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9 DE MARZO DE 2011 | DONDE HUBO FUEGO

Mario Bunge en el diván

Debido a que el comportamiento irascible y descalificador de Mario Bunge, con respecto al psicoanálisis, es visiblemente irracional, propongo usar justamente esta herramienta, dada su especificidad en la exploración de lo irracional, para psicoanalizar a Bunge.

Por Jorge Ballario
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Dijo Andrés Rascovsky, el presidente actual de APA: “Bunge puede opinar lo que quiera, pero se nota que hay un obstáculo personal y conflictivo contra el psicoanálisis, que seguramente tiene que ver con su historia, y que el psicoanálisis mismo lo podría resolver.” (Diario Perfil. Argentina, 20/05/2010. Artículo: “Los psicólogos le contestan a Mario Bunge” (http://www.perfil.com/contenidos/2010/05/20/noticia_0028.html)

Por consiguiente, tomo la posta en este trabajo pendiente, con ánimo reparador del daño que esta persona injustamente intenta infligir a nuestra profesión. Si logro evidenciar que el psicoanálisis funciona hasta con su más encumbrado detractor, no hay duda de que habrá sorteado una prueba de fuego, y que además se resarcirá un poco de los agravios sufridos. Es sólo éste el punto que me impulsa a indagar en su psiquis y a conjeturar sobre sus motivaciones inconscientes, aunque también lo haré sobre sus hipotéticos intereses conscientes. Este hombre, con su animadversión y hostilidad al psicoanálisis, genera casi la certeza que debajo del umbral de su conciencia esconde algo analizable, algo irracional, que es lo que me propongo vislumbrar. Procuraré desmenuzar la lógica de su funcionamiento, esa especie de regocijo inconsciente que lo impulsaría a sus frontales embestidas.
Mario Bunge, con su discurso idealizado, se plantaría implícita y paradigmáticamente como alguien que está más acá del inconsciente freudiano; como alguien que se las arregla muy bien con un simple inconsciente científico, que no necesita más que eso para vérselas con su mundo interior. Probablemente partan de una necesidad propia el requerimiento de claridad y simplicidad para con los asuntos psicológicos, y la negación de la inexorable complejidad del psiquismo humano. Yo me propongo demostrar en este trabajo que Bunge no es la excepción, que él también posee un inconsciente que funciona al compás de las premisas y de los conceptos psicoanalíticos.
Si Bunge tuviese razón, si él hubiese descubierto algo que nosotros todavía no, entonces sí podría prescindir del inconsciente que postula Freud, para así contar únicamente con el científico, que es un reduccionismo. Pero, si tal como es previsible, Bunge funciona de acuerdo con los conceptos psicoanalíticos, se pondría en evidencia una vez más que el psicoanálisis es real y que los humanos cuentan con el inconsciente freudiano, dado que hasta el mismísimo Bunge lo poseería. Nada menos que el crítico más acérrimo y encumbrado que posee nuestra disciplina.
Por supuesto que en Bunge voy a practicar un psicoanálisis silvestre; es decir, fuera de la relación analista-paciente que genera el contexto psicoanalítico. Por consiguiente, careceré de la confirmación puntual sobre cada una de las interpretaciones que despliegue, que con un paciente real sí podría contar. Pero no importa: voy a trabajar como se suele hacer en los juicios, donde la sumatoria de pruebas o de evidencias hace que alguien resulte culpable –o inocente–, aunque ninguna evidencia en sí misma tenga la suficiente fuerza probatoria. De manera similar, aquí podremos reunir muchísimas evidencias sistémicas. Sistémicas en el sentido de que una sola o dos por separado no podrían probar nada; pero entre todas, y siendo partes de un todo articulado de modo coherente y funcional a una determinada posición subjetiva, sí. Aunque incluso, llegados a este punto, le sigamos concediendo a Bunge el beneficio de la duda, por principios y para no caer en una posición dogmática y absoluta como suele caer él en ocasiones.
Trataremos de detectar las coordenadas psicológicas del funcionamiento de Bunge, de manera similar a como hacemos los psicoanalistas con nuestros pacientes, aunque aceptando la gran limitación que este caso presenta, ya que no podremos contar con la fundamental cooperación de la persona analizada, cuyas palabras, gestos o reacciones nos suelen orientar en nuestro recorrido de la conjetura a la evidencia. Debido a este déficit, nuestras hipótesis nunca podrán ser confirmadas del todo; sin embargo, a partir de un inteligente cruce de datos e interpretaciones seguramente podremos obtener un alto nivel de coherencia en el armado de la trama subjetiva de nuestro paciente involuntario, y de esa manera acercarnos bastante a la verdad.
Con la técnica psicoanalítica, es muy probable que podamos reunir algunas evidencias de que muchos de sus argumentos son sólo racionalizaciones encubridoras de los móviles profundos que lo impulsan en esa dirección.
Al igual que hago con los pacientes, trataré de detectar la lógica mental profunda de Don Mario, la misma que lo impulsa constantemente a sus gozosas embestidas. Luego, es probable que también pueda detectarla en muchos otros de sus actos.
Es más la posición subjetiva de Mario Bunge, la que determina su ataque al psicoanálisis, como asimismo a todo lo que él llama pensamiento oscurantista, que las supuestas elucubraciones epistemológicas, o los argumentos que esboza, que de por sí son bastante infantiles, y que más que razones son racionalizaciones. Mario Bunge, mediante sus arrebatos verbales, procuraría huir del temido oscurantismoo; pero recae inconsciente e irónicamente en otro oscurantismo de signo contrario, una posición subjetiva que asume al tomar actitudes irracionales o retrógradas, aunque pretenda teñirlas de cientificidad.
Si Bunge llegase a leer el trabajo, es probable que lo niegue, dado que difícilmente reconozca en él mismo una instancia inconsciente tan poderosa. Es por eso que otra finalidad del escrito es que ilustre la manera en que funciona la mente de un gran negador profesional; que el lector pueda vislumbrar las evidencias de su "infortunio"; que queden claras las racionalizaciones disfrazadas de argumentos científicos o epistemológicos; que sus diversas conductas muestren algunos conceptos psicoanalíticos. En suma, que su psicoanálisis sea una buena manera de explicar y graficar dicha práctica terapéutica.
A esta altura podemos proponer la siguiente hipótesis: “Mario Bunge edificó un mundo certero y racional por no atreverse a vivir el otro mundo, el que manifiestamente detesta, dado que es algo reprimido en él y que por ende sólo puede percibir en los otros. El gozoso, intenso y constante combate que efectúa del oscurantismo externo es lo que nos permite conjeturar un oscurantismo interno inconsciente, que naturalmente no puede hacer consciente”.

