Si algo podría resultar de la cura en el análisis de un sujeto según la lógica significante, sería por el contrario, el encuentro con la imposibilidad de hacer desaparecer por completo el afecto, sea angustia odio o amor, mediante el recurso de las palabras.
En efecto, una lógica que suponga la caída del objeto a como liberador del sujeto del deseo, se encontrará tarde o temprano con un eterno retorno de una angustia primordial, de la misma pasión amorosa que se creía superada o del desenfreno del odio que se creía dominado y frente a ello habrá también que dar una respuesta.
Desde el invento del inconsciente Freudiano, se ha supuesto el a priori de la catarsis, la descarga afectiva ligada a la palabra. Hay quienes niegan rotundamente la catarsis desde el inicio del análisis, vale decir desde la instalación de la transferencia, haciendo uso de la sesión corta. De manera diferente, hay psicoanalistas que defienden el uso de la catarsis desde el inicio de la transferencia hasta su fin, ligando lo irreductible de la imposibilidad, a un devenir que cada analizante resolverá con su propio estilo.
Es necesario en un análisis, según mi criterio, aceptar en un comienzo, la irreductible presión de una suposición que establece el recurso de la palabra como artificio de vaciado de una representación que acosa. ¿Qué quiero decir con la palabra representación?: aquello propio del trauma ó de la escena sobre la escena del Hamlet de Shakespeare, aquello que pasando por el sueño revelador del Hombre de los Lobos condujo a lo visual de la escena primaria freudiana, o incluso eso que produce nuestro encanto borromeo.
Porque si el trauma no desaparece aunque se mitiguen sus efectos; si la escena sobre la escena anticipa el acto que aún Hamlet no considera realizar mostrando la dimensión temporal de la palabra; si la escena primaria viene a plantear que algo ha sido visto, mirado u observado por El Hombre de los Lobos fuera del alcance de la palabra; si el nudo borromeo puede causar fascinación, todo esto revela al ser hablante una paradoja: aquello que se representa busca entrar en discurso. Tal cuál la semblanza de Claudio estimula a Hamlet al verlo consternado por su falta, al mismo tiempo su acoso no hace sino repetir la imposibilidad de hacer desaparecer el afecto de angustia de amor ó de odio mediatizado por la catarsis de la palabra y por ello el destino será mortal.
Dicho de otra forma, la suposición del trauma, la escena primaria, el fantasma primordial comprendido como posible de ser atravesado con un acto liberador, el nudo borromeo en la versión de modelo, son expresiones de lo verdadero: de lo inefable a la palabra se encuentra el establecimiento de su registro. Debo aclarar entonces que lejos estoy de no aceptar lo verdadero como oposición dialéctica que establece el dogma. Por el contrario por allí debe discurrir necesariamente un análisis, ya que sin ello no hay suposición de saber y por lo tanto no hay significante cualquiera de la transferencia. Pero al mismo tiempo desde el inicio será distinto el resultado de una cura si el analista sabe que no es por allí dónde tendrá que insistir.
2.El estilo.
El hecho de lo real, que tiende siempre a mostrar su punta, y que implica otro tiempo de análisis para un sujeto, muestra el descentramiento de lo verdadero hacia la producción de un saber que volvería al afecto inofensivo, es decir no engendrando un síntoma que no pueda marginarse. Esa línea del margen va a aludir al sinthome ó sintoma como muchos colegas han comenzado a nominar ó sin-tomar cómo mi estilo lo ha mencionado.
¿Qué quiere decir descentramiento del saber?: que es imposible para el ser hablante hacer desaparecer el afecto mediante el uso psicoanalítico de la palabra en transferencia y que volverlo inofensivo está tramado justamente a través del recurso de la letra. En efecto, el efecto de lo simbólico imaginado en lo real, no podría tener lugar si no es por cuenta de la letra. La letra podría definirse como la sustancia que en el momento mismo de su eficiencia anticipa su caducidad, que en el momento mismo de su destello desaparece tras la consumación del acto analítico, que en el momento mismo de su fulgor esclarecido como un relámpago, devuelve al sujeto a la oscuridad misma previa a toda gramática verbal. Sustancia que no lo es de ninguna manera, sino como efecto de un discurso que existe en tanto se rompe el autismo de a dos, según expresara J.Lacan en el Seminario L´insu…, para dar lugar al tercero. El neologismo l´ame a tiers, que evoca la matiere, la materia, es muestra de un alma que incluye un tercero.
De acuerdo a lo hasta aquí expuesto, no-todo podría desactivarse por la efectividad discursiva del analista. Es el analizante, más allá de una posición discursiva determinada por su analista, quien encuentra ese paso de lo inefable a la palabra denominado estilo, hecho que a su vez demuestra lo que no se ventila entre el afecto y el síntoma. Si se piensa que es transmisible lo que del afecto no se ventila por las palabras, por ese camino no se llega más que a una moral determinada que, para mí, conduce a lo peor. Si todo fuera posible ventilarlo con la palabra a través del encuentro con la letra, el sujeto se encontraría en la misma dimensión que Dora y por lo tanto expuesto al pasaje al acto, porque se sentiría traicionado como se sintió traicionada Dora por la Sra. K cuando lo verdadero entre-dos pierde sentido..
3. La traición.
No se trata de pensar que el odio desencadenado por la traición no sea verdadero. Simplemente recuerdo que por esa razón J.Lacan fue excomulgado de la I.P.A. Solamente insinúo que el descentramiento de lo verdadero implica alguna traición para todo ser hablante que se encuentre implicado en un análisis.
Ya no es cuestión de decir si fulano o mengana traicionan o no el espíritu del psicoanálisis y con ello la misma dimensión de su deseo, sin caer en una moral que reniega de su origen que implica la misma acusación de traición que nuestro maestro J.Lacan llevara en sí mismo toda la vida, sin más consecuencia que una producción incesante..
Se escucha tan fácilmente hablar de traición, que no puedo sino referirla a un hecho que a cada ser hablante mortal aqueja. Qué se pueda ser sujeto de una traición, es inevitable tomando en cuenta la filiación Freudiana de J.Lacan. Más allá que J.Lacan se declare Freudiano, su lectura a la letra traiciona el espíritu de aquel que descubriera el psicoanálisis declarándose su único creador, traiciona las tópícas con las que su maestro S.Freud elabora una teoría, cuando declara en el Seminario L´insu… del 26 de febrero de 1977 que: La idea de representación inconsciente es una idea totalmente vacía…una cosa loca.
La misma estructura del Complejo de Edipo transporta la metáfora a la idea de traición ya sea al padre, ya sea de la madre, ya sea por el hijo o por la belleza de ella que sobre todo es inocente. Si hay alguien que reivindica la traición como eje central de su vida es el paranoico: el presidente Schreber no soporta que Dios se aleje debido a la indescriptible voluptuosidad que lo invade en esa circunstancia.
No habría nada más propio para el ser hablante que la traición a lo que piensa si es que todavía es sorprendido por un lapsus. Porque para el ser hablante no habría modelo. Si hay algo en lo que J.Lacan nos insiste a través de su Seminario R.S.I., es que el nudo borromeo no es un modelo sino un hecho de lo real y por lo tanto descentrado de lo verdadero para no producir síntoma.
El nudo borromeo nos lleva directamente a un vaciamiento de la representación. De esta forma el inconsciente ya no será un hecho positivo que arroja luz sobre el sujeto a la manera Freudiana, sino que está fundado en algo que no funciona sino para la usura llamada goce cuya verdad está supuesta. Esta cita pertenece también al Seminario L´insu…del día 19 de abril de 1977.
El inconsciente no arroja sino oscuridad porque descubre a través del lapsus lo que no funciona, por lo que el sujeto paga una usura llamada goce en pos de sostener una verdad que como supuesta apunta a lo verdadero. Si el psicoanálisis persiste en esta actitud frente a lo verdadero tiene por delante un destino de extinción ya que para lo verdadero está lo religioso.
4. El daño
Existe una procedencia médica del psicoanálisis que reza una plegaria: primum non nocere, vale decir, primero no dañar. Si suponemos un sujeto no-traidor, suponemos también a alguien que cree que es capaz de no dañar y de mantener su conciencia en términos de virginidad. No se si hace falta decir que aquí es preciso distinguir por un lado la conciencia y por el otro al yo como entidades no superponibles. La conciencia siempre reclama inocencia de acuerdo al anagrama que se puede leer sin mucho esfuerzo. En cambio el yo es una veleta sujeta a la metamorfosis del Goce del Otro, que no hay duda que no existe pero que siempre reaparece en todo sujeto del insomnio como el Ghost, phatema de Hamlet.
Más allá del efecto verdadero del discurso analítico que implica la caída del objeto a, para dar curso a una función de causa donde se encuentra enraizado el deseo, es preciso suponer una insistencia del Goce del Otro por la ineficacia absoluta de la palabra para ventilar el afecto: he ahí el Ghost de un drama que es preciso volver inofensivo para que no constituya síntoma una y otra vez.
Es posible entonces que el afecto ya no engendre síntoma. ¿Cuándo esto es posible?: cuando el sujeto advierte el espanto que provoca, porque es capaz de dañar, de dañarse el cuerpo en el punto donde la palabra no acciona, de darse miedo a sí mismo, ese instante es posible porque el afecto ya no produce síntoma. Pero esto no es en todos.
De acuerdo a este recorrido si se quita a lo real todo su peso concreto cobra máxima importancia la representación y con ello el síntoma y con ello el desconocimiento del sujeto por el daño que produce y que él mismo se genera en el cuerpo. De esta forma podemos a veces escuchar a quien va por la vida sin saber el daño que produce y sin saber cual es la consecuencia de la injuria sobre su propio cuerpo. Porque hay injuria sobre lo verdadero, si un análisis ha hecho camino. Pero también hay injuria del que no sabe lo que daña con su palabra, incapaz de hacerse responsable de la falta de cálculo que porta toda enunciación y que inevitablemente va a dañar si hay quien escuche.
El analista no podría en el curso de un análisis sino dañar la pregnancia del síntoma en su afán de demostrar lo que sí funcionaria como imposible cuando existe el amor. Cada sujeto tendría que tener temor de sí mismo y no por eso inhibir su palabra: la experiencia del pase es la que brinda esa oportunidad. En el pase existe inevitablemente un daño sobre sí mismo. Se rompe cierta virginidad, si la hubiera, porque el sujeto se topa con la propia traición a su discurso. Y esto repercute en el cuerpo por la misma maldición de la que es protagonista involuntario.
Todo este planteo desemboca en forma irremediable en una carencia. La erotología del psicoanálisis no aporta ninguna razón para concebir el amor como nuevo, sino por el contrario el descentramiento que implica el discurso analítico produce la caída de lo verdadero en el lugar del amor.
5. El engaño del objeto a
Esa evacuación de sentido que porta toda representación y que implica el desembrollo del síntoma en el dispositivo analítico determina una posición en la dirección de la cura: todo sujeto se engaña de objeto a. Esta idea concebida en la misma clase del 26 de febrero que he citado del Seminario L´insu…implica una difícil posición para el analista: ha descubierto la estafa que porta la palabra en cuanto no hay privilegio de ningún tipo que no sea fálico.
Porque no habría posibilidad de ventilar, verbo que J.Lacan emplea en la clase de referencia, de manera absoluta el afecto mediante el uso de la palabra. Porque lo inofensivo del afecto para hacer síntoma, lleva al sin-tomar del sinthome sabiendo que cada cual tendrá su estilo para arreglárselas con el Goce del Otro que no concluye si es que somos seres hablantes.
De esta forma, siguiendo la clase denominada Palabras sobre la Histeria, del Seminario L´insu…, no podría definirse Goce del Otro con el artículo “él”, sino que existe una diversidad en el estilo porque la castración no es una operación que se constituye por sí misma. El hecho es que no existe una función del lenguaje que se autogenere.
¿Que hacer a partir de lo que falo porta como existencia de lo que no funciona?: si la significación del falo lleva a una posición de engaño en cuanto el sujeto no podría ejercer una función, incluso de analista, en tanto engaña porque la palabra se vacía de sentido en el síntoma y por lo tanto de verdadero, ya no importa el saber sino del lado del sujeto analizante. Pero en este lugar habrá que cuestionar una particular afinidad que algunos confieren a la palabra analizante, creyendo que ahí funciona algo relacionado con la fidelidad que excluye la traición.
La posición analizante lleva al sinthome y al estilo con el que cada ser hablante se las arregla con el Goce del Otro, que en tanto no existe sostiene lo que niega la función fálica para ubicarla como no-verdadera. Es aquí que puede concebirse esa afirmación que determina el contacto con el no-saber analizante.
Qué el sujeto se engañe de objeto a concluirá en una posición discursiva que apelará al no-saber como máxima puesta en acto de la traición al supuesto saber del sujeto del psicoanálisis. Recuerdo que no arroja sino la burla de nuestros detractores, cierta asimilación de lo verdadero como versión de un universal que se lee entre líneas sin ser reconocido.
No habrá sino analista uno por uno como potencia del falo que vuelve al uno.
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