Les propongo un recorrido donde el enfoque va a tener el sesgo de mi formación como analista. Desde allí mi lectura, quedando por fuera toda crítica de arte, literatura o cine.
Lo primero que se hace evidente, tanto en el título en Inglés, como en la traducción que se hizo en España (Sexo en la Ciudad) es una forma provocativa aunque no ingenua, que funciona como señuelo al poner en marcha la ilusión de poder encontrar la respuesta una al sexo. Siendo esto muy otra cosa que aquella que finalmente se muestra. Se abordan asimismo temas que aún hoy convocan controversias y sobresaltos como aborto, homosexualidad, cáncer, relaciones sexuales ocasionales y/o resultado de una sola cita, etc., condimentos que atraviesan la vida de las amigas.
Porque somos humanos, porque hablamos, estamos atravesados por la imposibilidad estructural de encontrar este tipo de respuesta. En su lugar nos vemos cada uno envueltos en el recorrido que nos permitirá, en el mejor de los casos, ir encontrando cada vez una forma de arreglárnosla con la sexualidad. Porque finalmente, y más allá del título, de eso se trata: de la sexualidad humana y la imposibilidad del platónico encuentro pleno entre dos almas que encajan a la perfección.
Pero la sociedad nos promete que esto sí es posible. Los avances tecnológicos abren a la oferta de la satisfacción sexual que aparece entonces como una exigencia justificada, como fin en sí mismo independiente de las finalidades de la procreación y de los pactos del amor. La sexualidad así recortada es abordada desde un discurso público que deja por fuera la intimidad y que propicia amores sin modelos, construidos con conjugaciones aleatorias y contingencias de encuentros que van jalonado los capítulos de la serie.
Con la salida laboral de las mujeres, con la incorporación a los claustros universitarios y el apogeo de la igualdad, la limitación en torno al hogar cedió su lugar a una competencia generalizada, que lejos de facilitar el logro del encuentro de una pareja parece reforzar ciertas dificultades. Hoy la igualdad, lo unisex domina la escena y el régimen de goce fálico parece ofrecido a todos. Pero paradójicamente esto deja por fuera lo hetero, y por lo tanto el encuentro con “el otro sexo”.
Las mujeres estamos en la actualidad ubicadas en el cruce de dos discursos, atravesadas por las exigencias que cada uno impone, por mandatos contradictorios que coexisten en la cotidianeidad de cada una. La familia sigue siendo un ideal de logro en la vida al que acceder, al igual que al éxito laboral. Pero ¿cómo...?
Estos intentos, sus fallidos, sus modos de logros son lo que encontramos, desde mi lectura, plasmados en las aventuras y desventuras de estas cuatro amigas, y es el poder identificarse con lo que les pasa o sentir que ya se ha superado eso lo que hace que el interés en los acontecimientos no decaiga.
Así seguimos a estas cuatro mujeres que gracias a la apertura del mercado laboral se hallan emancipadas, al precio de quedar ellas también alienadas a los imperativos de la producción. Han dejado el lugar de resguardo en torno al hogar, para salir a la arena laboral con sus logros y sus costos, ya que no sólo de elegir trabajo se trata...
Así las cosas, una de las amigas termina en una situación poco pensable hace no muchos años atrás: Abogada exitosa, encuentra finalmente su pareja encarnada en un cantinero, y lo que eran sus logros laborales, económicos, profesionales pasan a ser uno de los mayores obstáculos a resolver en la pareja. Y no se trata simplemente de “quedemos entonces en casa” porque esto no resuelve nada, porque además el movimiento ya está en marcha, y no es posible hacerlo retroceder. Ni tampoco se trata de “sí a la llamada liberación de la mujer” o “no a la liberación de la mujer”.