Los cientificistas

Para iniciar el análisis de Mario Bunge nos será de suma utilidad internarnos en las motivaciones profundas de los cientificistas, los hiperracionalistas y los positivistas.
Según Ortega y Gasset, la historia de la Filosofía se divide entre los filósofos que tienen necesidad de saber, y los que tienen temor al equívoco. Por consiguiente, a los investigadores, científicos o pensadores podríamos ubicarlos –a su vez– en cada uno de esos dos grupos, conforme a lo que prevalece en ellos en su relación con el saber: necesidad de saber o temor a equivocarse. De esta manera, ubicaríamos a los más audaces en el primer grupo, y a los más temerosos en el segundo. Este último incluiría a los que requieren la certeza para no vérselas con lo desconocido, o con la ambigüedad, o con la ambivalencia; es decir, con muchas de las características de la extremadamente compleja vida humana –tanto en su aspecto individual como social–, que los racionalistas pretenden "ilusoriamente" controlar.
En un intento por detectar las coordenadas argumentativas y de la motivación de estos racionalistas, podemos atribuirles un genérico deseo cientificista, cuyo contenido fundamental sería “que no haya más misterio”, o “el fin del misterio”. Estos negadores –o, en el mejor de los casos, disciplinadores del inconsciente humano– desearían erradicar de la faz del planeta la dimensión simbólica o metafórica, dado el peligro que entrañaría para ellos y para los poderosos intereses que, solapadamente, los apañan y premian. Parece que no quisieran asumir sus subjetividades como una construcción mítica, con una gran porción inconsciente y llena de simbolismos que no sólo no entienden, sino que además los gobiernan. Y lo peor es que ni siquiera sospechan la fatal lógica que los habita, aunque muchos de ellos consagran sus vidas a combatirla. ¡Realmente penoso!
Las personas que rechazan enérgicamente los asuntos que ellos tildan de oscurantistas, suelen ser individuos que tienen un particular temor por dichos asuntos, ya sea por las repercusiones inconscientes que los mismos les promueven, o porque no pueden reconocerlos como propios. Sabemos que “lo indeseable” en uno mismo, conlleva la potencialidad inconsciente de ser proyectado en el mundo externo, para así desatar un ferviente deseo de eliminarlo de los otros –y, de ser posible, de la condición humana–. Por consiguiente, de modo “mágico” desaparecería de ellos mismos. Una verdadera situación tragicómica. Los cientificistas no toleran la manifestación de irracionalidad, por eso la niegan y procuran actuar como si no existiese en ellos. Pero el síntoma es que ven en los otros lo que no pueden ver en ellos mismos, y entonces recargan las tintas en el combate contra sus propios fantasmas encarnados afuera. Lo tildado de oscurantista, de irracional o de pseudociencia se transforma en su objeto de ataque.
La animadversión que sienten, muchos de ellos, contra el psicoanálisis, se debería, además de al hecho de desconocer su lógica profunda, también a no poder aceptar plenamente la existencia de una instancia mental inconsciente en ellos mismos. Un psicoanálisis desprestigiado y casi inexistente, en consonancia con sus deseos, les permitiría continuar conviviendo con sus ilusas conciencias absolutas, sin obstáculos que no puedan ser sorteados mediante la hiperracionalidad que veneran.
Estos positivistas, cuando se inmiscuyen en sus respectivos goces críticos, se mimetizan con una especie de antisabiduría, que les bloquea tenazmente ciertas percepciones, aún cuando puedan alcanzar elevados niveles de creatividad en otras áreas no conflictivas de sus vidas, como en el caso de Mario Bunge.
Gran parte de los cientificistas hiperracionalistas son muy torpes para entender las sutilezas de lo psíquico, y por ende del psicoanálisis. Ya se sabe que la formación en esta disciplina requiere haber pasado por la experiencia del inconsciente en el diván. A muchos de ellos les molesta que haya un bastión del saber inaccesible, y de ahí al ataque suele haber un paso. Este rechazo –para tranquilidad de ellos– es ya un dato científico, dado que hoy día es demostrable la activación de los circuitos cerebrales del displacer frente a lo no comprendido.
Parecería que el psicoanálisis buscara penetrar las inmaculadas racionalidades de muchos cientificistas. De ahí que se resistan con alma y vida a perder su virginal condición. Sus puros, castos e hiperracionales mundos mentales se ponen en guardia para defender tenazmente esa celestial pureza. Estos in-dividuos son verdaderos apóstoles de la racionalidad, además la posición subjetiva que ocupan, irónicamente no es una elección racional –como ellos ilusoriamente creen–. Sus solapados “cerebros” los impulsan de una manera tal, que no pueden siquiera sospechar del asunto tragicómico que los habita.
A determinados cientificistas se los podría considerar como la comprobación empírica de varios conceptos psicoanalíticos, dado que de cara a lo que odian, o al menos antipatizan (el psicoanálisis, en este caso), se comportan como cualquier humano al acecho de lo pulsional. Pulsión, goce, resistencia, defensa, deseo y muchos otros conceptos son graficados con gran elocuencia por estos pedagógicos personajes en sus frecuentes y combativos actos, que si sabemos interpretarlos serán de gran ayuda para comprender mejor el psicoanálisis.
Carl Jung decía que: “El racionalismo mantiene una relación de complementariedad con la superstición. Es una regla psicológica que la sombra aumenta proporcionalmente con la luz; así, pues, cuanto más racionalista se muestre la conciencia, más ganará en vitalidad el universo fantasmal del inconsciente”.

El mundo feliz

La pulsión y el goce son dos conceptos psicoanalíticos emparentados. La pulsión, es un proceso dinámico consistente en un empuje que hace tender al organismo hacia un fin. Gracias al objeto –que puede ser una situación, una persona, un animal o alguna cosa–, la pulsión –es decir, esa carga energética corporal o factor de motilidad– alcanza su fin, que es descargar la excitación del cuerpo. El goce, para el psicoanálisis, está vinculado a la descarga pulsional, y se diferencia del placer, en que no requiere, como éste, la disminución –gradual o súbita– de las tensiones del aparato psíquico al nivel mínimo, tal como ocurre cuando sentimos placer. El goce, por lo tanto, está constituido por nuestra relación subjetiva con las palabras, y concierne principalmente al deseo inconsciente; en otras palabras, se sitúa en la intersección del lenguaje con el deseo en el hombre.
Es entonces la pulsión y su goce concomitante, que siempre se manifiesta en el cuerpo del involucrado –ya sea de manera solapada o visible, y en forma placentera o padeciente–, lo que impulsa muchas veces a determinados personajes cientificistas a funcionar tal como lo hacen.
Mucha gente piensa que alguien muy prestigioso como Mario Bunge, con una gran trayectoria académica y que ha realizado una prolífica obra científica, al opinar sobre cualquier tema, goza de una especie de infalibilidad. Sin embargo, esto no es así. Cuando Mario Bunge habla o escribe sobre psicoanálisis, lo suele asaltar una gozosa atmósfera interior de aversión; actuaría un repertorio pulsional que lo impulsa al combate. Es bastante evidente cómo se transforma al opinar sobre ese tema, incluso los cronistas que lo entrevistan suelen dar cuenta de esa alteración que se produce en él. Muchas fotos suelen captar su gesto suficiente, y delatan cuánto disfruta del efecto de sus irreverencias. Esto también se puede constatar en los videos que lo registran. Él verbaliza y gesticula su agresión oscilando entre la ironía y el sarcasmo, al tiempo que exacerba su estilo confrontativo, intolerante y descalificador; pareciera que pretende mágicamente abolir el objeto supremo de su odio: el psicoanálisis y sus representantes. Lo irónico de esta situación, es que prácticamente la única disciplina capaz de dar cuenta de esa escisión de su personalidad, y de sus causas, es precisamente el psicoanálisis, aunque sólo si se prestase al juego terapéutico.
La normal escisión de su personalidad en una parte consciente y otra inconsciente se puede ver con bastante claridad en lo que acabo de describir. Vislumbramos además su entrega a esa gozosa compulsión que cada tanto lo asalta, que no es más que la contratara de su proverbial resistencia a percatarse de estos asuntos.
Por otra parte, sabemos que el amor y el odio están en la misma senda. Casi todos hemos experimentado en algún momento el paso de un extremo al otro en esa huella mental que conecta el amor con el odio, ya sea por algo o por alguien. Se trata de la famosa ambivalencia de los sentimientos, que en la dinámica de Bunge estamos constatando. Los psicoanalistas también conocemos que el odio se suele edificar sobre la base de un amor reprimido –pero eso en Bunge sólo podemos conjeturarlo, dado que la única manera de confirmarlo es con su contribución, y es altamente probable que no desee participar–. ¿Cuál sería entonces el objeto de amor de Bunge que su aparato psíquico reprimió? Éste es un interrogante crucial que trataremos de dilucidar en el transcurso del presente trabajo. La posible respuesta que hallemos nos permitirá detectar las coordenadas psicológicas claves de nuestro analizado involuntario. Pero no hay que perder de vista que lo fundamental es lo que este análisis conjetural y didáctico nos puede aportar al permitirnos visualizar algunos de los principales conceptos e ideas del psicoanálisis operando en su subjetividad.
Bunge considera al psicoanálisis como la pseudociencia más exitosa, y paralelamente es la que más ataca. ¿Qué ocurre? ¿Le promueve algo de envidia el éxito de esa disciplina? ¿Siente en lo profundo que la filosofía científica que desarrolló nunca va a tener el éxito del psicoanálisis, ni de su creador? ¿Rivaliza con Freud por un lugar en la historia? Tal vez intuya que la única manera de obtener más visibilidad es reduciendo el tamaño de la figura de Freud para que su sombra no lo cubra.
En consonancia con estas ideas podemos agregar que hace algunos meses, Mario Bunge, coincidentemente con sus noventa años, realizó una maratónica visita a nuestro país, a “la patria”, según sus palabras, donde concedió más de diez entrevistas, y otro tanto de conferencias. En esta visita generó una sistemática y virulenta enbestida contra el psicoanálisis. ¿Cuál será la motivación profunda de este incansable guerrero, que ni la edad parece detener en sus frontales combates? Por el contrario, todo parece indicar que su creciente e indómita compulsión por trascender es la genuina ganadora de esta batalla, que antes de todo se libró en su mente. Una verdadera “patriada”, de este pretendido “patriarca del pensamiento”. No hay que olvidar que etimológicamente “padre”, “patrón” y “patria” tienen un origen común, y tal vez el hipotético deseo de Bunge de destacarse en esta región sea como una asignatura pendiente: de lograrlo, emularía a su padre, dado que éste sí se destacó en America Latina por ser un pionero de la medicina social.
