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3 DE ENERO DE 2011 | ACTUALIDAD

Con amor de madre

Reflexiones sobre la muerte, la impunidad y el padecer de miles de familias en México. A propósito de la muerte de Marisela Escobedo Ortiz, cómo la justicia puede resolver una herida que quedará abierta por siempre.

Por Camilo Ramírez Garza
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A la desgarradora experiencia de perder a un hijo de manera cruenta, miles de madres en México, deben padecer igualmente el crimen de un deficiente sistema de impartición de justicia, el cual, sirviéndose de la impunidad y corrupción, realiza de manera velada y abierta, una violencia y crimen mucho mayores: no dar garantías mínimas de seguridad y protección a sus ciudadanos, ya no digamos previas mediante la prevención del delito, sino después, con la ejecución de procesos y penas para quienes delinquen.

A la desgarradora experiencia de perder a un hijo de manera cruenta, miles de madres en México, deben padecer igualmente el crimen de un deficiente sistema de impartición de justicia, el cual, sirviéndose de la impunidad y corrupción, realiza de manera velada y abierta, una violencia y crimen mucho mayores: no dar garantías mínimas de seguridad y protección a sus ciudadanos, ya no digamos previas mediante la prevención del delito, sino después, con la ejecución de procesos y penas para quienes delinquen. Lo ideal: al haber justicia no solo se pone en su lugar a cada cual, sino sirve, por que no decirlo, para el descanso de familiares y amigos y la sociedad en general, en particular de los padres. Finalmente la muerte de nuestros seres queridos no quedó impune y su crimen fue sancionado. Ahí Derecho cumpliría su objetivo de ser garante, mientras que en otros casos la justicia espera indefinidamente al estilo de la serie “Cold case”. Como es el caso de los crímenes masivos del 68y 71 en México, que a pesar de conformar una comisión especializada para dichos delitos del pasado, la justicia no ha tenido lugar.

En muchas experiencias de desapariciones y secuestros, los padres solicitan clamorosamente al menos saber donde está su hija, su hijo, para así poder descansar, rendirle homenaje, llorar su memoria. Recuerdo que Nelson Vargas en repetidas ocasiones así lo manifestaba, como miles de padres a todo lo largo y ancho del país. Pues contar con un cuerpo y una sepultura es el inicio del descanso, del duelo, tanto del aquejado por el crimen como para la familia. Cuando esto falta, el amado familiar está en todos lugares y a la vez en ninguno. Cuando se trata de una muerte por un crimen, además del inmenso dolor -¡Las palabras no alcanzan!- se añade la de experimentar en la pasividad e impotencia un acto radical ejecutado por alguien, conocido o desconocido, que en un solo instante, hizo de nuestra vida algo diferente, sin marcha atrás. “Yo ya no tengo nada que perder, estoy muerto en vida” (Nelson Vargas)

Los por qués se multiplican y encuentran, cuando no el silencio, las mil posibilidades explicativas, cada una es un intento por capturar lo imposible, el sentido de la muerte, del acto loco, criminal, performativo, incluso desconocido para quien lo ejecutó. De ser los asesinos personas conocidas, se maldicen las horas, días, lugares donde se le vio, tendió la mano, recibió, platicó…con aquel que le robó el aliento al familiar querido. Y si además, aquel desgarrador crimen no logra alcanzar una pena por el sistema que debe de impartir justicia, entonces el dolor no tiene lugar, ni tiempo, ni medida; y al dolor por la pérdida cruenta de un ser querido se le añade el pesar del crimen de injusticia de un sistema deficiente y corrupto que en vez de proteger, castiga. ¿Quién entonces hará justicia si el Estado no la garantiza? ¿Dios, la escuela, la iglesia, precisamente cuando ante las miradas cómplices de estas mismas instituciones el Estado opera?

La impotencia de Marisela Escobedo Ortiz, activista que surge del dolor por la tragedia del asesinato de su querida hija, Rubí Marisol Frayre, a manos de un criminal, a quien la justicia mexicana no castigó, sino liberó, se lanzó a realizar actividades de legítima protesta, exigiendo justicia, finalmente otro acto criminal, la frenaron, siendo ultimada enfrente del palacio de Gobierno de Chihuahua, la noche del 16 de diciembre, mientras colocaba una manta que decía: “Justicia: privilegio del gobernador. ¿Y para mi hija cuando?”…días antes había dicho: “Si me va a venir ese hombre a asesinar, que venga y me asesine aquí enfrente, para vergüenza del gobierno. Tengo amenazas por parte de él y su familia….que venga y termine conmigo, que termine conmigo aquí enfrente, a ver si les da vergüenza”. La muerte de Marisela Escobedo Ortiz fue un acto más de protesta, que denuncia de manera radical aquello mismo contra lo que, amorosamente por su hija, estaba luchando: la impunidad de su crimen, quizás la única posibilidad de lidiar con su muerte.



Camilo Ramírez Garza. Psicoanalista. Profesor y supervisor. Área Clínica. Facultad de Psicología. Universidad Autónoma de Nuevo León. Monterrey, Nuevo León, México.

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