Como en todos los casos, será un sujeto único, con sus historias personales, sus debilidades y fortalezas, su evolución como individuo y su realidad al momento de la maternidad que contemplará todos los escenarios que rodeen la decisión. Esa unicidad la enfrentará a una psicología propia para encarar la maternidad.
Será diferente si se trata de un plan pre-programado, si siendo más joven decidió postergar la maternidad; si la cuarta década la encuentra con o sin pareja o en un cuadro similar al por ella imaginado para esta etapa de su vida; si el reloj biológico sonó e hizo mutar algunas decisiones; si sucedió algo inesperado y ahora la maternidad sí es un deseo presente... Su realidad no será la misma y tampoco, como consecuencia, lo será su estado psicológico. Puede pasar desde el temor extremo, cuasi panicoso; a una exhultante alegría con expectativas exageradas.
Sería adecuado que la mujer enfrente esta etapa habiendo capitalizado sus experiencias, llegando con solidez a la decisión que encara y asumiéndola con responsabilidad y compromiso.
Hay un aspecto psicológico que suele desencadenar el deseo de maternar: el "despertador" del reloj biológico que no se activa siempre en el mismo rango etario en todas las mujeres. Cuando esto sucede más tarde que en el promedio deseable científicamente para encarar un embarazo, los planteos psicológicos más comunes vienen de la mano de miedo: ¿todo saldrá bien? Sin embargo, con las dudas, llega con habitualidad, una madurez mayor para encarar con más serenidad los avatares por venir. Esto permite, en cualquier caso (habiendo o no dificultades), asumir la gestación de un modo psicológicamente más equilibrado.
Zonas erróneas
Aunque sólidas en la fortaleza, no siempre todas las decisiones se toman a partir de argumentos consistentes. Trabajar el camino de las elecciones, también en cuestiones de maternidad, es clave. Muchas mujeres toman infinitos recaudos para conducir sus destinos laborales, sin embargo no hacen lo propio con temas personales, tan claves que atraviesan su vida completa. Así, entonces, se puede seguir un camino por los motivos equivocados, amparándose en ellos para esconder aspiraciones que no son el camino real de la construcción de la maternidad.
* El mandato
Carolina se casó muy joven, a los 20 años. Trabajó los primeros tres años de su matrimonio. Desde el primer momento intentó ser mamá, pero el embarazo se negaba. Debió iniciar una serie de tratamientos y para abocarse a ellos, dejó de trabajar. Se cumplieron sus primeros 10 años de casada y nada funcionaba. Junto a Marcos, su esposo, decidieron adoptar. Carolina seguía sin trabajar aunque las cuentas eran duras de cerrar a fin de mes. Tomó como trabajo propio el trámite de adopción: preparó papeles, completó carpetas y empezó a recorrer juzgados para agilizar sus posibilidades. Luego de 14 años de búsqueda, llegaron los hermanos Tristán y Tobías. Al fin el mandato se había cumplido. Pero las sorpresas llegaron al año siguiente: fruto de "un accidente" no planeado se sumó Rocío.
"Hoy me doy cuenta de que estuve detrás de cumplir la historia de otros -asume-. No me arrepiento de nada de lo hecho porque son los niños amorosos, pero la madurez me hizo ver que fui feliz con suerte, porque mi empecinamiento me podría haber llevado a crear un estado sin vuelta atrás de depresión y descontento".
El error de seguir los mandatos a ciegas se resume muy bien en esa idea de Carolina. Por suerte su camino se unió con lo que su familia de origen le había marcado como lo deseable. Pero cuando se decide la maternidad sólo por cumplir aquello que se impuso desde afuera, las consecuencias son desafortunadas siempre.
* Realización personal
Mirtha L., 44 años, casada hace 19 años, mamá de Julián de 2 rememora que de chiquita su único juego era el de las muñecas y la mamá. "Siempre quise tener hijos -cuenta-. Cuando me hacían la pregunta clásica de 'qué querés ser cuando seas grande' yo respondía 'mamá'. Fue muy difícil superar la imposibilidad física para mi y sé que en un momento atravesé un tiempo de obsesión". Su frustración la llevó por momentos patológicos de depresión, pasó malos momentos en su pareja, pero la llegada de Julián que fue casi de milagro puso las cosas en su sito, o al menos esto es lo que Mirtha indica. "Cuando escuché por primera vez que alguien me llamaba 'mamá' sentí que lo había logrado. Había llegado a lo que había soñado toda mi vida".
Es común toparse con mujeres que dicen no sentirse "completas" sin ser madres. Y seguramente para ellas, este es un camino de realización. Como en cualquiera de las instancias, si la causa por la que ser madres es ésta, no es denostable. Lo sería si sólo quedara en el hecho mismo. Comprender que la plenitud personal depende de las múltiples decisiones que se tomen es el verdadero camino hace conseguirla. Ningún niño completará vacíos preexistentes.
* Todas a mi edad son mamás
Marina F., 37 años, casada hace 11, mamá adoptiva de Joaquín de 5 años, tuvo la buena fortuna de crecer junto a un grupo de compañeras del colegio. Aún hoy son cinco mujeres que se conocieron en sus primeros años de estudio siendo niñas y siguen juntas. Las otras cuatro amigas se casaron jóvenes, aún más que Marina. Tuvieron hijos rápido. Algunas se dedicaron a la casa de manera exclusiva, otras son profesionales pero su buena posición económica les permite contar con ayuda sin problemas. Entre las cuatro reúnen a 14 niños.
"Salir con ellas se fue convirtiendo en un contratiempo -explica Marina-. Y, además, me aburría: sólo hablaban de chicos. Sus intereses habían cambiado y los míos aún no. Hubo un momento que se me produjo un 'click' y pensé que algo estaba haciendo mal: si mis amigas de toda la vida ya estaban asentadas con familia armada, qué me pasaba a mi que todavía no tenía hijos?"
En ocasiones, conservar la pertenencia de grupo es una necesidad. Somos seres comunitarios y vivir de ese modo significa integrarse de manera saludable con el entorno. Las restricciones que impone el grupo o las limitaciones de adaptación propias pueden conducir a la toma de decisiones en función del mismo y no de acuerdo a las propias inquietudes. Si el cambio de rumbo surge del determinismo del entorno, no sería una decisión tomada a conciencia. En cambio, si el ámbito de pertenencia es tomado como disparador de nuevas experiencias y ésta son analizadas en función del propio sentir, sin necesidad de "seguir a la manada" a cualquier costo, el éxito es posible.
Flavia Tomaello es fotógrafa, ensayista y escritora. Ha publicado más de 40 obras. Escribe para niños y adultos. Como periodista ha trabajado en casi una centena de medios de uno y otro lado del océano. Hace más de una década publica sus fotografías. Es contadora y ha cursado la carrera de Comunicación Social ambas en la Universidad de Buenos Aires. Dirige su propia consultora de comunicación y ha ejercido la docencia en el nivel medio y universitario. Ha sido ganadora del programa de Mecenazgo de la Ciudad de Buenos Aires, edición 2011. Autora de, entre otros, "Madres a los 40, ¿la mejor edad?", ed. Del Nuevo Extremo.