Desde el punto de vista de la historia del psicoanálisis, fue necesario pasar por cambios importantes en cuanto a las premisas de la técnica, que la transferencia fuera más comprendida, que se profundizara más sobre los alcances y los límites de la interpretación y la importancia del encuadre para que estuviesen dadas las condiciones para un desarrollo diferente del tema de la contratransferencia.
Así como la transferencia pasó de ser un obstáculo a ser el elemento más poderoso en el tratamiento en poco tiempo, la contratransferencia tuvo un recorrido diferente. Mantuvo un carácter “negativo” por casi cuarenta años.
Freud al dirigir sus recomendaciones técnicas se refiere a la analogía del espejo, la cuál al decir de posteriores psicoanalistas, fue mal interpretada, donde el analista debía ser alguien neutro, que hubiese superado su neurosis de transferencia, gracias al análisis didáctico, el cuál introduce Freud en “Las Perspectivas de la terapia analítica”.
Como se consideraba que cualquier influencia de la afectividad del analista perturbaría la posibilidad de ver reflejada la problemática del paciente, se tornó en un elemento fóbico. La contratransferencia era temida como influencia desfavorable para el tratamiento.
Mucho tiempo después se comienza a descubrir sus otras cualidades, primero como elemento importante en la relación analista- paciente, tomándosela como elemento diagnóstico de lo que le ocurría al paciente. Es decir, lo que el analista sentía contratransferencialmente, era aquello que le sucedía al paciente.
Un punto importante lo define Racker en “Estudios sobre la técnica Psicoanalítica”.
Cap. 5 (La contratransferencia): diferencia dos elementos que son de mucha utilidad en la clínica para una visión integradora. Una parte de la contratransferencia que él llama “identificación concordante”, que es la identificación del analista con el yo y el ello del paciente. También podríamos agregar, con el Superyó. La otra parte la llama “identificación complementaria” Esta resulta de la “identificación del analista con los objetos internos del analizado”. Y advierte que esta parte es la más peligrosa por lo cual el proceso que debe seguir el analista es la “doble vida”, la “disociación sana”, que le permite dividir su yo en uno vivencial y en otro racional y observador.
La contratransferencia complementaria permite sentir aquello que el paciente no está sintiendo, lo que está ausente en el paciente.
Qué sería lo productivo de este concepto en la perspectiva integradora? No quedarnos con la contratransferencia sólo como elemento diagnóstico. Lo terapéutico en este aspecto sería devolver, permitir que el paciente viva aquello que está ausente en él con carácter consciente, que no está vivenciando, y que el yo del analista ha experimentado. Es “reintroyección de lo proyectado”.
Ya con Racker hemos llegado a una etapa importante de avance en la implicación de la contratransferencia en el tratamiento psicoanalítico.
Si bien podemos nombrar a muchos autores que han contribuido en este aspecto, como Balint, Winnicott, Margaret Little, y muchos otros, es de destacar la figura de Paula Heimann por su gran trascendencia y el proceso que la lleva a contradecirse hasta llegar a hablar del proceso cognitivo del analista.
Es decir que se pasaba de centrarse en las contribuciones del paciente en el proceso analítico (transferencia) al aporte del analista centrado en la contratransferencia.
Paula Heiman pasó de afirmar el valor positivo de la contratransferencia también como “instrumento de investigación psicoanalítico” además que diagnóstico.
En una primera época enfocó la contratransferencia como “creación del paciente”. Bajo esta perspectiva se lograba una relevancia del tema pero con una despersonalización importante, la contratransferencia estaba produciéndose en al analista pero originada por el paciente.
Pero ya más adelante, se distancia de este concepto que ella misma había formulado, y fundamenta el uso de la contratransferencia como terapéutico, sin hablar de identificación proyectiva.
Así como se había dicho en su momento de la transferencia: que es un obstáculo, un útil instrumento y, a la vez, forma un campo de posible despliegue donde el paciente puede cambiar, así también Racker afirmaría que la contratransferencia opera como obstáculo, como instrumento para detectar lo que le está pasando al paciente, y como campo para adquirir una experiencia viva, diferente de la originaria.
Me parece muy esclarecedor el análisis que realiza Horacio Etchegoyen para definir la contratransferencia y delimitarla de la transferencia. Y nos orienta partir del encuadre como el ordenador de los fenómenos, “...el encuadre se instituye para que existan realmente estos fenómenos, para que el paciente desarrolle su transferencia y el analista lo acompañe en el sentido del contrapunto musical...”
Si tomamos entonces el encuadre como referencia de contexto, permite ordenar la relación entre analista y analizado como una relación asimétrica y la contratransferencia permite al analista mantener lo que Winnicott llamaba actitud profesional. Si bien en la práctica el analista no siempre puede responder de forma racional, la respuesta transferencial del analista, debe ser en respuesta al paciente para que estemos dentro de un proceso analítico.
Y aquí me interesa destacar el enfoque de Grinberg continuando la línea basada en la Identificación de Racker. Grinberg “establece una gradación que va de la contratransferencia concordante a la complementaria para llegar a la contraidentificación proyectiva”. Lo que Grinberg diferencia es la posición en la que el analista está en uno y otro proceso. En la primera el analista se identifica con los objetos del paciente como respuesta a determinada configuración transferencial. Mientras que en la segunda, el analista se ve forzado a desempeñar un rol por ejercicio de una violencia del analizado sobre él y que no tendría que ver con la contratransferencia. Este punto es cuestionado por Etchegoyen quién dice que si bien hay violencia para forzar al analista a ejercer un rol, también hay que considerar que en estos casos no opera sólo el analizado, y que “el analista no tiene que sucumbir necesariamente a ella”. Que podemos pensar que de alguna manera el analista participó aunque se haya sentido forzado o violentado por la identificación proyectiva del paciente.” La manera que señala como adecuada, es que el analista hubiera podido introyectar lo proyectado por el paciente respondiendo luego adecuadamente, y agrega que si el analista ha sido dominado es que la neurosis de contratransferencia está en juego. La pasividad sería una forma activa de “no comprender o de preferir que lo invadan”.