Este movimiento ya lleva el suficiente tiempo como para que empiecen a hacerse más evidentes ciertas consecuencias. Y son algunas de estas consecuencias las que plasma la historia. Y esto, una vez mas, es a mi entender lo que atrapa al espectador, que espera poder encontrar la respuesta a su propia situación en los avatares del recorrido de estas amigas, prototipos de la mujer que encaja en el escenario que la sociedad capitalista y de consumo propone: mujeres que salen al mundo, se insertan laboralmente, pasan por casas de altos estudios, tienen una acomodada posición económica... y viven solas.
Parece que manejan sus vidas en el colmo de la libertad, pero no todo puede ser manejado. A pesar de las promesas de felicidad que la liberación de la mujer traía, algo insiste, se repite. Es lo que muestran, lo que van poniendo en escena las protagonistas, siendo esto parte de lo que suspende y atrapa la mirada del espectador.
Esto, y cómo lo que buscan, aún adornado con las adquisiciones que oferta el avance del capitalismo y la ciencia, no es algo tan lejano, tan ajeno, tan diferente a lo que nuestras abuelas buscaban...
Así, estas cuatro amigas llegan a Manhattan en busca de “moda y amor”; y se dan cuenta rápidamente cuanto más sencillo es lograr lo primero; cuanto más complicado lo segundo. A lo largo de las escenas lo que se desliza sutilmente, casi sin que se note, es que no se trata de sexo sino de que “no hay relación sexual”, de la imposible relación sexual armónica entre los seres humanos.
Así, nuestras protagonistas ponen en escena la posición de la mujer actual, que se encuentra buscando armar una pareja o una familia pasado los 30 o los 40 años, con la responsabilidad y el compromiso de tener que elegir pareja para ellas y padre para sus hijos, lo cual no siempre coincide, y en medio la angustia que este recorrido va acarreando.
Hace no muchos años una mujer debía tener resueltos estos temas mucho antes si no quería ser llamada “solterona”. Hoy los tiempos se prolongan, con sus pro y sus contra.
Así las cosas encontramos en la película a la protagonista como la representante de la últimas de las solteras en la Gran Manzana, teniendo que actuar con la prisa del concluir un casamiento digno de un cuentos de hadas, y como tal con un limite temporal preciso, que en este caso no son las 12 de la noche, sino un “ya” pues pasado ese momento deja de ser socialmente posible o correcto el acto, en este caso el traje blanco para ella. Y cuando todo parece logrado e ideal tanto sea el vestido, el lugar del evento o el cortejo, algo cae, tropieza. La tecnología, los gadgets hacen su entrada: el celular que se pierde de vista es el punto donde se precipita una secuencia de cruces que escenifica el desencuentro. Ella llega, él se va. Ella se va, él vuelve. Se cruzan y el ramo de la novia es el punto de contacto, desarmándose pétalo a pétalo juntamente con la escena, para dar paso a una luna de miel de a cuatro y entre amigas.
El lugar que las mujeres ocupamos socialmente ha cambiado de forma notable y vertiginosa en los últimos tiempo, y esto es lo que aparece reflejado en las cuatro amigas a las cuales encontramos, habiendo pasado unos 10 años desde el inicio, en una situación que podríamos describir como “no tradicional”. Una ya en los 50 decidiendo seguir con el culto a sí misma. Otra que enfrenta una separación por una infidelidad, sin poder siquiera preguntarse qué tiene que ver ella en que se haya llegado a esa situación. Una tercera que recién luego de adoptar puede quedar embarazada. Y la última que en los 40 anda en los pasos previos a pensar siquiera en el tema de la maternidad, posibilidad que ofrece la modernidad a la mujer de decidir a partir de los avances de la ciencia sobre cuándo no tener hijos, aunque no se pueda afirmar del mismo modo lo contrario.
Ya no hay claras delimitaciones de pautas, tiempos, modos, lugares. Pero tampoco es posible sostener la esperanza de una libertad futura que colme de felicidad. Nuevos demonios aparecen, y ya no sirven las respuestas ensayadas por generaciones de mujeres para antiguos demonios.
