La noción de objeto es infinitamente compleja y en todo momento tenemos que saber de qué objeto estamos hablando. En el capítulo el Sujeto y el Otro: la alienación, del Seminario antes referido, Lacan dice: “El Otro es el lugar donde se sitúa la cadena del significante que rige todo lo que, del sujeto, podría hacerse presente, es en el campo de ese ser viviente donde el sujeto tiene que aparecer. Y he dicho que es por el lado de ese ser viviente, llamado a la subjetividad, donde se manifiesta esencialmente la pulsión.”
En este mismo capítulo aclara que la pulsión es siempre parcial y que ninguna representa a la función de la reproducción. En el psiquismo no hay representación de esta función; o sea, no hay nada en el sujeto que le permita situarse como ser macho o como ser hembra.
Siguiendo a Freud, Lacan dice que el sujeto sólo sitúa en el psiquismo sus equivalentes: actividad y pasividad. Las vías de lo que hay que hacer como hombre o como mujer pertenecen por entero al drama edípico, no a la pulsión. Para Lacan la sexualidad se instaura en el campo del sujeto por vía de la falta.
Las faltas a las que se refiere son dos. Una se vincula al advenimiento del sujeto con relación al Otro, dado que el mismo nace alienado a los significantes del Otro. El sujeto, pues, depende del significante y éste se halla primero en el campo del Otro. Podríamos llamar simbólica a esta falta, que a su vez nos remite a otra anterior, real, relacionada con el advenimiento del ser viviente, fundado en la reproducción sexuada. Esta falta real, entonces, es lo que pierde el ser viviente por su reproducción sexuada y, por ello mismo, queda remitido a la propia muerte; nace, se reproduce y muere. Esta parte perdida de sí mismo constituye la búsqueda permanente del sujeto, o sea, no se busca el complemento sexual, sino eso perdido que lo lleva a la mortalidad.
A la luz de lo anteriormente dicho la pulsión es siempre pulsión de muerte. El mito de la laminilla, como lo llama Lacan, es el mito que encarna la parte perdida.
Lacan considera a la libido como un órgano y no como un campo de fuerzas que se atraen en sus formas macho y hembra. Y agrega que la libido es el órgano esencial para comprender la naturaleza de la pulsión. Este órgano es irreal, se articula con lo real y se encarna. Como ejemplo de esto sitúa al tatuaje.
La dialéctica de la pulsión es circular pero no recíproca, es asimétrica. Se trata de un movimiento de reversión que partiendo del sujeto regresa a él. Es una dialéctica que nada tiene que ver con lo que pertenece al registro del amor, como tampoco al bien del sujeto.
El sujeto, el Otro: la alineación y la separación
En este apartado me propongo explicar las operaciones de alineación y separación a través de esquemas de la teoría de los conjuntos. Para dar cuenta de la operación de alineación recurro al esquema de la reunión. Tenemos dos conjuntos que se reúnen. El primer círculo es el conjunto vacío. Para ubicar ahí un lugar significante es necesario el Otro. Cuando el conjunto vacío se llena de inscripciones significantes, ya es el conjunto del Otro.
El conjunto vacío (sujeto) también está en el Otro, pero no a título de elemento, sino de parte. Esa falta representada por el conjunto vacío es inherente al Otro. Del lado del Otro tenemos los significantes (S1-S2) y la falta. A esto último, Lacan lo denomina significante de una falta en el Otro S(A). Esto implica que no hay ningún significante que ocupe este lugar. Él es distinto a todos los otros significantes, no tiene equivalente. Con S(A) se indica, entonces, que hay una falta en el Otro, que el Otro no es completo.
Esa falta se inscribe mediante un significante, y este S(A) no es un significante cualquiera. Al ser distinto no puede nunca taponar la falta que inscribe. Este significante sería equivalente a raíz cuadrada de menos 1, ya que no hay ningún número que elevado al cuadrado dé ese resultado. No existe ningún número que pueda ser la respuesta a tal ecuación.
Sin embargo, en la operación de reunión hay un significante que se puede distinguir del resto, es el S1. Ese significante es el apropiado para inscribirse en el conjunto vacío del sujeto. Esta articulación entre el Sujeto y el Otro, entre el conjunto vacío y el conjunto de los significantes, es una necesidad lógica, pues para lograr esta articulación hace falta que al menos un significante se inscriba en el conjunto sujeto.
A falta de su lugar original el sujeto encuentra primero las marcas de la respuesta del Otro, pero cuando inviste lo que está de su lado, lo que encuentra es S1. Así se ve conducido a hacerse significante.
Si el conjunto vacío encierra un elemento significante ya no está vacío. El sujeto, entonces, al encontrar ese significante se hace él mismo significante; esto es, se identifica, dice: “Soy ese significante”. Por lo tanto, en la operación de alineación el sujeto encuentra su insignia.
Pero no debemos olvidar que luego tendrá que maniobrar con su vacío, y ahí ya nos encontramos con la segunda operación que es la de separación.
Pero ¿Cómo maniobra a partir de su vacío? Encontrando la falta en el Otro. Ya no se trata de hacerse significante, sino de hacerse objeto. Es decir que el sujeto no sólo se constituye por medio de un elemento significante del Otro, sino también mediante la parte vacía del Otro. Se orienta mediante un elemento (S1) o por la parte. El esquema de intersección explica la operación de separación. En éste se reúnen la parte no significante del Otro y el vacío del sujeto, que opera apoyándose en su propio vacío.
Aquí se le plantea al sujeto un problema pues ahí ya no se reconoce, no hay identificación, ya no hay orientación desde el espejo del Otro. La orientación de la dirección de la cura analítica, será lograr que el sujeto se reconozca en esa separación. La elección forzada a la que Lacan hace alusión en el Seminario 11 estaría planteada entre la parte vacía del conjunto y la parte llena donde está S1. El sujeto primero elige S1, o sea, elige al Otro, que equivale a decir que elige el sentido, S1 llama a S2. Pero si bien elige el sentido no tiene respuesta al chez vuoi”, al qué quiere el Otro de mí. “Soy esto (S1)”, pero no sabe qué quiere decir. Es en este sentido que el sujeto es escindido.
Es claro que esta elección conlleva una pérdida y, como dirá Lacan: “no hay sujeto sin que haya, en alguna parte, afanisis del sujeto, y esa alineación, en esa división fundamental se instituye la dialéctica del sujeto”.
“El surgimiento del sujeto a nivel del sentido sólo se da por su afanisis en el Otro lugar, el del inconsciente”.
Cuando nombramos fading constituyente, estamos indicando que antes del sujeto no hay nada, salvo el lenguaje.
A este S1 producto de la alineación, Lacan le dio el nombre especial de significante Amo. Es el Uno sin el Otro. Esto plantea una dificultad, ya que según Lacan, un significante representa al sujeto para otro significante. Pero justamente a la identificación no se la puede considerar como una representación del sujeto. Fue por eso que Lacan le puso otros nombres; lo llamó rasgo unario o significante Amo.
La pregunta acerca de qué quiere el Otro, ese intervalo que corta los significantes, permite ver en esas fallas del discurso, el deseo del Otro. Ese enigma que no tiene respuesta.
El proceso de separación utiliza lo que la alineación despejó, o sea, el conjunto vacío, lo que quedó por fuera de la reunión.
La operación de separación surge de la confrontación del conjunto vacío del sujeto con la parte vacía del conjunto del Otro. La separación es el resultado de la intersección de la falta del sujeto, más la falta del conjunto del Otro (S1S2).
El resultado de la intersección entre el S y el A es el a. Con Lacan, sabemos que el Otro es el cuerpo en tanto conjunto vacío donde se inscriben los significantes (S1S2).
Pero hay una parte del organismo que no se transforma en cuerpo, tiene el estatuto de fuera de cuerpo, ya que el sujeto puede hacerse representar por S1, en cambio, no puede hacerse representar por a. Sabemos que el S1 llama al S2, y así opera el sujeto en su intento de subjetivación. Por ejemplo, el niño grita y es el Otro el que transforma ese grito en llamado. Así tenemos una subjetivación mediante la representación.
La subjetivación del a requiere, en cambio, del fantasma.
Tanto la identificación constituyente como el fantasma están relacionadas y vinculadas íntimamente. Por ejemplo, si el sujeto está abrochado a la insignia (S1) se mantiene a distancia del a; entonces, el atravesamiento del fantasma es correlativo a una desubjetivación del significante. Si renuncia a su representación significante, el sujeto es susceptible de convertirse en a.
En estos esquemas vemos que tanto a como S1 están ubicados en la intersección, y lo que tienen en común es que ambos están fuera del sentido y no están articulados. Los dos obtienen su posición por estar fuera del sentido.
El sentido gozado
Para comenzar este punto es necesario recordar algunas cuestiones relativas al estadio del espejo. Se trata de un dispositivo que muestra claramente su articulación al Otro.
El sujeto está delante de su imagen frente al espejo, sin medios para reconocerla e invadido por un júbilo que no llega a otorgarle un yo. El niño busca alguna cosa que falta pasando su mano entre sí mismo y su imagen, y se vuelve hacia quien lo sostiene. Es en la mirada de ese Otro que el niño identifica la imagen como siendo él mismo. Este punto exterior necesario fija la relación imaginaria.
Pero el sujeto en el eje simbólico, es decir, por la relación con el Otro, termina fijando la relación imaginaria entre el cuerpo y su imagen. El yo aparece en esta tensión entre le sujeto y su cuerpo. No hay relación inmediata entre el cuerpo y la imagen. El cuerpo permanece escondido y lo que aparece es su imagen. Lo que conoce de su cuerpo es el júbilo por el reconocimiento de su imagen, pero no lo que sucede en su cuerpo. El sujeto no tiene acceso directo a su cuerpo como viviente, eso es lo escondido.
La pulsión, entonces, no está en el cuerpo ni es imagen, está siempre articulada sobre el cuerpo a través de agujeros: la boca y el resto.
Lacan hace valer justamente el objeto pequeño a, como aquello que realiza un trayecto en torno al agujero.
A partir de 1970 Lacan va a deducir la relación con el cuerpo en base a la certeza de goce que el agujero da al cuerpo. El objeto a es también el vacío que corre bajo la cadena significante.
Si consideramos al síntoma como mensaje que tiene un sentido, estamos describiendo al síntoma sólo en la primera enseñanza de Lacan. A la luz de todo lo expuesto, se puede decir que Lacan a lo largo de su enseñanza, y con la incorporación de la tematización del objeto petit a, le dio otra función al síntoma. Se trata de otro tipo de sentido que el sentido que hay que escuchar. Se tarta de un sentido gozado, un sentido que tiene relación con el goce. Este sentido no viene del Otro. El significante no sólo tiene efectos de sentido, sino también efectos de sentido gozado.
Ya en “Televisión” Lacan habla del signo y no del significante. Hace retornar la categoría de signo como superior a la de significante. Este signo tiene efectos de sentido gozado, y efectúa una producción de goce. El nombre que le da Lacan a esto es el de Letra. La Letra denomina al signo en tanto tiene producción de goce.
No alcanza entonces con tomar al síntoma como mensaje, ya que al haber goce en el síntoma hay que tomarlo como letra.
El síntoma ya no se articula con la función de la palabra, sino con el proceso de escritura.
A la definición de síntoma que teníamos, hay que agregarle la dimensión del goce fantasmático.
Lo que cambia en la enseñanza de Lacan es la posición del Otro. Desde el punto de vista del sentido, el Otro es el que lo da (S2). Pero con el goce no sucede lo mismo, el goce es autista. No busca al Otro.
El acento hay que ponerlo en que el inconsciente repite el Uno. El inconsciente cuenta y cifra. La cifra está del lado de la Letra y no del signficante.
En R.S.I. Lacan define al síntoma como un modo de gozar del inconsciente. La pareja lógica (S1, a), es la insignia en su conexión con el goce. Entonces, más que “gozar del cuerpo”, habría que decir “gozar de la carne”.
De todas estas elaboraciones surge la nueva tematización de Lacan acerca de la “identificación con el síntoma”; o sea, en su goce implicado allí, saber hacer con él.
Luego del recorrido hecho, podemos decir que el significante es aquello común, es decir, que viene con el Otro; en cambio el petit a es propio del sujeto. Hay un seminario de Lacan que da cuenta de esta orientación en la clínica. Hacia el final de su enseñanza lo tituló “De un Otro a otro”. Puede decirse, de lo universal a lo singular.
El deseo se sostiene del Otro, mientras que el goce se sostiene del Uno. El goce está sujeto al cuerpo propio, al cuerpo del Uno. Goce que Lacan señala como opaco, opaco de sentido, opaco en el sentido del Ello freudiano, dado que es el Ello el que interfiere con lo que sería el puro efecto de sentido. “Allí donde ello habla, ello goza”.
Prof. Lic. Mabel Levato. Profesora Asociada del Departamento de Psicoanálisis Universidad Kennedy. Miembro de la EOL. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Directora del Departamento de Toxicomanía y Alcoholismo (ICBA-EOL). Investigadora en Maestría en Psicoanálisis UJFK.