La Mariposa
Inicio del viaje: el desencuentro como punto de partida
“Es horrible ser un diminutivo”
(Elsa, la protagonista de la película)
SINOPSIS
Julian es un coleccionista de mariposas. Un día sale en busca de Isabelle, una mariposa de noche, de una extraordinaria belleza. Pero Julián no tenía en sus planes estar acompañado en su viaje por Elsa, una niña de ocho años, abandonada por su madre, que sin decirle nada, decide ir con él. En la película se presenta la metamorfosis de La Mariposa como una metáfora a la transformación de las relaciones entre los personajes de la historia.
Como un espejo en el que nos vemos sin mirarnos, La Mariposa constituye una excelente oportunidad para pensar en ese complejo, difícil, pero maravilloso intercambio que a diario generan docentes y alumnos, adultos y niños en las escuelas. Intercambios que ponen en juego algo más que conocimientos definidos de antemano; tratándose de gestos, interacciones, miradas, escuchas que atraviesan la transmisión y conforman los contenidos de la relación educativa. Una primera aclaración se hace necesaria: nada de esto sucede literalmente en el film. Pero intentamos ir más lejos, apreciar las imágenes y los discursos de la trama oficiándola como telón de fondo para lo que nos interesa pensar y decir. Es por esto que nuestras reflexiones se encontrarán oscilando con una mayor o menor dependencia de las situaciones, relatos e imágenes que la película permite exponer. La película nos ofrece la posibilidad de ir más allá de lo literal, de la constatación inmediata para abrirnos hacia las problemáticas centrales de nuestro presente, allí donde la travesía de niños y maestros en las escuelas ensayan lazos posibles.
FICHA TÉCNICA
TÍTULO: Le Papillon
DIRECCIÓN: Philippe Muyl
GUIÓN: Philippe Muyl
MÚSICA: Nicolas Errèra
FOTOGRAFÍA: Nicolas Herdt
MONTAJE: Mireille Leroy
INTÉRPRET ES: Michel Serrault, Claire Bouanich, Nade Dieu, Françoise Michaud, Hélène Hily,
Pierre Poirot, Jacky Nercessian, Jacques Bouanich, Catherine Cyler, Jerry Lucas.
AÑO: 2002
ORIGEN: Francia
DURACIÓN: 85 minutos
Los personajes
Julien es un hombre de avanzada edad, que vive solo en un departamento en la ciudad de París, coleccionista de mariposas. Sus movimientos lo muestran cautivo de un perturbador deseo: atrapar a La Mariposa Isabelle, lo cual parece saldar una deuda con su propia historia, reparar una dolorosa pérdida. Deseo que, aunque Julien desconozca, se transmutará en un pasaje a un destino incierto, una puerta entreabierta a situaciones impensadas.
Elsa, una pequeña niña parisina que vive sola con su madre, quien no dispone de tiempo para su cuidado. A pesar de padecer situaciones en las que su madre se retrasa para buscarla a la escuela o directamente se olvida de ella, parece andar por la vida buscando un lugar, alguien con quien contar.
La Mariposa será la historia de un encuentro entre dos generaciones, entre dos edades, entre dos experiencias y sobre todo, es el encuentro entre dos personas concretas, dos individuos concretos: Julien y Elsa, cuyas historias e intimidades se nos revelarán de a poco. El viaje, iniciado por Julien, y al que sin decir nada, se sumará Elsa, escondida en la parte trasera del auto, será el gran protagonista de este film. Mientras para uno es la búsqueda de La Mariposa
Isabelle, para el otro es la aventura de lo distinto, es el encuentro con lo nuevo, con lo desconocido. Elsa no conoce las montañas, las vacas de verdad, los ciervos, ni los cazadores furtivos. De algún modo, es esa diferencia, de experiencias, de conocimientos, de intereses, de conversación, la que traza un itinerario de aprendizaje y transformación para los personajes donde la aventura de lo distinto les permitirá regresar al punto de partida pero transformados irremediablemente.
El encuentro entre los personajes, como en todo vínculo, se establece sobre la base del desencuentro. Es en ese des-encuentro que algo puede ponerse en común. Sólo contingentemente se establece y es lo que nos interesa pensar. El cruce circunstancial entre Julien y Elsa podrá trocarse en un intenso vínculo de afectos especiales. Se irá entretejiendo a través de una serie de operaciones que tienen como punto de partida el rechazo del adulto hacia una niña que quiere involucrarse con él. La Mariposa alude a un encuentro perturbador, inesperado, entre este hombre mayor, coleccionista de mariposas, y la niña, vecina, atraída tal vez, por la figura “abuelística” del personaje. Otro personaje de la película refiriéndose a Julien dice: “Ya no hay padres en la vida, felizmente hay abuelos”.
La historia logra cruzar las vidas, las búsquedas, de un hombre adulto, “viejo”, cuyo itinerario vital se perfila en la obtención de La Mariposa Isabelle, una mariposa única, promesa para su hijo muerto, y la niña, descuidada sistemáticamente por su madre, de nombre Isabel, y cuyas vicisitudes cotidianas, marcadas por la “carencia”, y las ausencias, de una madre, de cuidados, de un nombre, etc., posiblemente marquen la imperiosa necesidad de ser amada, cuidada por alguien que no la abandone. Sin embargo, si hay algo que en la película no sucede es que las carencias, la falta, lo que los personajes no tienen, se convierta en un obstáculo, en una necesidad de completud, o en la marca identitaria por excelencia. Aunque la película no esconde en ningún momento lo que los personajes no tienen: en el caso de Elsa, la niña, pues su madre se la olvida permanentemente en la puerta de la escuela y le promete salidas y encuentros que nunca cumplirá; en el caso de Julien, en razón de la pérdida de su único hijo, su viudez y su soledad. Lo más interesante del desarrollo es la apuesta por que ciertas condiciones de sus vidas no ofician de etiquetamiento, ni la relación entre ellos viene a salvar o a dar lo que al otro le falta. Por el contrario, podríamos decir que se trata de una película que sostiene férreamente la posibilidad educativa, justamente porque lo que importa no es lo que uno y otro porta, o mejor dicho no portan, sino que lo que está en juego allí es lo que hacen efectivamente entre ellos. Allí está la posibilidad de la relación educativa, en la potencia de lo que puede haber en común.
Elsa irrumpe en los caminos solitarios de Julien, insiste desafiante, como quien busca algo propio, un nombre, alguien, un adulto, que le permita ocupar su lugar en el mundo. En la experiencia de viajar, de indagar y de abrirse a nuevas experiencias, está la condición que permitirá a los protagonistas encontrarse con lo otro, con aquello que hasta ese instante era desconocido. La película nos va conduciendo por los caminos a través de los cuales los personajes van conformando itinerarios y experiencias que tejen una relación. Esa que surge del encuentro de una niña con un adulto, que le irá transmitiendo su sabiduría, su conocimiento, sus silencios, y deseos. Sin embargo, ésta nada tiene que ver con un adulto que enseña y explica todo a un niño carente e indefenso. Es lo posible de una relación que parte de dos posiciones, asimétricas, dos formas de estar en el mundo muy distintas, lo que La Mariposa revela. Lo que cuenta no es lo que cada uno puede por sí mismo, o no puede. Tampoco es la necesidad de completar, o el esbozo de lo que habría que hacer del otro. Es, nada más y nada menos, que lo que ambos pueden juntos, es la experiencia compartida, es lo que se pone en común lo que traerá cambios en la vida de ambos, nuevas posibilidades, nuevas relaciones. El viaje, efectivamente, constituirá una transformación para los personajes. Para la protagonista, una entrada a lo nuevo, a lo otro, incierto y desconocido de la cultura. Elsa irá descubriendo los secretos de Julien, irá compartiendo caminatas, lugares, significados, preguntas, historias y nuevas experiencias. De algún modo, las enseñanzas de Julien la acercan a otro mundo y entre conversaciones, irán tramando los lazos de un vínculo común. Como un puente de ida y vuelta, cada uno transita desde sus biografías e historias personales, abiertos a la existencia de ese otro que tiene algo que transmitir, que dar, que proponer, pudiendo producir un encuentro nuevo.
“¿Para qué eres viejo si no conoces cuentos?”
Porque alguien depende de mí, soy responsable de mi acción ante el otro.
(Sennett, Richard; La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, Barcelona, Ed. Anagrama, 2000, p. 153.)
Cuando se trata de niños y adultos, solemos observar con frecuencia que los niños no parecen dejarse llevar fácilmente por las ocurrencias de los adultos, sino más bien todo lo contrario. Phillipe Merieu, pedagogo francés, sostiene que “lo ‘normal’ en educación es que la cosa ‘no funcione’: que el otro se resista, se esconda o se rebele. Lo ‘normal’ es que la persona que se construye frente a nosotros no se deje llevar, o incluso se nos oponga, a veces, simplemente, para recordarnos que no es un objeto en construcción sino un sujeto que se construye”.
Lo curioso y paradójico que ofrece nuestro relato ficcional es que no es la niña quien se resiste a entrar en contacto, armar una historia en común con el adulto, sino viceversa.
Quizás entonces, se trate de des-cubrir, aquellos gestos, pequeños movimientos, que pueden provocar un cambio de posición en este adulto, que empieza a prestar atención, a poner la mirada en la vulnerabilidad del niño. Puede que sea éste uno de los puntos de partida.
“¿Qué me podés enseñar vos a mí?” “Con este pibe yo no puedo, es de terror, me pasa por encima.” Éstos dichos nos dan aviso de un cambio significativo en aquello que sostiene al mundo adulto como autoridad. Puede que el enigma de la autoridad como problema de época, nos esté convocando a un proceso de desenmascaramiento de ciertos idiomas de rechazo que suscriben las díadas padres-hijos, maestros- alumnos. Será entonces necesario poner al descubierto, analizar las zonas más problemáticas –y al mismo tiempo enigmáticas– de dichas asimetrías.
Revisar entre adultos, aquellas cuestiones que sostienen la asimetría con los niños y jóvenes, reconociendo la indelegable responsabilidad de bienvenirlos al mundo, de acompañarlos, cuidarlos, guiarlos y enseñarles, seguramente también nos llevará a revisar algunas cláusulas de “este contrato”, que posibilite nuevas explicaciones que tengan un real sentido para los chicos, y que den legitimidad al vínculo. — “Debes contarme un cuento. ¿Para qué eres viejo si no conoces cuentos?”, insiste Elsa. Julien se resiste a aceptar el deseo de Elsa. Aunque acepta cumplir con la función de adulto que repara momentáneamente la ausencia de una madre, cuidándola por un instante –saldando su reputación de buen ciudadano y mejor vecino– trata de mantenerse distante, lo fastidia todo intento de la niña por moverlo de esa posición.
Es a partir de ese instante, que irrumpe un incesante juego de voluntades, una tensión incierta, plagada de gestos que sostienen la trama, que sin duda, se erige en una especie de contrato provisorio. Julien y Elsa van tejiendo algo. Volverse necesario para el otro, dejarse atrapar por el deseo, por la frescura de las preguntas. Y parece la posibilidad de reconocimiento del otro. Dicho reconocimiento puede pensarse en el marco de una escena de seducción cultural, en la que emerge algo nuevo, en nuestra historia es la búsqueda de Isabelle.
“Ninguno vuelve a ser el anterior luego de la escena o el proceso que mostró lo nuevo; una pedagogía de la seducción (...) Sus efectos determinaron su vida futura con la habilitación de un suplemento que torció sus destinos” (Pineau, Pablo, “De la seducción en el acto pedagógico. Marcas en la cultura argentina”, en Frigerio, Graciela y Diker, Gabriela (comps.), Educar: figuras y efectos del amor, Serie Seminarios del Centro de Estudios Multidisciplinarios (CEM), Del Estante Editorial, Buenos Aires, 2006, pp. 180-181.). He aquí un gran desafío, para nosotros, para los que todos los días nos encontramos con chicos en las escuelas.
¿Podemos situar novedad en el escenario cotidiano del aula, allí donde a veces todo parece condenado a ser igual, a vestirse de lo mismo?
¿Pourquoi? Para que pregunten los curiosos
Julien y Elsa quedan atrapados en su juego de seducción cultural. El viaje que los arriesga a conocerse contrasta con esa indiferencia adulta del inicio, casi como aquella distancia que media entre la oscuridad de ese departamento y el mundo de un bosque encantado de mariposas. Elsa entreabre la puerta del mariposario y descubre el dorado y frágil tesoro de Julien, y queda prendada de esos vuelos. Con su curiosidad desobediente descubrió que Julien guarda algo que aletea. A partir de ese momento aguijonea con sus preguntas: ¿Pourquoi? ¿Pourquoi?... Julien sigue atento a sus mariposas.
Elsa insiste, busca hacerse un lugar. Con la terquedad del portarse mal de los niños, fastidia, contraría, incomoda a Julien, y poco a poco logra hacer vacío en el ensimismamiento de ese vecino ermitaño. “Traer” las mariposas, “buscar a Isabelle” instala una posibilidad otra, una ocasión (Graciela Monks en conferencia inaugural Feris del Libro 2003, Ciudad de Bs. As.), como grieta en el tiempo, inaugurando nuevos sentidos, alterando y/o torciendo la inercia.
En La Mariposa, el desafío se inscribe en la cuenta regresiva para conquistar a “Isabelle” (Isabelle es una especie de mariposa; se la puede encontrar sólo diez días al año.) que coincide con el lapso de la aventura compartida por Elsa y Julien. Tiempo que habilita un cambio de posición en este adulto. Se transforma el adulto frente a esa niña, se transforman los personajes en esta trama, atrapados en el mismo juego de la metamorfosis de la oruga a la crisálida que experimenta el ciclo vital de La Mariposa. Y entonces, podemos rastrear algunos gestos e intercambios que median entre aquel fastidio inicial y el movimiento de un adulto dispuesto a convidar algunas respuestas, señales que despiertan el deseo por saber aún más, que alimentan la creación de cuentos e historias.
Cuál es el contrapunto que el recorrido de La Mariposa puede proponer a lo que muchas veces se presenta como obstáculo, como impasse, en las escuelas en relación con el enseñar, o con el vínculo con los niños, con esos niños... con lo que no aprenden, con los que fastidian. En qué nos sirve el vínculo entre Julien y Elsa –que no es un vínculo escolar y parece lejano de aulas y recreos poblados de chicos– para pensar este atolladero en el que muchas veces se convierten las instituciones. Hay una niña allí que insiste con su presencia... y podríamos decir: vaya uno a saber por qué. No interesa, no es el asunto del relato; hay un vecino ensimismado… y hay mariposas. Es a través de las mariposas que aparecen en el recorrido de un viaje, que se produce el encuentro.
Freud decía en 1910 que la escuela debe despertar interés por la vida de afuera del mundo. Y que la escuela debería mostrarse como un adentro en relación a un afuera apetecible, y el maestro aparecer como señuelo. Deseo de enseñar. Deseo de enseñar el mundo. Aunque el mundo actual ha conmovido con su lógica de flujos financieros y flujos de información, muchos “adentro y afuera” creemos que se puede tomar este “deseo de enseñar el mundo” para pensar el vínculo educativo hoy. Julien vive en un mundo de mariposas, y la presencia preguntona de Elsa, lo mueve a hacer pasar algo de ese mundo. Las palabras comienzan a pasar como las cuentas de un collar. Si al comienzo fue el rechazo, el nudo de la película son las conversaciones sobre las mariposas, sobre el bosque, los animales, los cazadores…
Elsa comienza a contarse en ese mundo, tanto que hay asuntos que no admite: “¡Cazador furtivo!”, le arroja, con bronca a Julien. Lo que suscita ganas de saber se plantea como enigma, como lo que se esconde tras una puerta entreabierta. Vacío en el que algo de la transmisión opera.
Vacío que promueve una corriente subterránea (Freud, Sigmund, Sobre la psicología del colegial, 1914.), que permite que algo se ponga en movimiento. No sólo para Elsa, también para Julien. Es ese viaje, para ambos, una experiencia, algo vivo.
Quizás sea ésta la posibilidad para hacer con lo que aparece como detenido, para hacer diferencia en lo universal del malestar escolar, y para que el enseñar, tenga lugar.