¿Libertad? ¿Sexo en la gran ciudad? Tal vez... pero ¿qué pasa con cada mujer cuando eso pasa? Lo único seguro es que no se abren las puertas del paraíso, y que pese a todos los intentos de igualdad, a cada una le pasa algo diferente.
Tras el supuesto glamour de uno de los lugares más exclusivos de la Gran Manzana, aún más que en un pequeño pueblo, se puede apreciar a la luz de las marquesinas y el alumbrado público esta descarnada búsqueda del nuevo lugar que la sociedad de consumo oferta: El supermercado de la pareja, de la maternidad, de la felicidad. Pasé, vea, elija. Se puede tocar. Eso sí, no hay más a quién reclamarle si no le gusta lo que elige, ni a quien “culpar” por haberla embarcado en una relación. Hay que elegir, y ya no hay parámetros claros de referencia, y en su lugar lo que aparece es un feroz e inapelable “deber ser”. Barbie divina con novio al tono, coche adecuado ultimo modelo, que favorezca el mercado de consumo. O como en el caso de nuestras “amigas” zapatos de 500 dólares, o carteras Louis Vouiton. Pero una vez logrado, si es que se logra, ¿llega con la factura de pago la felicidad, el sentirse plena, realizada? Nada lo garantiza, más bien lo contrario.
Hoy por fuera del ámbito del amor maternal y conyugal las mujeres vemos ampliada las opciones, podemos acceder a los bienes de consumo, al poder, al saber, al éxito, etc. pero el interrogante freudiano ¿qué quiere una mujer? persiste abierto.
La pregunta sigue hoy teniendo tanta vigencia como entonces, pese a algunos intentos obviamente fallidos de obturarla con una respuesta que sirva “para todas”. En la época donde el Otro no existe, hay que orientarse de otro modo, hay que poder encontrar el modo de apropiarnos de los logros, para lo cual, inevitablemente, vamos a tener que pagar cada una los costos...
Cenicienta de la modernidad, Sex and the city se plantea a mi entender como cuento de hada de una época en donde todos los cuentos parecen haber caído en desuso y ser “felizmente” reemplazados por juegos cibernéticos y solitarios. ¿Es “sex and the city” o cómo hacer para evitar caer en una soledad, en el aislamiento, en lo auto que aún en la más innovadora de las plazas sigue siendo un destino poco apetecible?
Cuando ya casi no hay lugar al que las mujeres no tengan acceso desde lo académico y/o laboral, cuando lo tan ansiado parece logrado, los malestares lejos de desaparecer se incrementan. Algo insiste, no se calma. Algo que hace a cada mujer y que debe ser escuchado y tramitado.
De esto se ocupa el psicoanálisis. Para lo que no entra, para lo que insiste ofrece a la mujer de hoy la apertura de un espacio donde dicho malestar pueda ser alojado e interrogado, tomando en cuenta las singularidades de cada una junto al entramado del discurso de la época para encontrar su lugar entre el mandato socio-familiar y su propio deseo.
No hay respuestas generales a qué se debe hacer, a qué está bien o mal. Cada una debe encontrar las suya propias relacionadas con su historia, su posición subjetiva, sus preguntas y sus cuestionamientos, las marcas de su goce y su deseo. Sólo desde ahí podrá articular una respuesta que hará su vida plena, evitando el sufrimiento de la queja inútil.
Fabiana Antonelli. Psicoanalista (UBA). Concurrencias Hospital Borda y Alvear. Postgrado UBA. Desde el 2006 dicta Cursos de Postgrado en el Centro de Salud Mental Nº3 Ameghino. Atiende a jóvenes y adultos y trabaja con problemas de procreación. Fue docente de Practicum de la USAL y co coordinó el Equipo de Admisión y el Departamento de Docencia e Investigación de Casa Solidaria del Pilar. Continúa formándose en la Escuela de Orientación Lacaniana.
Otros trabajos de la autora: