargo, el significante es un signo que no remite a un objeto, si siguiera en estado de huella. Aunque la huella anunciase carácter esencial; es también signo de una ausencia. Hay que tener presente que el tatuaje, en tanto implica al cuerpo y la piel, comporta un goce. Goce que traspasa la frontera de lo subjetivo y por esta vía se da a ver desde la puesta en escena particular de la inscripción en el cuerpo. Entonces se puede pensar a los tatuajes como marcas simbólicas, pero marcas que no se hacen sobre una hoja en blanco sino sobre un cuerpo afectado previamente por la erogeneidad. Y es aquí donde entra en relación el recuerdo… S. Freud afirma que sólo se recuerda lo olvidado y sólo se olvida aquello de lo cual fuimos consientes en algún momento, en algún punto recóndito e impreciso de la historia, en algún punto ya irrecuperable de lo histórico y sus evidencias positivas, evidentes y directas. A su vez, J. Lacan explica que a partir de la rememoración, lo real vuelve siempre al mismo lugar, al lugar donde el sujeto, en tanto cogita, piensa, no lo encuentra allí donde piensa, sino que lo haya en el lugar en que evita y olvida.
En conclusión, se confirma desde el psicoanálisis la tesis Nietzscheana. Sólo olvidar habilita el recuerdo; la memoria por sí sola tiende a su propio exceso, a una saturación indeseable de lo histórico. Sin embargo, la memoria histórica se hace imprescindible.
Se abre un interrogante al pensar qué son los tatuajes, son manchas, heridas, deformaciones, arrugas, amuletos o simplemente signos. Por eso es interesante pensar si el tatuaje conmemorativo está efectivamente en lugar de aquello que se recuerda. El tatuaje operaría como lo que Casey llama un “punto de apoyo exterior para la rememoración”. Desde esta perspectiva, el recuerdo sería simplemente resultado de la afección y el tatuaje aparecería como una simple inscripción material y exterior, equiparable a una huella documental. Se puede decir que el tatuaje se imprime en el cuerpo como una marca indeleble, donde se conjuga la piel, el cuerpo, el tatuaje, el recuerdo y va construyendo un relato en fragmentos. El tatuaje es síntesis visual del sujeto. La principal motivación, más allá del elemento estético, es pues, la de dejar testimonio imborrable de sí mismo en su unicidad, en el sentido justamente de trascendencia ontológica. Por otra parte, los logros en este tipo de práctica tienen que ver con la potencia expresiva del tatuaje que reflejan la singularidad del sujeto; lo indeleble del tatuaje, la permanencia de su sello hasta la muerte como una memoria que sobrevive al olvido.
Lo importante a destacar aquí, no es la apropiación del cuerpo como lugar de inscripción del tatuaje, sino que reubica al cuerpo en ese lugar expresivo que se talla para recordar y no olvidar. Es por eso, que se puede llegar a comprender el tatuaje conmemorativo, como el acto de contar una historia, y la historia se nutre del relato vivo de la memoria y sobre él construye su propio discurso, desplazando muchas veces este carácter figurativo que, sin embargo, regresa. Es a partir de estos reenvíos como la historia reinscribe a la narración en el tiempo objetivo de los acontecimientos, los hace ubicables en un tiempo definido, rememorables, y establece de este modo, una línea de continuidad: el tatuaje-recuerdo no sólo recuerda en el tiempo y el espacio socialmente definidos sino que también se desplaza en ellos y, así, recuerda con otros.
En definitiva, el tatuaje es un modo de mantener vivo el pasado. Es resistirse a ciertos acontecimientos, teniendo presente que el tatuaje actúa como una marca simbolizante donde el sujeto busca lo permanente, esta presencia de la ausencia. Lo indeleble del tatuaje, la permanencia de su sello hasta la muerte actúa como una memoria que sobrevive al olvido.

Sofía Cheroni es Licenciada en Psicología (USAL).

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