Todo empezó por allá por el año 1976 cuando ingresé a trabajar como Psicólogo en un Instituto de Seguridad de Jóvenes Adolescentes en Conflicto con la Ley Penal, -como gusta definirse la problemática desde hace algún tiempo-, y luego en la misma función profesional en Unidades Carcelarias del Servicio Penitenciario Federal.
A poco de estar trabajando, ya comencé a sentir las contradicciones del Sistema, dado que para alguien que tuvo una formación humanística, este tipo de establecimientos plantea encrucijadas de dificultosa solución. Podría haber elegido el camino más fácil y aceptar el discurso del Sistema, sometiéndome a él, abrazando al mismo, y reivindicando su contenido sobre aquellos que trasgreden lo normado, de hecho, ese es el objetivo clásico que se pretende del profesional psicólogo en ese ámbito. Pero nunca fue esa mi característica, por lo cual me aboqué a analizar los fenómenos de la trasgresión y la delincuencia a la luz de considerarlos actos humanos, y por ende motivados por necesidades concientes e inconscientes del individuo productor. Rápidamente comencé a ver la falta de conocimientos y saberes propios del abordaje de esta problemática , de los que carecía y que no había aprendido en mis años de Universidad, por lo que resolví volver a ésta para formarme, no solo en carreras y especialidades de pos-grado, sino también en tareas docentes, lo que me obligaría a redescubrir lecturas desde ópticas distintas y desconocidas para mi, hasta ese momento. Y así fue que comencé a estudiar carreras como Criminología, Ciencias Penales y Psicología Jurídica, y a la vez a cumplir funciones como Ayudante en la Cátedra de Delincuencia Juvenil, que tenía por ese entonces como Profesora Titular a la Lic. Marina Hurtado, a quien hasta hoy sigo agradeciendo la oportunidad que me brindó de iniciarme en la docencia, y en esta área específica del saber.
A medida que me adentraba en este campo, me iba atrapando cada vez más, al punto de desempeñarme en él, desde hace más de treinta años, con la misma ansia de saber que el primer día.
Hasta aquí este pequeño resumen de mi actividad para explicar un poco las motivaciones y los interrogantes que me trajeron hasta ustedes y juntos enfocar el fenómeno de la trasgresión como malestar cotidiano, que aqueja a los individuos que viven en sociedad. partiendo de este, vemos que uno de los renunciamientos que hace el individuo (como sujeto individual) para poder vivir en sociedad, es renunciar a la Violencia, la Agresión y la Justicia por mano propia. A partir del momento en que el sujeto comienza a integrarse a la sociedad, pone todos estos principios y derechos (que le son propios), en manos del Estado, quien se transforma en protector y cuidador de los sujetos que se comprometen a este renunciamiento. Y es por ello que, cada vez que se altera la “Paz Social”, y esta debe ser recompuesta, el Estado, que es quien debe lograrlo, recurre a la violencia.
Todo acto del Estado es Violento, en cuanto vulnera derechos, por eso deben estar encuadrados en causar el menor daño posible, pues, por definición, la intervención del Estado se efectúa a través de métodos que no le son propios, sino que le fueron otorgados por los mismos individuos que lo integran, y que hirvieron el renunciamiento, en aras de una protección prometida. Pero a la vez, el no cumplimiento de la contrapartida, es decir, la promesa de protección y bienestar, el abastecimiento de necesidades y la conservación de la Paz Social, produce un malestar, que se trasunta en la recuperación de los valores individuales cedidos, y el ejercicio individual de ellos.
Es aquí donde encontramos el origen de la trasgresión, pues la estructura social está apoyada en las estructuraciones de los valores cedidos como patrimonio de todos y no de cada individuo en su singularidad. Y de allí que, si el Estado no cumple con su misión, carece de sentido su funcionamiento.
Y es aquí donde se plantea esta primera encrucijada, el Estado debe proveer a la satisfacción de las necesidades de los sujetos en su individualidad, o en su colectivo. En general acordamos con la última, y es por ello que, si dejamos de lado a la individualidad, fundamentamos y sostenemos el castigo de los diferentes que no funcionan integrados al colectivo, y por ello debemos castigarlos. De que manera, como último y novedoso hallazgo, desde hace más o menos 300 años, aparecen las cárceles y los establecimientos de encierro, como forma de alejar al diferente, al rebelde del funcionamiento con las pautas sociales del colectivo, para proceder a lo que los estudiosos denominan “rehabilitación”.
Como pueden ver a esta altura, es más fácil para el Estado, dejar de lado la singularidad de cada individuo que la compone, haciendo privar los intereses de esa mayoría, que no es otra cosa que los intereses de la clase dominante, que utiliza el control y la dominación social para imponerlos. Y asimismo, por todo esto, también le es más redituable, en término de gasto y ahorro de energías (léase “presupuestos”), obedecer a ese supuesto interés mayoritario, sin tener en cuenta los intereses minoritarios e individuales que vulnera. Si la sociedad funcionara como cada uno de sus miembros espera, los individuos no añorarían los valores a los que renunciaron, y por ende no existiría el malestar, pero el malestar existe, prueba de lo cual la sociedad no funciona como el sujeto pretende.
También, y por último no quiero dejar de hacer mención al fenómeno de la trasgresión en el amplio sentido del término, y como funciona este fenómeno en el individuo, permitiéndole una suerte de salida o escape del modelo cultural de renunciamientos, y tal vez por esto, podamos explicar la fascinación que representa la violación de la norma para ciertos individuos, o esa misma fascinación que sentimos los que cumplimos las normas, respecto de aquellos que las violan, como algo que nos causa miedo y a la vez admiramos, en definitiva de esto se trata la fascinación, una especie de “encantamiento” como que produce una víbora hacia su víctima, por la cual ésta quiere escapar del peligro, pero se encuentra paralizada,-fascinada- con quien le va a causar su muerte, pero imposibilitada de resistencia.
Se me impone finalizar con alguna conclusión, pero en verdad no tengo ninguna, pues de tenerla, debería brindar una alternativa de solución a ese malestar que nos aqueja en lo cotidiano.,
Podríamos plantear una sociedad utópica, en la cual cada individuo se realice con independencia de los otros, y satisfaga sus necesidades son vulnerar otros derechos. Pero esta no sería sociedad, sino sujetos que utilizan su supremacía para someter a los demás. Por otro lado, la alternativa es seguir como hasta ahora, es decir, que la sociedad en la que estamos inmersos, deja de lado las necesidades individuales, para entregarse a la solución de los colectivos, y por ende castigar a los sujetos que intenten imponer su individualidad, pues necesariamente trasgredirían la norma, y por lo tanto deberían ser encerrados, produciendo el malestar.
En síntesis, asistimos a uno de los paradigmas sociales más dificultosos de dilucidar, o nos introducimos en la cultura, y luego penamos por lo que tuvimos que renunciar para pertenecer a ella, o si pudiéramos, nos mantenemos alejados de ella, viviendo en solitario, no efectuando renunciamientos, pero tampoco gozando de la pertenencia.
El presente trabajo fue presentado por el Prof. Dr. Osvaldo Varela en la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM), II Congreso Argentino de Salud Mental, II Congreso Interamericano de Salud Mental, Marzo del 2007.