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Por Juan Manuel Otero Barrigón

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Del antiguo vocablo griego empáthei, cuyo significado era pasión, tenemos hoy, y tras una larga evolución filológica, nuestra actual concepción de empatía, definida como aquella capacidad que tiene una persona para participar afectivamente en una realidad ajena a sí misma. Empatizar es poder conectarse con el otro semejante, captar sus sentimientos, ponerse en sus zapatos, responder adecuadamente a sus necesidades.

En el ámbito laboral, aquellos que desarrollamos funciones referidas al reclutamiento y la búsqueda de personal, a menudo perdemos de vista la importancia que tiene la empatía, no solo como competencia a ser evaluada en nuestros candidatos en función del puesto a cubrir, sino también, y por sobre todo, como competencia que como evaluadores nosotros mismos somos capaces de demostrar al momento de embarcarnos en un proceso de selección.
La urgencia que nos imponen los escasos tiempos a veces disponibles y el torbellino de tareas y actividades a desarrollar, en ocasiones nos llevan a descuidar el hecho de que frente a nosotros, y al momento de entrevistar a un candidato, tenemos, ante todo, a un ser humano, con sus expectativas, sus necesidades, y esperanzas.
El candidato es un espejo, ya que todos hemos sido o bien seremos en algún momento, candidatos a un puesto de trabajo.
Como señala el experto español en reclutamiento Víctor Candel, los candidatos siempre recordarán como los hicimos sentir.Mareados con el objetivo de contactar a los candidatos y considerarlos para nuestras búsquedas, dejamos de lado la importancia de que, ante todo, se trata de construir relaciones con ellos. Y esto es válido para todas las formas de reclutamiento, sean presenciales o vía online.
Un querido colega y maestro, el psicólogo y consultor laboral Horacio Mobilia, llama la atención al respecto de una práctica muy extendida entre selectores de personal, práctica que conecta directamente con lo que aquí intentamos plantear: la falsa promesa expresada, tras una entrevista, en las palabras “lo vamos a llamar”. Declaración que, lamentablemente, muchas veces no se cumple. Frente a una posibilidad de trabajo, se activan en quien busca empleo una serie de ilusiones y anhelos que como selectores no podemos dejar de tener en cuenta a la hora de relacionarnos con nuestros candidatos. Toda promesa demanda su cumplimiento. De ahí que resulta sumamente saludable profesionalmente cerrar las búsquedas de personal con devolución de resultados, sobre todo si nos hemos comprometido a ello.
No hay que perder de vista, además, que eventualmente, aquel candidato que consideramos para un puesto y con el que finalmente decidimos no avanzar, bien podría ser considerado para otra búsqueda en caso de ser necesario. Y allí será fundamental haber construido previamente un vínculo basado en el respeto, la honestidad, y la confianza, dado que, y usualmente lo perdemos de vista, los candidatos también eligen.
Quizás un buen ejercicio a practicar regularmente sería imaginarnos, como evaluadores, en situación de búsqueda laboral. ¿Qué nos gustaría recibir de aquel que nos entrevista? ¿Qué nos haría sentir respetados y bien considerados? Poner en práctica esta visualización puede ser muy útil. Difícilmente no logremos, tras ejercitarla, conectar con nuestra propia experiencia y expectativas como candidatos a un puesto de trabajo.
De lo que se trata, en definitiva, es de aplicar la tan famosa regla de oro que nos legara la ética: tratar a nuestros semejantes como querríamos que nos trataran a nosotros. Después de todo, al fin de cuentas, mañana el candidato puede ser uno mismo.

Juan Manuel Otero Barrigón (psicólogo, Universidad del Salvador)