Si el deseo de Mario (el “hijo del PADRE”), se cumpliese absolutamente, y no quedara en el futuro ningún vestigio de lo que llama “pseudociencias” y “oscurantismo”, y todo se redujera al “mundo feliz” que posee como supremo anhelo en su cerebro, entonces él lograría la máxima transcendencia; en otras palabras, maximizaría su obra y beneficio personal.
Bunge, cuando se halla en su faz beligerante, procura darle visos de racionalidad a su irracionalidad temporal, usando una teoría epistemológica en la que cree fervorosamente para refutar otra/s teoría/s que para él serían heréticas. Por ejemplo, mediante una teoría sobre lo que es o no es ciencia, combate otra teoría: el psicoanálisis. Pretende abolir con una teoría otra teoría.
Bunge antes que nada es un hombre de fe, que en nombre de LA CIENCIA se comporta metafóricamente como un cruzado medieval que lucha por su religión. No me caben dudas de que a Mario Bunge, en las entrañas mismas de su racionalidad, lo habita una cautivante religiosidad.
En una entrevista, este hombre dijo sobre Ernesto Sabato: “Fui alumno de él y lo quiero mucho, además de por lo que es en sí, porque me puso en contacto con Guido Beck. Además es un gran novelista y tuvo la gran valentía de dejar la ciencia para dedicarse al arte”
“La gran valentía de dejar la ciencia para dedicarse al arte” . ¿Por que para Bunge alguien que cambia la ciencia por el arte posee una “gran valentía”? Será porque se anima a vérselas con sus fantasmas y procura trascender sus racionalizaciones; justamente, Sabato en varias ocasiones comentó que con la ciencia no hallaba la respuesta deseada, y que en cambio con el arte pudo atemperar mejor su fantasmática. Tal vez Bunge, de manera consciente o inconsciente, intuya que sólo con los reduccionismos y certezas científicas nunca va a poder vérselas con su ambigüedad subjetiva, ni con sus contradicciones básicas, ni con sus conflictos profundos.
En suma, nunca va a poder con la fenomenal complejidad mental que cada singularidad humana posee. Curiosamente esta elogiosa y excepcional admiración por Sabato –dado todo lo que éste hizo por él– devendría crítica férrea y despiadada hacia los que considera en la vereda de enfrente de la ciencia como los oscurantistas o macaneadores filósofos postmodernos y los psicoanalistas. Con estos es aún más duro, a pesar de que son trabajadores vinculados al “arte” de curar. ¿Será odio el sentimiento que lo impulsa en esta enbestida despiadada hacia los profesionales capaces de vérselas con el laberíntico psiquismo humano? ¿Será que los psicoanalistas, juntos a nuestros pacientes, podemos hacer algo que él no se atrevió, y que por eso nos envidiaría? Es sugestivo, dicho de paso: mientras él transita por la vida de la mano de la ciencia, nosotros nos atrevemos a enfrentar oscurantismos, tanto propios como ajenos.
Bunge combate al psicoanálisis con todas sus fuerzas desde sus 18 años, y no se detiene ni aun pasados los 90. Al parecer, él construyó un mundo mental feliz con cosas claras y exactas. Desde ese lugar combate todo lo que amenace con sacarlo de allí. En un artículo suyo publicado por el diario La Nación nos comenta:
“(…) en la década de 1930 (…) abrieron sus consultorios los primeros psicoanalistas porteños, tales como Arminda Aberastury y su hermano Federico. Yo fui amigo de Federico poco antes de que enloqueciera, e incluso presencié una sesión con una pareja de pacientes suyos.” (Diario La Nación. Argentina, 27/04/10. Artículo “La psicología argentina recién está naciendo” (http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1258588)
El enloquecimiento de un psicoanalista, como de cualquier otra persona, es un hecho excepcional; es una desafortunada experiencia que habría que ver cómo operó psicológicamente en Bunge, y luego qué consecuencias le acarreó a nivel de sus convicciones. Además esa única sesión que presenció al amparo de su amigo… ¿cómo habrá sido? Es muy probable que no tan buena, dada la artificialidad que se genera en la relación paciente terapeuta al incluir un tercero. Además, si un tiempo después el analista enloqueció, es casi seguro que poseía una estructura psicótica de personalidad. Difícilmente alguien así, con un serio déficit permanente en su capacidad metafórica, pueda haber sido un buen psicoanalista.
Si tenemos en cuenta que tal vez Federico fue el único amigo psicoanalista que tuvo Mario Bunge, podemos concluir en que su contacto afectivo con el psicoanálisis se dio de la peor manera, y que esa mala experiencia muy probablemente haya contribuido en forma negativa en su percepción de la disciplina investigada.


La senda paterna

En un reportaje a Mario Bunge, se afirma que “su carrera largó en la Química, practicando de contrabando en los laboratorios que la UBA tenía en la calle Perú, y al que un amigo le daba acceso. Fue su padre quien disuadió sus aspiraciones de físico. (…) Al cabo de un año volvió a hablar con él y logró cambiar a la carrera que quería”. (Diario Clarín. Argentina, 23/05/04. Artículo “Mario Bunge ataca de nuevo” (http://www.clarin.com/diario/2004/05/23/sociedad/s-764204.htm)
Según reza el viejo dicho popular, para muestra basta un botón. En ese relato el periodista nos permite apreciar la sumisión y el respeto que Mario Bunge le profesaba a su Padre. Mario era un “chico obediente” y prosiguió siéndolo toda su vida, aunque en modo metafórico: lo fue con respecto al mundo simbólico que se estructuró en su mente y que representa, a grandes rasgos, las características paternas.
En otra entrevista, su interlocutor le realiza la siguiente pregunta “¿Tuvo alguna influencia familiar que lo empujara a decidirse por el estudio de las ciencias?” Mario Bunge responde: “No había antecedentes científicos en mi familia –hay que considerar que en aquella época los científicos se contaban con los dedos de una mano–. El ejemplo más cercano a las ciencias fue mi padre, que era médico. Le interesaba principalmente la medicina social, en la que fue pionero en América Latina. También fue el primer sociólogo empírico –porque los demás eran sociólogos de sillón y se dedicaban a citar autores–. Otra de sus actividades fue la política: siendo estudiante de medicina se afilió al Partido Socialista, y del 16 al 36 fue diputado.” (http://www.fcen.uba.ar/publicac/revexact/exacta11/entrevis.htm)
En un video de YouTube, Bunge comenta: “Mi papá era afectivo, muy afectivo. Mi mamá también; ambos eran muy afectivos. Afectivamente eran padres excepcionales (…) El afecto es tal vez el aspecto más sobresaliente de la personalidad de mi papá: era hiperafectivo.” (http://www.youtube.com/watch?v=5sfjp8TiauY)
Don Mario es un chico amado por su Padre, que, sublimación mediante, nunca dejó de recrear ese amor. Lo obtuvo en forma de prestigio, de reconocimiento, de premios.
Vamos a incluir aquí otro de los conceptos psicoanalíticos para que se aprecie como operaría en él. Se trata de la transferencia, referida a la actualización de los sentimientos que experimenta un individuo, al recrear mental e inconscientemente, en situaciones actuales, personajes y hechos significativos de su pasado. En ocasiones, el proceso puede hacerse consciente, cuando la reminiscencia despertada en determinadas circunstancias, lugares o encuentros con personas en el presente, nos recuerda cosas casi olvidadas, y así nos muestra la conexión sentimental con aquellas vivencias antiguas. Por consiguiente, la Ciencia en Mario Bunge representaría simbólica y transferencialmente –es decir, en concordancia con la definición anterior– a su Padre, a este excelente y prolífico Padre, médico pionero de la medicina social, sociólogo empírico, diputado socialista y además alguien hiperafectivo. Nobleza obliga. Indudablemente el pequeño Mario creció embelesado por semejante PADRE, y en algún momento de su niñez o adolescencia, en forma inconsciente, se identificó con él, adoptando su impronta: al igual que su Padre, él también es todavía un prolífico científico con vocación social. No hay que olvidar que fundó la Universidad Obrera, además de interesarse durante toda su vida por los asuntos sociales. También al igual que su Padre le interesan las cuestiones empíricas, e igualmente experimenta aversión hacia los intelectuales de sillón, que se basan en la obra de autores.
Ahora vamos a complejizar un poco más la cosa agregando otra noción del psicoanálisis; se trata del Otro (con mayúscula); este concepto se refiere a una construcción psíquica inconsciente. Sería algo así como la dimensión de la autoridad estructurada en la mente del niño, como una huella mental emanada del ejercicio de amor, poder y autoridad que los seres primordiales –usualmente los padres–, efectuaron en él. En cambio, el otro (con minúscula) es el semejante, más cercano a los procesos conscientes del individuo.
Lo de Bunge es una cuestión de ofrenda al Otro. Gran parte de su vida y su obra posiblemente las haya consagrada al Otro. Además es un celoso guardián del saber del Otro. En don Mario, evidentemente que anida una cuestión religiosa.
Bunge, en una entrevista que le hizo la revista Viva hace unos años, se consideraba el hijo rebelde, “la oveja negra” de una familia tradicional. A mí me parece que es una oveja no tan negra, ya que en lo esencial no se sale de la “senda paterna”, sino que pone énfasis en atacar a los que él cree que se salieron de ese intachable camino. Como, por ejemplo, los psicoanalistas macaneadores, o los filósofos oscurantistas; es decir, los que no eran empíricos y “se dedicaban a citar autores”. Por estos grupos de personajes antipatizaban tanto su padre como él mismo. Tal vez es una necesidad psicológica en él esto de sentirse una oveja negra. Sería como tomarse un recreo mental de la constante buena senda paterna por la que profundamente sentiría que debe proseguir. Entonces sus bravuconadas le permitirían sentirse libre, pero sólo en forma ilusoria: en lo real, no puede torcer su alienada identidad. La sintomática situación descripta, nos permite vislumbrar, tal como lo estamos haciendo, algunos de los principales conceptos del psicoanálisis operando en él.
Es casi seguro que el odiado psicoanálisis –tal como lo mencioné antes– le vendría muy bien a don Mario para que se pueda reconciliar con la vida y deje de huir frenéticamente por la “buena senda” del “buen pensar”. Tal vez, si se animase, todavía estaría a tiempo de resolver su conflicto básico y enfrentar el oscurantismo de su psiquis. Cuando lo haga, seguramente se va a dar cuenta de que los peligros que husmeaba en el mundo externo no eran tales, que eran sólo asuntos inconscientes de vieja data, que una vez resueltos le permitirán estar en paz. Las sistemáticas y aparentemente audaces descalificaciones que pregona contra el oscurantismo, en realidad se corresponderían a lo opuesto: un crónico temor a vérselas con su propio oscurantismo inconsciente. Si no fuese porque hay una implicación emocional e inconsciente de él en esos asuntos no tendría esa sintomática y gozosa compulsión que lo caracteriza.
Él no puede desacatar el discurso científico, debido a que eso sería como desacatar su legalidad interna o sus instrucciones mentales primordiales; o, en todo caso desobedecer a su PADRE interno. Por consiguiente, desobedece las convenciones y los formalismos, dado que ese acto no le genera ningún conflicto; por el contrario, así puede darle rienda suelta a su goce: descalificar ferozmente las pseudociencias o los discursos enemigos. Lo que no puede hacer en un nivel lo sobreactúa en el que sí puede. Su desafío personal sería poder ir más allá de la única realidad discursiva que profesa; abrirse mentalmente a otros campos no explorados, dado que él desde siempre tuvo vedada la posibilidad de comprender en profundidad lo inconscientemente rechazado; sólo puede comprender plenamente el campo discursivo de lo que su legalidad interna le facilita, o, con otras palabras, lo que su mundo simbólico e inconsciente le permiten; de lo demás huye o procura mágicamente aniquilarlo, para de ese modo mantener a raya los fantasmas que lo acechan.
En la citada entrevista del diario Clarín, el entrevistador comenta que “Bunge se dedicó a la epistemología (…) junto con la filosofía, materia sobre la que jamás tomó un solo curso regular desde que huyó de las clases a las que entró como oyente siendo un chico. Lo que sabe y enseña lo aprendió leyendo por su cuenta libros y revistas especializadas. Paradójicamente, el autodidacta da cursos regulares como titular de la Cátedra Frothingham de Lógica y Metafísica de McGill University, en Montreal, desde hace décadas. Hijo de una de las familias más tradicionales del país, heredó de su padre médico y diputado socialista la pasión por las ciencias y cierto espíritu rebelde.” (Diario Clarín. Argentina, 23/05/04. Artículo “Mario Bunge ataca de nuevo” http://www.clarin.com/diario/2004/05/23/sociedad/s-764204.htm)
