Las sectas destructivas se sirven de un abanico de técnicas de condicionamiento y control, coercitivas y no éticas, cuyo fin no es otro sino el de anular la personalidad individual, y suplantarla por una nueva y grupal, donde se eliminen todas las adquisiciones y distinciones individuales.
En dicho sentido, el objetivo que las sectas persiguen implica la construcción de una nueva identidad que reemplace a la anterior a la vida en el grupo, produciéndose un fenómeno de disociación intensa entre lo que el individuo era antes de unirse a la secta, y aquello en lo que se convierte una vez que ha sido seducido y atrapado por ella.
Expertos en el arte de la seducción, los grupos sectarios apuntan esencialmente al reclutamiento por la emotividad, no siendo los aspectos doctrinales y el credo del grupo determinantes a la hora de producirse la conversión de un nuevo miembro. El famoso escritor, Aldous Huxley, ya lo sostenía al expresar: “La eficacia de una propaganda política y religiosa, depende de los métodos empleados y no de la doctrina en sí. Las doctrinas pueden ser verdaderas o falsas, pueden ser sanas o perniciosas, eso no importa. Si el adoctrinamiento está bien conducido, en la etapa adecuada de postración nerviosa tendrá éxito. En condiciones favorables, prácticamente todo el mundo puede ser convertido a lo que sea”. De esta manera reflejaba una realidad, muchas veces dejada de lado en el análisis de este fenómeno: no importan los dogmas, sino el método utilizado. Esa será la línea divisoria que separará a aquellos grupos con verdaderas características sectarias destructivas de aquellos otros, que aun pareciéndonos exóticos por sus creencias, poseen una dinámica y un funcionamiento que no es objetable sino en el terreno doctrinal o teológico que en un país que consagra la libertad religiosa como derecho, no debería admitir condena alguna.
Lo verdaderamente deslenable, aquello que debe ser objeto de reflexión y condena, es el engaño inducido con fines non sactos, proselitistas, cuyos objetivos no son sino los de incrementar el poder temporal del gurú o líder que controla estos grupos, o de inflar su personalidad totalitaria, consolidando así su psicopatología de base.
Y es que para conseguir sus objetivos, las sectas destructivas emplean técnicas que los especialistas han dado en llamar “de Reforma del Pensamiento”, que bien utilizadas y coordinadas llevan a suprimir la identidad del miembro y la creación de una nueva acorde con los objetivos, creencias y dinámica del grupo, dando lugar además a una verdadera pseudopersonalidad en individuos que al llegar a la secta tan solo se encontraban en un camino de sincera búsqueda espiritual o de sentido a sus vidas, o en un momento de crisis o vulnerabilidad personal.
Cuando una persona ingresa a un grupo sectario destructivo, cualquiera sea su origen y las creencias que este sostenga, el nuevo adepto será sometido a la imposición, velada e inducida en el proceso de adoctrinamiento, de una nueva y radical visión de la realidad, caracterizada, de acuerdo a los especialistas, por una llamada dinámica maniquea. Se le explica y se lo convence de que el grupo es el Bien mientras que la sociedad es el Mal. Se lo aísla, tanto física como psíquicamente. Se lo enfrenta, lisa y llanamente, con todo aquello que formaba parte de su vida anterior y de su existencia previa. Padres, familiares, amigos. El nuevo miembro comenzará a cancelar sus actividades; habrá un control de la información externa y solo recibirá a partir de allí los estímulos y materiales proveídos por la secta. Finalmente, esta persona, aislada del mundo exterior y con un sentimiento de inseguridad incrementado ante un mundo externo que percibe como hostil y hasta demoníaco, pasará a depender totalmente del grupo, constituido en su calidad de nuevo y verdadero hogar, la madre secta.
Los efectos producidos por este proceso de adoctrinamiento y condicionamiento al que son sometidos los nuevos miembros, y para el cual se hará uso además de variadas técnicas de manipulación psicológicas y fisiológicas, producen en la persona la perdida total de su marco de referencia previo, creando una sensación de impotencia, temor y dependencia al ser desprovisto de su sentido de sí mismo y del mundo que lo rodea. De esta manera, el siguiente paso será el de reinterpretar su propia historia, alterar su cosmovisión y aceptar una nueva visión de la realidad que será la del grupo sectario. Como consecuencia de ello, el grupo y nada más que el grupo será el nuevo y definitivo fundamento de su identidad, desarrollando una verdadera sociodependencia respecto a la organización sectaria, que lo convertirá en un agente utilizable para sus propios fines. Robert Lifton, psiquiatra norteamericano que ha estudiado las condiciones características de los ambientes totalitarios, señala el papel fundamental que cumple la doctrina sobre la persona y el otorgamiento de existencia que provee la secta, como fuente de reaseguro psíquico contra un vacío de sentido que seria insoportable para el miembro adoctrinado. El ambiente totalitario acentúa, de hecho, que los miembros son parte de un movimiento elitista y son los hombres y mujeres selectos del mundo. Si se van del grupo, cualquiera sea el motivo, vuelven a la nada. Esto, acompañado de una nueva visión sobre la persona humana, que se define desde y por su pertenencia al grupo, implica la total supresión de su individualidad, constituyéndose la secta en su única razón de vivir.
Por todo lo expuesto, se hace necesario un estudio serio y una sincera reflexión sobre una problemática que consideramos, trasciende la mera barrera de lo doctrinal y lo religioso, ya que no esta en discusión aquí la esfera de las creencias, dentro de la cual cada uno es libre de sostener y creer en aquello que quiera, con los límites impuestos por el respeto a los demás y a la persona humana; la problemática sectaria es una problemática esencialmente de carácter psicosocial por las consecuencias que estos grupos tienen para el individuo y la familia. Requiere de un abordaje interdisciplinario, donde la dimensión religiosa puede también estar contemplada, pero que no procure olvidar el verdadero peligro que representan las sectas y los grupos de manipulación: el de atentar contra la persona humana y la identidad de aquellos que caen esclavos de un Mesías, perdiendo la posibilidad de realizarse como personas libres.
Juan Manuel Otero Barrigón. Psicólogo (USAL). Terapeuta individual.