Más adelante, en la presentación de “Más allá de la contraidentificación proyectiva”, Grinberg plantea nuevos pensamientos, donde ya la contraidentificación proyectiva no está fuera de la contratransferencia, sino que es un útil instrumento técnico para llegar a los niveles más profundos del psiquismo del paciente.
Winnicott abarca un concepto amplio de contratransferencia que incluye los conflictos no resueltos del analista, sus experiencias y su personalidad y además sus reacciones racionales y objetivas. Para que el analista no se encuentre ante sus pacientes sin recursos, debe reconocer su contratransferencia y saber diferenciar sus reacciones también objetivas frente al paciente.
El reconocimiento de los fenómenos de contratransferencia para Winnicott, es fundamental para poder sostener al paciente desde la dependencia absoluta hasta que sea el momento de interpretar.
Empatía
Hay un elemento importantísimo que hemos nombrado anteriormente, que no puede quedar fuera al hablar específicamente de la contratransferencia y es el concepto de empatía. Según consideremos a la contratransferencia y sus alcances, variará la relación que hagamos entre empatía y contratransferencia.
Es un tema que ha tenido largo desarrollo y diferentes aportes y posturas.
Si tomamos a Ferenczi, él nos advirtió sobre la eficacia de aquellos que estuvieran familiarizados con el análisis, pero también de la ecuación personal que sólo podrá manejarse con tacto, a lo que él llama empatía, y que dará la orientación necesaria para saber qué y cuándo decir al paciente, evitándole el dolor que una inoportuna interpretación puede causarle. El, como Bion, pensaba que el Psicoanálisis no puede darse sin dolor, y que uno de sus objetivos es aprender a tolerarlo. Empatía es para Ferenczi un darse cuenta que posibilitará prever la reacción del analizado y poder así evaluar el callar o el hablar, pero advierte que nunca será analogada a una actitud sentimental o ingenua. Más adelante Poland y Carloni diferencian más claramente lo que Ferenczi llamó tacto y empatía, y dicen que la empatía sirve para comprender (polo sensorial) y el tacto para interpretar (polo motor).
Greenson toma el tema de la empatía como el conocimiento emocional de los sentimientos del otro, que sirve para comprender al paciente. Y advierte que requiere un equilibrio en el analista, sin quedar atrapado en los sentimientos del otro, lo cual significaría una falla. Esta falla puede ser por defecto o por exceso.
Kohut se ocupó muy especialmente de la empatía, otorgándole un papel muy importante ya que el analista a través de ella, da credibilidad a la percepción que el paciente tiene de su realidad psíquica, captando a través de la empatía esta percepción genuinamente.
Etchegoyen considera que la empatía es un factor necesario pero no suficiente para la labor analítica.
El investigador italiano Rizzolatti y su equipo encontraron que nuestro cerebro está equipado con las llamadas Neuronas Espejo, que no constituyen simplemente un sistema de imitación de movimientos, sino que en este bagaje neurológico estaría la base de nuestra condición como seres sociales explicando las bases biológicas de varias alteraciones del ser humano (procesos de aprendizaje, autismo, evolución del lenguaje) y también las bases de los sistemas éticos.
Pero a los fines de lo que venimos desarrollando, es que las neuronas espejo demuestran las bases neurológicas de que podemos ponernos en el lugar del otro, pero no de un modo abstracto o intelectual sino sintiendo como el otro siente.
Se ha demostrado que las personas que presentan mayor grado de empatía, tienen mayor actividad en las neuronas espejo. Por estas neuronas espejo, la gente tiende a imitar los movimientos de los otros por una especie de empatía motora, que facilita las relaciones sociales y la aceptación mutua. Pero no sólo actúan cuando la persona está activa en su polo motor sino cuando ve a otro realizando la acción, llega a sentir lo mismo que si estuviera realizándolo.
Todas las emociones producto del intercambio social tienen un lugar en el cerebro. Lo que nos interesa aquí tomar de este tema tan importante de las neurociencias, es que una de las posibilidades del funcionamiento de estas neuronas es que permiten leer la mente de los otros porque te ayudan a entender sus intenciones Es decir que nuestro cerebro interpreta y responde a las intenciones de los otros, y sin pensarlo, lo sentimos de modo inconsciente.
Relación empatía- contratransferencia
En la medida en que el analista pueda tomar distancia, por medio de la autoobservación, ver lo que contratransferencialmente siente, en qué medida el paciente contribuyó a crearla y a la vez padece sus efectos, allí será cuando el analista esté en condiciones de interpretar, sin hablar de la contratransferencia (a modo de confesión) sino de lo que le pasa al analizado.
Desde un modelo integrador (Hugo Bleichmar,1997), podemos decir que el modelo modular transformacional, toma en cuenta que no existe un sentido que ya está escrito, detrás del material manifiesto sino que hay que tomar en cuenta la participación del analista (“interpretante”) y su historicidad, sin caer en una posición objetivista pero tampoco hacia una que suponga una arbitrariedad total. Por ello, el analista con un marco más amplio de entendimiento acerca de la constitución y funcionamiento del aparato psíquico, podrá considerar que no está operando sobre un texto ya escrito, que está oculto y al que hay que descubrir, pero que sí tiene sus límites. Es decir, que ante la interpretación hay que tener en cuenta dos campos de fuerza: “el del material original y el del código del interpretante”.
Esta se podrá acercar más o menos al paciente en la medida en que el analista tenga en cuenta: