“La vida no es la misma sin futbol”
Jáuregui
Los Estadios más bien son museos en donde las piezas de arte duran un instante, son fugaces esculturas que se desintegran dejando una estela en los cuerpos de los fanáticos: ojos, gargantas, brazos, piernas….una danza erótica de lucha, poder, marcaje, pérdidas, triunfos…La vida es como el fútbol.
Nietzsche decía que la música se escucha con el cuerpo. Sucede lo mismo con el fútbol, se está o no se está. La jugada, el acercamiento, la estrategia…van tensando los cuerpos de quienes permanecen extasiados en las gradas. Todos están en el juego, todos juegan.
Los futbolistas, artistas postmodernos, cotizados en millones, cual Rembrandt o Picasso en movimiento, al moverse crean su arte, construyendo los huecos y laberintos por donde surcar el lienzo del campo, al pie de un balón, que sin tener hilos, todos quedan atados o desatados a él: el balón mueve al mundo. “El mundo unido por un balón” fue el slogan del Mundial de Fútbol México 86. Freud habló del pecho materno, de su pérdida imposible, como el prototipo imaginario de todos los objetos deseantes que habrían de venir a tejer los lazos amadodiados de la existencia humana. Incluso el albur lo retoma: ¿Por qué casi todos los deportes implica meter bolas en agujeros?...No son casuales los amores y conquistas de Tiger Woods, dentro y fuera del campo de golf: es la misma cosa, ambas –sus triunfos y conquistas amorosas- poseen la misma estructura: gozar haciendo un hoyo en… Si los deportes se prestan muy bien a la metáfora sexual: “Ir a primera base, pasar a segunda”, “Aventarse un Home run”, “Pase por bolas”, “Lo poncharon”; “Le sacaron la roja en el área chica”, “ Tirititito ahí donde las arañas hacen su nido”; “Esa chava ya es cancha reglamentaria”, “Esas balas son de salva”…etc. es justamente por la relación que se establece con el cuerpo, en tanto vacío, se construye: en los deportes, como en la danza, se construye un cuerpo erógeno, se hace una danza erótica, en donde el placer y el goce, surcan el cuerpo, como el balón por el campo de juego, o los pies de la bailarina, en el escenario. De ahí que los deportistas sufran a menudo del mismo mal que los enamorados que se encuentran al vaivén de su buena cogida, o los actores y actrices porno: pierden los referentes imaginarios, eróticos de sus movimientos, pregonándose, o entrando en un momento de perplejidad, de ¿Qué hago aquí?... ¿Qué estoy haciendo? De pronto los movimientos son reducidos a su simple mecánica, despojados de su elemento de fantasía Excitarse con la idea de pensar: ¿Cómo me veo haciéndolo? ¿Cómo nos vemos? “¡Necesito ese elemento de verme viendo, haciendo!” no por nada en los moteles como en los gimnasios, es posible encontrar, estratégicamente, espejos que devuelvan la imagen para impactar en los cuerpos, y así dotarlos de excitación y deseo, como quien toma una cámara y filma o toma fotos, para a través de dicho “tercer ojo” –no es albur- verse viendo, siendo visto, por aquello que anuda y suscita el deseo, que recubre a los cuerpos entrelazados.
El fútbol es un deporte que une multitudes. Conjunto de movimientos y reglas que trascienden las palabras y tocan los cuerpos. No por nada se ha equiparado a los futbolistas, con soldados, guerreros que contienen por conquistar el triunfo. La seña que hace Cuauhtémoc Blanco, con los brazos extendidos en inclinación hacia el horizonte, por ejemplo, hace recordar las poses de los guerreros.
Y luego hablar de fútbol, otro arte, en donde el campo es investido con palabras, estilos, agujeros. Tiro de esquina, fuera de lugar, saque de meta….¡¡¡Gooool!! Definitivamente otra forma de amar-odiar al campo: al arbitro: “’¡Que chinge a su madre el árbitro! –gritan desde las tribunas. Ese personaje, hasta hace unos pocos años, vestido de negro, cual verdugo medieval, lleva en sus hombros la ardua tarea de ser imparcial y hacer cumplir la Ley en el terreno de juego.
¿A qué vamos al estadio, incluso religiosamente, gane o pierda el equipo? A ver a nuestro equipo. Esa sería la respuesta más obvia, más simple, y a querer verlo ganar, por supuesto, sería la continuación de la misma. Pus como decía, con una honestidad que se le agradece, Vince Lombardi, coach de los empacadores de Green Bay, “Ganar no es lo que importa, es lo único”. En contraste con la ingenua, por no decir babosa, consigna del perdedor, de “lo importante es competir, no el ganar” no es cierto, ¿Quién desea ser el primer lugar de los perdedores?- eso es más bien el consuelo del que pierde, además ¿Quién desea contender con alguien que no está dispuesto a sacar toda la casta, dándolo todo, al máximo? ¿No es acaso ofensivo el competir con alguien que nos da “chance, ubicándonos en un lugar de victimas, ante los cuales no vale la pena esforzarse? Como me dijo en una ocasión, muy ofendido, un niño con quien jugaba ajedrez, que no me dejara, que jugara a ganar.
Camilo Ramírez Garza. Psicoanalista. Profesor y supervisor. Área Clínica. Facultad de Psicología. Universidad Autónoma de Nuevo León. Monterrey, Nuevo León, México.