Se sabe que la ausencia de relación sexual es impensable sin el concepto de escritura –el rebús es una de sus formas–, y que la castración resulta inmediatamente implicada al hacer jugar estos términos.
En el artículo en general y en la medida en que el isomorfismo atañe a todos los términos analizados se plantea el problema de la relación de esta operación con la estructura.
El isomorfismo que aislamos, se verá, es ciertamente elemental. Consiste en un movimiento que se produce en dos pasos sobre un punto intermedio que hace de bisagra o articulación.
I. Cómo soñamos. Contenido latente/rebús/contenido manifiesto. Freud, en Interpretación de los sueños, comienza por atender al contenido manifiesto, al relato del sueño. Este relato consiste en la puesta en palabras de las imágenes oníricas, del jeroglífico del sueño. Acto seguido, toma las asociaciones del sueño, es decir, el contenido latente. Con ayuda de estas otras palabras, termina por conferir a las imágenes iniciales del sueño el estatuto de un rebús o, más en general, de una representación plástica. Y allí ubica e interpreta el deseo del sueño (los deseos).
Es fácil perderse sin esta guía. Si el sueño está bien trabajado, las imágenes adquieren una posición doble. Se parte de ellas para volver a ellas. Como en la prueba de corrección de una división –el resultado obtenido se multiplica por el divisor y obtenemos el dividendo–, las imágenes oníricas se desmultiplican en el contenido latente y una vez que se obtiene el sueño como rebús el camino puede desandarse.
En ese punto donde el lenguaje pierde pie, donde los significantes de la demanda se quiebran y alcanzan su proximidad mayor al deseo, Lacan, recordémoslo, ubicaba a la instancia de la letra (rebús significa también resto, deshecho).
II. Cómo fonetizamos la escritura. Lenguaje/marca/lenguaje. Desde la Histoire de James Fevrier se desarrollan las páginas tal vez más conocidas del Seminario sobre la escritura. Se ha dado en llamar conjetura sobre el origen de la escritura al siguiente movimiento: Encontramos una inscripción, una suerte de marca de fábrica o de firma como, por ejemplo, las que llevan las vasijas predinásticas egipcias; luego, esa marca es nombrada, y, por último, sirve para nominar un rasgo fonético del lenguaje. De un modo similar, la escritura figurativa, en el límite de su borramiento –Lacan explica el nacimiento de la escritura cuneiforme mediante ese borramiento–, termina por aislar un rasgo que aguarda, desde siempre, ser utilizado para simbolizar un fonema. Cuando el signo pasa a ser tomado como objeto se invierte la relación inicial y el objeto al que el signo hacía referencia se pierde. Siguiendo el ejemplo de Lacan: “an” es el nombre de un jeroglífico que simboliza al cielo; luego, el jeroglífico simboliza al fonema “an”; el objeto queda reprimido. (Si adujéramos que el fonema esperaba ser escrito, el amor no sería ajeno al asunto.)
III. Falta de instrumento/Falo/suplencia del sentido. Si se acepta que el Seminario de Lacan se compone, al menos descriptivamente, de dos partes: de un lado la falta de órgano copulatorio –que lleva a transformar el instrumento en significante y luego a perforar el código–, del otro la suplencia del sentido, entonces, se puede ubicar en su articulación al Falo y centrar allí la lectura.
El Seminario pivotea oníricamente sobre ese concepto. Al sueño de la relación sexual sigue el despertar del sentido sexual (el psicoanálisis ha mostrado que también soñamos despiertos) que reproduce el vacío, el blanco que deja el Falo.
Cuando el sujeto hace su declaración de sexo –según la expresión ideada por Lacan y que se impuso en los últimos años sobre su pendant “la elección de objeto”–, cuando dice “yo”, al mismo tiempo señala su sexo, pone en juego a la castración. El significante –como acabamos de ver– no lo designa como sexuado. En efecto, existe una falla en el significante referida al hecho de que el sujeto está afectado por un sexo.
IV. Cómo leemos a Lacan. Texto/grafo-matema/texto. La obra de Lacan presenta ciertas claves que, aunque no están disimuladas puesto que son bien visibles, no son fáciles de reconocer y, menos aún, de utilizar. Se trata de matemas, letras y grafos que, a su vez, están montados sobre bromas –Lacan usaba la expresión cachotteries para referirse a ellas–, pequeños misterios cuya función de segundo grado también pasa inadvertida. Estas claves se marcan por una referencia al escrito, tanto en los artículos como en los seminarios, y se alojan siempre en el punto en el que el texto pierde la palabra, confrontado a lo que no se deja representar. En un único desarrollo que se desdobla, un artículo por ejemplo, son retomadas. Se habla de ellas, se las relanza partiendo el texto. Por esto, funcionan como una bisagra o un punto de giro entre la inexistencia de lo real, lo que hace agujero, y el plus, un significante vacío, o vaciado, que indica lo real.
Piénsese, para medir el alcance de la cuestión, en el escrito sobre La carta robada. Ese texto fue extraído de la cronología de los Écrits y ubicado como introducción al volumen. Se nos dice que el cuento de Poe sólo habla del contenido de una carta que en un primer movimiento fue sustraído. La relación entre Écrits y Carta robada, equivalente a la de la letra y el Falo –puesto que Lacan se ocupó de observar que la lettre del título de Poe retomado en su Seminario tiene el sentido de Falo y no el de letra–, se ha reflexionado poco. Lacan nos introduce al valor de sus escritos: el desdoblamiento que sucede a la sustracción atañe a cada uno de ellos (a los fundamentales, al menos) y, de un modo menos evidente, al volumen mismo, al conjunto.
Si es cierto que la enseñanza de Lacan puede distribuirse en siete grandes modelos, o en siete matemas si se prefiere esquivar el término “modelo”, se observa que cada uno de ellos presenta, a su manera, algo que es irrepresentable. En los grafos del deseo, por ejemplo, el cruzamiento doble y simultáneo de las líneas no es representable. El nudo borromeano, con su peculiar forma de anudar registros desanudados, es otro desarrollo del mismo tema. Recordemos los otros cinco modelos: el esquema L, el álgebra lacaniana, el algoritmo de la transferencia, los cuatro discursos, y las formulas de la sexuación. En cada uno de estos modelos se halla la misma característica: introducen un irrepresentable. Por esto se presentan como matemas y hay que suponerles algún tipo de aprehensión de lo real.
V. Cómo hablamos. a) Código/significante de la falta del Otro/habla. El significante, cuando intenta dar con la significación, refiere a otro significante. El significado, que siempre se escabulle, sólo puede decirse con palabras (de allí el aforismo: no hay metalenguaje). El Seminario aborda esta cuestión en función de dos movimientos correlativos:
–Respecto de la lengua, la simbolización del Otro –la indicación del lugar vacío del lenguaje, de su desaparición (de su constitución retroactiva), al menos en tanto código– posibilita hablar, cabría agregar, un habla humana (que no es el caso cuando las palabras sólo dicen lo que dicen);
–Con relación a la sexualidad, correlativamente, el Falo detiene –en un punto que se sitúa fuera del sistema significante, a veces localizado en el infinito– la significación (el significado, desde entonces, queda emparentado con el goce).
Son las operaciones de metáfora y metonimia. O, si se prefiere, hallamos la metáfora del sujeto y la metonimia del deseo. Puede entreverse desde aquí por qué toda significación es fálica, o por qué el sexo habita en el saber (hacer) del hablante, para mencionar sólo dos cuestiones.
Hay pues que destacar el estatuto decisivo de ese articulado no articulable que es el S(A). Allí se define por primera vez el escrito y su alcance sobre lo imposible, conjuntamente con la castración. Este matema permite, al ser retomado, lanzar la significación como un plus. Sin este “matema” –recordemos que Lacan le negaba ese estatuto: ¿cómo admitir una transmisión integral de la castración?–, paradójicamente, no hay comunicación ninguna.
El mismo movimiento, tomado desde el costado de la sexualidad, muestra que el sujeto, en cuanto trata de desalienarse y hallar su propio deseo (el deseo se supedita al deseo del Otro), se encuentra con la castración, sufre una pérdida representada por el Falo.
El lenguaje nos marca y hablamos desde las marcas. Ese es el precio.
Esta simbiosis inicial entre lengua y sexualidad, esta mixtura, escapa al sentido común. Ha sido banalizada, frecuentemente mal entendida. La doxa opera, por ejemplo, cuando se aborda el tema de la metáfora paterna y el Falo. Se nos dice que primero hablamos, que hay lenguaje, y que, después, sufrimos alguna marca que viene a agregarse y que suele identificarse con el complejo de castración.
VI. Cómo interpretamos. Asociación libre/corte-interpretación/asociación libre. Freud, cuando analiza el olvido de nombre del autor de los frescos de Orvieto, intuye que el discurso se detiene siempre y pronto. Lacan, por su parte, señaló tempranamente la existencia de una ley del discurso interrumpido. El discurso no llega a término, reverbera y retoma la marca que lo detuvo.
Este movimiento, entre el efecto de lenguaje y el efecto del lenguaje, legitima y justifica el uso de la asociación libre. El analizante, en tren de decir, no tarda mucho en dar con alguna laguna o un lapsus. Se interrumpe. Y, luego, con una interpretación de por medio o sin ella, reinicia su discurso. El lugar de una sucesión finita es el infinito.
Las interpretaciones (las intervenciones del analista, en general) con frecuencia se basan en un juego de palabras, un retruécano, en un giro de lenguaje que implica un pasaje por el no-sentido. Las asociaciones del paciente la retoman. El discurso se parte sobre ese punto insensato y preciso.
Cuando se dice que el corte de la sesión es una forma de interpretación eficaz (o la más eficaz), se apela a esta estructura. Es obvio que la interpretación tiene un contenido y el corte carece de él. Pero es toda la diferencia. En cuanto a su función son idénticos. Ambos se ubican en el punto en el que la cadena asociativa pierde sentido y gira.
El paciente, en la sesión siguiente, asocia con el corte. Lo asume como una interpretación (en el mejor de los casos). Descriptivamente, el corte sustituye a la interpretación, toma su lugar. Viéndolo con más profundidad, el corte de la sesión es una suerte de interpretación de símbolo cero. Su vacío de contenido adquiere sentido porque se opone a la interpretación. Pero, entonces, hay que ser cuidadosos. El corte no intima con el objeto más que la interpretación. Y –perderlo de vista sería aún más grave– no sobreviviría sin ella. La necesita para oponérsele. En caso contrario, el sistema de símbolo cero no podría constituirse.
VII. Cómo reclutamos analistas. Intensión/final del análisis-pase/extensión. ¿No confiere el pase una forma de bisagra al final del análisis? Si tocamos el final del análisis, en el punto en el que el sujeto pierde la representación, habiendo alcanzado esa marca –la marca es correlativa de la falta de representación–, dos instancias de jurados van a retomar la cuestión. De un lado alguien pierde la palabra, y de otro hay quienes la retoman.
El análisis termina por localizar el agujero. El discurso flexiona sobre sí, tomando apoyo en el escrito (y es en lo que más se acerca al metalenguaje) para que esto ocurra.
Lacan, para ilustrar el pasaje de analizante a analista, propone la imagen de la puerta giratoria. Es evidente que asistimos a un escamoteo, un truco (un tours de passe-passe). Pero es un truco que no se oculta y se desarrolla a la vista de los participantes, un público, y los jurados. Porque se pretende, ante todo, dar cuenta de él. Al verlos dar la vuelta –quizá sólo uno da la vuelta, mientras el otro se aleja con su correspondencia a cuestas–, notamos que el analista ha quedado fuera de cuestión. El fracaso del pase obedece, entre otras razones, a que, como en el caso de una construcción, el final del análisis atañe al analista y no al analizante.
VIII. A manera de conclusión. Lévi-Strauss decía que, en última instancia todo depende de un isomorfismo entre las estructuras de la corteza cerebral y el lenguaje. Tal vez el lenguaje sea binario porque el cortex es binario.
¿Y la afasia entonces? Una lesión cerebral sigue las leyes del lenguaje y se producen afasias metonímicas y metafóricas. Es sumamente raro. De aquí resultan, al parecer, dos hipótesis: a) la inscripción, a pesar de que se produce en la corteza, funda su espacio propio y conserva sus leyes; b) el cortex es la causa del lenguaje, y por eso la lesión afecta directamente los ejes del sintagma y el paradigma en el código, es decir, bien por fuera del cerebro.
Ambas hipótesis, aunque opuestas, suponen un isomorfismo en la base de la cuestión.
Chomsky partió del hecho de que librado a sí mismo el hablante no podría limitar la cantidad astronómica de combinaciones gramaticales de las que dispone la lengua en forma potencial. Por eso supuso que el cerebro humano, genéticamente informado, se encarga de limitarlas. Así el sujeto en unos pocos años puede aprender a hablar y adquiere la lengua.
Desde entonces se dice que la lingüística volvió a tener una base materialista, y la cosa retornó a las ciencias duras.
En esta línea de reflexión sólo queda pendiente una cuestión verdaderamente difícil: ¿qué hay entre el cortex y la realidad que nos hace dar vueltas?
Carlos Faig. Psicólogo (UBA) y psicoanalista. Publicaciones: La transferencia supuesta de Lacan, ed. Xavier Boveda, Bs. As., l985; La clínica psicoanalítica, Xavier Boveda, 1986; Lecturas clínicas, Xavier Bóveda, 1989; Refutaciones en psicoanálisis, Alfasì, 1991; Nuevas refutaciones..., Alfasì, 1991; La escritura del fantasma, Alfasì, 1990; El saber supuesto, Alfasí, 1989. Ex profesor UBA (adjunto en Psicología comprensiva y titular en Fundamentos de la práctica analítica).