¿Por qué huyó de las clases? ¿Que diferencia existe en aprender con un profesor y hacerlo solo? ¿Será que al hacerlo solo no tiene que enfrentar al autor, o a la autor-idad que representa dicho saber? En cambio, sólo tiene que vérselas con textos. Justamente éste sería el punto por el cual combate a las pseudociencias, que éstas dependen de una autor-idad que las creó; en cambio, lo que le otorga valor a los conocimientos científicos es su comprobación, y por ende su prescindencia de la figura de la autoridad. Él, al rechazar toda autor-idad intelectual externa, expresaría un profundo y vedado deseo de rechazar la autoridad interna estructurada en su psiquis.
Frente a la filosofía tuvo una actitud ambivalente porque no huyó en forma absoluta de toda la disciplina; huyó de una parte, de lo incomprensible para él, del oscurantismo postmoderno; sin embargo hizo su formación filosófica de manera autodidacta. Toda su obra se puede pensar como una fuga; la propia filosofía científica que desarrolló, sigue siendo un intento de evasión de sus fantasmas.
La huida de Bunge comenzó en su adolescencia, o tal vez mucho antes, cuando dando sus primeros pasos se introdujo en el mundo paterno de las certezas; la necesidad de las mismas lo marcó inconscientemente como un filósofo temeroso, parafraseando a Ortega y Gasset.
Abrazar la filosofía científica le aseguraría mantener su goce inconsciente intacto, no ir más allá de lo que su padre simbólico –interiorizado– le permite; de allí que se comporte ambivalentemente con los que sí lo hacen. Por ejemplo, y tal como vimos antes, admira a Sabato, dado el compromiso afectivo que lo une, pero detesta a casi todos los otros con los que no se involucró. Él sería rebelde, pero practicaría una especie de rebeldía controlada casi científicamente, dentro de ciertos límites que le aseguren no incursionar de modo subjetivo por los territorios prohibidos en su inconsciente; territorios que lo asustan como a un chico que huye. Tal vez gran parte de su carrera académica y científica ha sido construida excluyendo lo prohibido en su interior. Los síntomas, como siempre, delatan esta situación: él excluye y denigra a las pseudociencias, pero de manera especial se ensañó con el psicoanálisis y la figura del psicoanalista: ¿el Padre? Precisamente esto es lo que representa en la transferencia dicha figura.
Bunge sufre un bloqueo emocional en torno a lo que él llama oscurantismo. Este significante no le resulta indiferente. Por el contrario, es capaz por sí solo de impulsarlo con energía a la acción, a la acción defensiva; y, como no hay mejor defensa que un buen ataque, él ataca. Estaría en juego en este punto un profundo temor a lo irracional de él mismo, a vérselas con lo que devino prohibido dentro de sí. Esto para nada impide que alcance altos rendimientos intelectuales en las áreas no conflictivas de su vida mental, como de hecho le ocurre. Él ha producido una prolífica e interesante obra en diversas áreas no conflictivas de su quehacer profesional, pero al mismo tiempo posee el mencionado bloqueo emocional que, como vimos, remite a su propio oscurantismo mental; es decir, a sus conflictos no elaborados y que lo impulsan a la sobreactuación: esto de no poder desobedecer a su “papá interno”, a su “papá simbólico”; o, si se lo prefiere, a sus asuntos inconscientes no elaborados. Éste es el meollo de la cuestión: a él lo habita preponderantemente el discurso paterno, germen simbólico de su fervorosa y hasta religiosa adherencia al discurso científico. Por esta “senda mental paterna”, la creatividad fluye con generosidad; en cambio, frente al amenazante oscurantismo, la misma se bloquea, y por ende el entendimiento se reduce, la impotencia y la hostilidad crecen. Ese dinamismo psicológico lo prepara y lo impulsa al combate, para procurar de modo mágico aniquilar a su odiado rival imaginario. Su propia intelectualidad se organizó en torno a esa compulsión. Es bastante difícil que pueda dejar de emular el discurso paterno que mamó en su infancia y adolescencia, y que se constituyó en su subjetividad. Es muy posible que mediante las bravuconadas combativas, que al menos despliega desde su temprana juventud, se haya ganado el apodo de “oveja negra”, según sus propias palabras. La orgullosa visión de sí mismo que este mote le propicia estaría al servicio de otorgarle un consuelo psicológico: hacerlo sentir como alguien que se re-vela, cuando en realidad –y desde una óptica psicoanalítica– ese apodo vela justamente la imposibilidad profunda de re-velarse del fundamental discurso que lo constituyó.


Razones irracionales

En otra entrevista a Mario Bunge, el periodista le efectúa la siguiente pregunta: “¿Considera que tiene algún sentido hablar de filosofía en una sociedad tan condicionada por la así denominada "muerte del pensamiento" o por el "pensamiento débil"”? Él responde: “Es verdad que el posmodernismo, y en particular el llamado "pensamiento débil", han hecho estragos en las facultades de humanidades. Pero, desde luego, no ha afectado a las facultades de ciencias, ingeniería, medicina, ni derecho. En éstas hay que pensar correctamente y hay que controlar la imaginación con datos empíricos. El "pensamiento débil" sólo incapacita intelectualmente a estudiantes de las facultades de humanidades.” (http://www.tendencias21.net/Mario-Bunge-la-filosofia-no-ha-muerto,-pero-esta-gravemente-enferma_a150.html)

Cuando Bunge despotrica contra el pensamiento débil, ¿recordará que el pensamiento débil tiene su lógica, y que es el que más estimula la creatividad por justamente alimentar la fantasía y reducir la autocensura? Ahora veamos: él se considera alguien muy creativo, y seguramente lo es. Es sabido que la intuición, la creatividad y la imaginación, entre otras capacidades mentales, son las que posibilitan, tanto las destrezas artísticas como las habilidades para proponer, investigar y comprobar con gran rigurosidad los diversos temas científicos. Precisamente él, el propio Mario Bunge, constituye una prueba viviente de esto. ¿Por qué entonces, alguien que sabe, o en todo caso debería saber muy bien que la creatividad, la intuición y la imaginación están en la base de las creaciones más sublimes del espíritu humano, combate ese mundo que al mismo tiempo tanto usufructa? ¿Qué lo mueve a destruir para los otros algo que él usa? ¿Una simple ignorancia de este tema? ¿Algo gozoso o pulsional, que aunque racionalmente se pueda dar cuenta de que no es tan así, lo mismo lo impulsa a hacerlo? Es cierto que no podemos responder con precisión a estos interrogantes dado que nos falta la genuina colaboración de él mismo, contribución que casi siempre se da en el contexto psicoanalítico entre un psicoanalista y su paciente. El Sr. Bunge tal vez no sepa que el psicoanálisis es prácticamente la única disciplina que le puede otorgar un saber sobre lo que le pasa en lo profundo; un saber acompañado de múltiples evidencias, muchas más de las que podría reunir el azar. El psicoanálisis puede comprobar lo que surge de los enunciados de un paciente. Pero, para que ello ocurra, el afectado se debe someter a la lógica psicoanalítica de modo genuino; es decir, que debe desear indagar sobre lo que le pasa para poder reducir o eliminar su mal-estar.
A la posición que Bunge ocupó en su vida, su posición neurótica o su posición fundamental subjetiva, se la podría describir como la de un “chico obediente” que nunca se salió de la “buena senda paterna” y que a su vez la defendió a capa y espada combatiendo a sus fantasmáticos enemigos estructurales que constantemente encarnaban en personajes externos (los charlatanes, los macaneadores… o los psicoanalistas, por ejemplo). Esta dinámica ecuación mental, desde la perspectiva del éxito profesional, indudablemente que le vino muy bien porque contribuyó con su excelente destino. Lo que le ocurrió a Mario Bunge no es muy diferente a lo que les ocurre a los numerosos neuróticos que pululan diariamente por los consultorios psicológicos. La diferencia crucial entre la mayoría de los pacientes y un selecto grupo minoritario de personas como él, es que en estos últimos sus respectivos guiones mentales inconscientes son bastantes compatibles con sus aspiraciones yoicas, y por lo tanto no les producen grandes contratiempos a lo largo de sus vidas; como consecuencia, no hay necesidad de remover nada. Además el éxito suele funcionar como una confirmación de que las cosas están bien.
En un psicoanálisis real, en donde alguien se queja de lo que le pasa, se busca modificar dicha posición subjetiva sufriente. Al parecer, Bunge estuvo exento del sufrimiento, pero no del síntoma. A éste lo podríamos vislumbrar como la dogmática y obsesiva contribución a la ciencia que realizó, y como una proverbial intolerancia combativa que lo caracteriza, dirigida contra los que no comparten su visión. Pero, aunque su posición singular no le haya acarreado un gran malestar, constituye un buen ejemplo de hasta que punto una posición subjetiva profunda condiciona y hasta determina la vida de un hombre.

Quiero finalizar diciendo que de algo podemos estar bastante seguros: las respuestas a las cuestiones tratadas aquí se hallan más del lado del diván que de la ciencia.

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