La antigüedad pensaba al libro como sucesor de la palabra oral. Según Plutarco, en la carta que Alejandro de Macedonia le envía a Aristóteles, éste le reprocha haber publicado “La Metafísica” porque ahora todos podrían saber lo que antes sólo los elegidos sabían. La sinceridad de Aristóteles argumenta en su propia defensa: “Mi tratado ha sido publicado y no publicado”. Con esto, no pensaba que un libro expusiera totalmente el saber sobre un tema, sino más bien, que se constituía en una cartografía que acompañaba a una enseñanza discursiva.
Pitágoras no dejó una línea escrita. Conjeturan quienes entienden, que él no quería atarse a ningún texto y por lo tanto pudo “escribir su lectura”. Después de su muerte su pensamiento vivió y se ramificó en el pensamiento de sus discípulos. Borges señala que de aquí proviene la famosa sentencia, -siempre absolutamente mal empleada cuando se acude a su cita-: “Magíster dixit” que no quiere decir “el maestro lo ha dicho” dejando cerrada la cuestión. Por ejemplo si un pitagórico leía en sus escrituras una doctrina ajena a la ortodoxia de la tradición, con todo derecho podía proclamar: “Magíster dixit”, lo cual le permitía innovar. Así como Pitágoras pensaba la atadura de los textos, su doctrina pudo transmitir, -para decirlo en palabras de la Escritura- que: “la letra mata y el espíritu vivifica”.
En la noción de libro sagrado, para los cabalistas, fueron sagradas no sólo sus palabras sino también las letras con que fueron escritas. Probablemente el deseo haya sido incorporar pensamientos gnósticos a la mística judía, para justificarse con la escritura, para ser ortodoxos. Para ellos el Pentateuco, la Thorá son productos de la condescendencia de una inteligencia infinita que accedió a la tarea humana de la literatura escribiendo un libro donde nada puede ser casual. Pero para los Talmudistas la transmisión pertenece al registro oral, por eso no es sorprendente que, -Lacan dixit-: “La pertenencia al pueblo judío se transmita por la madre. Pero es la pertenencia lo que se transmite por la madre, no el significante. La pertenencia a la comunidad analítica se transmite por el analista en posición de madre, en la transferencia. La transmisión del psicoanálisis no es el mismo problema que la pertenencia a la comunidad analítica, a la A.P.A. o a la Escuela. Pero la pertenencia es algo que se transmite también [...]. El pasaje de una tradición psicoanalítica a una transmisión del psicoanálisis es algo que es necesario encarar de una manera diacrónica.
Sobre este punto, la historia del judaísmo testimonia al menos de esto: uno puede, como Freud, sentirse perteneciente al pueblo judío, sin ser Talmudista.
El Talmudista se identifica a una madre que es la Thorá como cuerpo, y lo que dice, es lo que Dios desea.
Si algo de todo esto se transmitió a Freud, que lo autorizó a fundar en su judeidad la emergencia del psicoanálisis, esto no ha de ser sino el chiste. El chiste judío, que se especifica por ser siempre la forma más depurada de uno de los múltiples métodos talmúdicos”.
- ¿De qué hablás?
- De Lecturas y Escrituras.
- Entonces, me decís que hablás de Lecturas y Escrituras, para que yo crea que hablás del Psicoanálisis y su Transmisión; ¡Pero yo sé muy bien que hablás de Lectura y Escrituras! Entonces: ¿Por qué mentís?
Una vez más comprobamos que la religión comienza cuando los textos se dejan de leer.
Lic. Omar Daniel Fernández. Psicólogo Clínico. Supervisor Clínico. Psicoanalista. Miembro Fundador y Director General del Espacio Clínico de Buenos Aires (ECBA). Miembro Titular de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM). Titular del Seminario: “Seminario Clínico de Lectura Transferencial”, en Espacio Clínico de Buenos Aires (ECBA).