Uno de los mayores problemas al que se enfrenta un musicoterapeuta, está referido a la definición precisa e inequívoca de los aspectos que constituyen su identidad. En definitiva, debe desarrollar un perfil que integre, para decirlo de alguna manera, sus inclinaciones artísticas y su interés por los problemas del hombre.
Ante el vigoroso desarrollo de las ciencias que de estas cuestiones se ocupan, pareciera que no hubiera un camino mas allá del mero acto de transformarse en un obsecuente afiliado de alguna de ellas, adoptar el rol de recreacionista o profesor, o pivotear entre una u otra postura.
Si bien en la Argentina existen casi treinta promociones de musicoterapeutas, tanto en el ámbito de la salud como en otros sectores de la sociedad, el conocimiento de su accionar, de sus incumbencias y eficacia no está ampliamente difundido. Tres décadas no representan un suficiente recorrido en lo que hace al desarrollo de un paradigma lo bastante novedoso como para presentarse como un pensamiento autónomo, como una propuesta diferente en el campo de las ciencias de la salud.
Pero más allá de las razones ligadas a su madurez, nuestra disciplina afronta una dificultad más ardua para resolver: el problema de la identidad del musicoterapeuta. El mayor reto al que se enfrenta un profesional de esta disciplina es el que significa sintetizar en su desempeño, su mitad artística -por decirlo de algún modo-, con su mitad terapéutica. Arte y terapia, una sociedad que intuimos incuestionable, pero cuántos escollos encontramos al pretender legitimarla, en otras palabras teorizar acerca de sus posibles relaciones. Presas de la ansiedad, fluctuamos entre abrazar con pasión un modelo prestado y en apariencia incuestionable, y adoptar un perfil semejante al de un profesor de música. Hay colegas que se declaran musicoterapeutas con orientación psicoanalítica o gestáltica, o nos hacen pensar al observar su accionar en psicomotricistas o recreacionistas. Al mismo tiempo advertimos que entre los estudiantes y gran parte de los colegas jóvenes, existe la creencia de que es necesaria, imperiosa, la aparición de algún descubrimiento espectacular que haga posible el desarrollo teórico o experimental en el campo de las relaciones que vinculan la música, la expresión y la terapia.
La primer pregunta que con mayor frecuencia se le formula a un musicoterapeuta está en relación con los aspectos estratégicos, es decir qué hace con el paciente. A modo de ejemplo: "¿Debe el paciente saber música?", "¿Tiene que tocar instrumentos?". Legítimas inquietudes que en general se basan en el popular y por lo tanto difícil de erradicar juicio de que la música aplaca los ánimos exhaltados. Ironías aparte, consideremos que así como no se puede hablar de una sola psicología, dada la variedad de escuelas existentes, tampoco en musicoterapia podemos hallar la convergencia que posibilite definirla en un párrafo. Y fundamentalmente si se tiene la expectativa de que esto puede efectuarse desde la descripción de su puesta en escena. Las técnicas -si es que podemos hablar en estos términos- que emplea el musicoterapeuta, dependerán por un lado de su formación como músico -popular, académico, clásico, contemporáneo, guitarrista, cantante o percusionista, etc.-, su formación en cuanto a otras variantes expresivas, y obviamente el material corporo-sonoro-musical, plástico, para-verbal o verbal del sujeto o del grupo con el que establezca el vínculo terapéutico.
El proceder el musicoterapeuta, no es otra cosa que el resultado de la posición conciente o irreflexiva, pero en ambos casos efectiva, acerca de un sistema de relaciones que incluye la concepción de ser humano, la concepción de arte -en un sentido general-, y la forma en que entiende los procesos de enfermedad y cura. Desde el punto de vista del presente trabajo, dicha cuestión no se resuelve con la mera afiliación a un "ismo"; cada sujeto a lo largo de su experiencia ha ido asimilando conocimientos, desarrollando aptitudes y actitudes que lo definen como un ser único, irrepetible, que puede poseer características compartidas con otro, pero que no contradicen su singularidad. La experiencia de un sujeto no es transferible, de esta forma resulta que la adopción de una posición dogmática, significa que esta persona ha reducido su potencial creativo. La forma en que un terapeuta va articulando la información teórica o experiencial que adquiere, estará condicionada por su capacidad de crear, y su talento para transmitir a otros esta capacidad, constituye su efectividad. Dicha posición, que propone construir una síntesis de determinados conocimientos en un modelo flexible, es fundamental en el campo de la musicoterapia, dado el momento del proceso que ésta transita, en otras palabras, de acuerdo a su grado de madurez.
Se puede comenzar a construir una teoría de la musicoterapia a partir de los fundamentos de otras disciplinas, pero redefiniéndolos en función de las características de nuestra particular forma de abordaje. Difícilmente se podría, por ejemplo, hacer una extrapolación punto por punto con el psicoanálisis, dada la profunda familiaridad de éste con la lingüística. Consideremos que la importancia del arte, tiene sus raíces en la incapacidad de la palabra para formular la vastedad de la experiencia. Por otra parte, sería insensato desechar ciertos aportes del psicoanálisis, como las formulaciones acerca de la sublimación y los mecanismos de formación de los sueños, conceptos profundamente relacionados con la creación artística, y enriquecidos por el pintor Salvador Dalí mediante la enunciación de su método paranoico-crítico.
La posición que considero más adecuada frente a los criterios de salud y enfermedad incluye necesariamente la variable creativa. Resolver en forma eficaz los conflictos a los que nos enfrentan los cambios ambientales, requieren no sólo de una lucidez impecable para definir objetivamente el problema, sino también de imaginación para encontrar posibles alternativas. Los recursos -intelectuales, emocionales e instrumentales- con los que cuenta el sujeto, son aquellos que le van a permitir concretar sus proyectos, fundamentalmente ligados a su propio desarrollo en compañía de sus otros significativos.
Si bien la concepción de sujeto y los criterios de salud y enfermedad constituyen problemas fundamentales para todo profesional de la salud, considero necesario profundizar en un tema específico del quehacer del musicoterapeuta. El mismo consiste en delimitar su posición (en el sentido de hacerla conciente) acerca de dos puntos: el arte y cómo éste puede emplearse como medio psicoterapéutico.
El arte indaga acerca de los grandes temas que desde antiguo preocupan a la humanidad y son objeto también de la ciencia y la religión: los misterios de la vida y de la muerte. Como mencionábamos más atrás, lo interesante es la renovación del estilo en que organiza los contenidos que transmite, y esto está dado precisamente por la dialéctica que se realiza entre la tradición cultural y la singularidad de cada artista.
Esta función del arte como forma de auto-conocimiento, posibilitaría entonces una conexión entre aspectos alienados de la personalidad. Considero que la alienación, es la base del sufrimiento y los errores humanos. Obviamente que el aprovechamiento de esta capacidad sintetizadora del arte, es posible dentro de un contexto específico; un profesor de música, al menos teóricamente, se posiciona como garante de un determinado discurso estético, en la medida que su función es la de transmitir conocimientos, y si respeta la singularidad de sus discípulos, es únicamente en términos técnico-formales, es decir, la capacidad de recrear o renovar el código, y no con el objeto de desarrollar una mayor conciencia de sí. En un contexto terapéutico, el rol protagónico está encarnado en el usuario -, o paciente, si prefieren -, y no en el recurso.
Entonces, a nivel metodológico, la musicoterapia, en el abordaje de la psicosis adulta (y por qué no extenderlo, aunque con reservas, a otras patologías), tomaría la conciencia como fundamental operador en el registro de las tres áreas ligadas a la percepción de los fenómenos corporo-sonoro-musicales: el sonido, la sensación que produce y la imagen que evoca. Reconocer, explorar y discriminar en estos tres niveles; en otras palabras, promover una ampliación de la conciencia, enfocada hacia los aspectos de la percepción, del mundo que me rodea, de mi propio cuerpo y mis fantasías. Las estrategias que facilitarían la consecución de dichos objetivos, pueden esquematizarse de la siguiente manera: