A la contradicción señalada la podemos formular así: “mientras buscamos y obtenemos salidas (éxito), vamos gestando inconscientemente las condiciones de nuestro futuro encierro, como si no pudiésemos sostener de manera constante aquel camino”.
Tal vez esta ambivalencia afectiva en torno al éxito, esto de vivirlo como una condena, contribuya a esa particularidad “cíclica”, tan argentina, especialmente en lo concerniente a las esferas económica y política.
Además, el éxito de una nación, conlleva una dimensión objetiva y otra cultural. La primera se basa en parámetros socio-económicos para medir el desempeño y grado de desarrollo de ese país. En cambio, la dimensión cultural está vinculada al interjuego entre las significaciones, las valoraciones y los condicionamientos históricos, con las circunstancias presentes. Básicamente, esta relación es la que regula –en el caso argentino–, nuestras expectativas, logros y frustraciones.
Complejizando un poco más el tema podríamos subdividir a la dimensión cultural en dos subcategorías: la explicita o conciente y la implícita o inconsciente. Sería fundamentalmente en esta última donde residiría la clave para entender nuestra acentuada ambivalencia frente al éxito, y sus cíclicas consecuencias.
“Neurosis de fracaso es un término introducido por Laforgue y cuya acepción es muy amplia: designa la estructura psicológica de toda una gama de individuos, desde los que, de un modo general, parecen ser los artífices de su propia desgracia, hasta aquellos que no pueden soportar el conseguir precisamente lo que parecen desear ardientemente.” ( Laplanche, J. y Pontalis, J. Diccionario de Psicoanálisis. Editorial Labor S.A. Barcelona. 1981.)
Por consiguiente, es probable que nuestra identidad profunda esté atravesada por un modo singular de éxito, consistente en no llegar a obtenerlo plenamente, sino solo en avanzar y retroceder por el sendero conducente al mismo.
El filósofo español, Julián Marías, muy conocedor del pueblo argentino y de sus costumbres nos definió así: “Los argentinos están entre vosotros, pero no son como vosotros. Nointentéis conocerlos, porque su alma vive en el mundo impenetrable de la dualidad. (…)Individualmente, se caracterizan por su simpatía y su inteligencia. En
grupo son insoportables por su griterío y apasionamiento. Cada uno es un genio y los genios no se llevan bien entre ellos; por eso es fácil reunirlos, pero unirlos... imposible. (…) Los argentinos son hiperbólicos y desmesurados, van de un extremo a
otro con sus opiniones y sus acciones. (…) Son 'Un Misterio'.” (Diario El Popular. Olavarria. (Bs. As.). Argentina. 3 de enero de 2008.)
Posición subjetiva
En psicología, la “posición subjetiva”, se refiere al lugar metafórico en que se encuentra situado mentalmente alguien. Un individuo, aunque no lo sepa, se puede ubicar inconscientemente en diversas posiciones mentales, y en consonancia con el lugar asumido va a percibir la realidad tanto interna como externa, en un símil a un hipotético personaje que, por ejemplo, se encuentre observando un tren en movimiento; de acuerdo a cómo se sitúe con respecto al mismo: adelante, al costado o detrás, lo va a percibir llegando, pasando o alejándose de él respectivamente.
Me parece que una excelente y didáctica muestra de dicha posición, por las consecuencias generadas al país, es la que adoptó el ex-presidente Néstor Kirchner frente al conflicto surgido entre el campo y el gobierno.
Inicialmente, un irracional afán de victoria y/o venganza lo posicionó al ex-mandatario en el rígido lugar mental y político que ostentó. Otras motivaciones afines se le fueron adosando luego al móvil original, hasta que el conjunto devino “causa política” del oficialismo.
En esta dinámica muestra mental, y extrapolable a cualquiera de nosotros, vemos entonces cómo, sobre una irracionalidad (capricho, celos, etc.), se puede construir un castillo de razones, o en todo caso, de racionalizaciones, a las que luego el sujeto adhiere fervorosamente, generando de ese modo su realidad subjetiva, con la que suele influir en su círculo próximo, como ser: su propia familia, unos pocos amigos, o incluso una importante porción de la población de un país, cuando se trata de un protagonista influyente y poderoso.
El caricaturesco ex-mandatario, con su irracional accionar en el mencionado conflicto, habría devenido una metáfora de nuestro cíclico país: se erigió presidente con solo el 23% de los votos, y al cabo de unos años de un obsesivo afianzamiento de su figura, logró rondar el 70% de popularidad, lo que le permitió a su esposa retener holgadamente para el kirchnerismo, la presidencia de la nación. Pero en el amanecer del conflicto con el campo, el empuje obsesivo que lo había elevado, viró a otra posición, dando origen a lo que algunos analistas políticos calificaron como la mayor hemorragia de poder político auto-infligida desde que se tiene memoria. Néstor Kirchner, que gracias a su reputación pudo encumbrar a su esposa, luego de la lapidaria derrota en el senado, depende de la alicaída popularidad de ella.
Campo revolucionario
Las revoluciones se producen principalmente cuando son posibles, aunque requieran algún tipo de malestar o conflicto previo como disparador. La “condición de posibilidad” es fundamental. En una analogía con la postura reivindicatoria del campo hoy, podemos decir que éste está más fuerte, cohesionado y ambicioso que otrora, y que ya no posee la vocación sumisa que lo caracterizó. Tal vez ése sea un factor central e inédito en la “condición de posibilidad” antes mencionada; además, hay otro elemento revolucionario en juego en éste conflicto, y es el vinculado al aspecto productivo agro-industrial que harto de cíclicas marchas y contramarchas económico-políticas, y de su correlato en postergaciones y frustraciones, decidió izar la bandera de la producción. Rubro que en nuestro país, los sucesivos gobiernos de las últimas décadas, siempre proclamaron, aunque casi nunca defendieron.
Tal vez la prolongada tensión que se vivió en nuestro país recientemente a raíz de la crisis del campo y que desembocó en la generación de una firme y triunfal oposición al gobierno, contribuya por un lado, a consolidar la democracia, y por el otro lado, a definir un perfil más productivo y de sostenido crecimiento en el largo plazo, y por ende, a estabilizar, o en todo caso, a suavizar esa singularidad cíclica y hasta trágica que –entre otros items– nos caracteriza a los argentinos.
Jorge Ballario es psicólogo, psicoanalista y escritor. Participó de numerosos cursos y seminarios, asistió a congresos nacionales e internacionales. Es autor de tres libros: Las imágenes ideales, Las ventanas del deseo y Mente y pantalla.