En “El Malestar en la Cultura”, Freud aborda el problema del Mal desde un ángulo que él mismo llama subjetivo: la infelicidad. Es por eso que nuestro eje de trabajo será éste último en tanto la pregunta nos convoca en la clínica que practicamos. Pensamos que si el psicoanálisis puede hacer algún aporte al problema del mal, no podría sino provenir de las elaboraciones conceptuales efectos de la clínica psicoanalítica.
Strachey nos informa que el título que inicialmente eligió Freud para este artículo fue “La infelicidad en la cultura”, y que luego reemplazó por el definitivo. Interesante deslizamiento que no homologa infelicidad con malestar y que revela algo del orden de las paradojas de la satisfacción humana: el mal-estar no necesariamente implica la infelicidad. De este modo Freud sitúa la cuestión de la infelicidad en relación a lo absolutamente irrealizable del programa del Principio del Placer que gobierna el aparato psíquico. Sorprende la claridad con la que queda planteada la infelicidad como cuestión constitutiva, en relación a un imposible, sentando así la posición ética propia del psicoanálisis, en tanto no se ocupa de hacer felices a los hombres, lejos está de proponer un “arte de vivir”, sino más bien de esclarecer algo del orden de un plus de sufrimiento, un padecimiento en más. En términos de Lacan “este penar de más es lo único que justifica nuestra intervención” .
El hombre no puede dejar de buscar la felicidad, y la felicidad no puede dejar de no realizarse. Paradoja pulsional inherente a la constitución misma del deseo.
En el texto freudiano que nos ocupa, felicidad y satisfacción, si bien no se superponen, van de la mano. En el Seminario 11 Lacan señala que en cuanto a la satisfacción, el sujeto pasa entre “dos murallas de imposible”:
a) Por un lado se trata del planteo freudiano según el cual lo real es lo que hace obstáculo al Principio del Placer, todo aquello que se opone al logro de la satisfacción, “como querría la mano que se tiende hacia los objetos exteriores” dice Lacan, y estima que eso es un reduccionismo del pensamiento de Freud. Pero Freud no se engaña al respecto: “Muchas veces uno cree discernir que no es sólo la presión de la cultura, sino algo que está en la esencia de la función misma, lo que nos deniega la satisfacción plena y nos esfuerza por otros caminos” , poniendo así de relieve que el carácter distintivo de la pulsión es su imposibilidad interna de una satisfacción plena.
b) La segunda muralla Lacan la ubica respecto del Principio del Placer mismo, no hay objeto alguno que satisfaga la pulsión. Es decir que el Principio del Placer está en función de un imposible. Volvemos a lo absolutamente irrealizable del programa del Principio del Placer.
En el Seminario 7 lo imposible es planteado como la infranqueable distancia entre el sujeto y el objeto. En este sentido el objeto perdido de la satisfacción es señalado como interdicto por la Ley. La Ley aparece como impidiendo lo imposible bajo el argumento del mito Edípico. En palabras de Masotta: “…la prohibición del incesto es la hermana del objeto perdido” . Por lo tanto, no es exacto decir que la Ley funda el deseo, sino que más bien se trata de que muestra el punto donde el deseo es la “in-interpretación” de la Cosa, o su imposible interpretación. “Cuando el mandamiento llegó la cosa ardió, llegó de nuevo, mientras que yo encontré la muerte” . Esto hace que el Principio del Placer en tanto búsqueda de una satisfacción imposible conlleve su propio más allá, bajo la estructura de continuidad de la banda de Moebius: Si la búsqueda del placer empuja a alcanzar la Cosa, nos topamos con el borde del dolor “No podemos soportar el extremo del placer, en la medida en que consiste en forzar el acceso a la Cosa” , esto atestiguan los escritos de Sade. Cabe mencionar aquí el sentimiento horroroso que producen algunos descubrimientos o experimentos científicos provenientes de un “progreso” sin tregua del discurso científico en pretensión de suturar la brecha que separa al hombre de lo real.
Desde la perspectiva freudiana se puede decir que el neurótico demanda un padre privador que asegure la inaccesibilidad a la madre. Incluso la muerte del Padre refuerza la interdicción. Pero entonces, por qué es necesario asegurarse de que lo imposible del el encuentro con la Cosa como la consumación de un goce-todo, se preserve como tal? Siguiendo a Lacan se podría responder esta pregunta del siguiente modo: El punto en el que la Cosa queda signada por la Ley como prohibida marca el lugar del deseo. Esto es lo que Lacan llama el nudo del deseo y la Ley. “Si las vías hacia el goce tienen en sí mismas algo que se amortigua, que tiende a ser impracticable, es porque la interdicción le sirve, si me permiten decirlo, de vehículo apto para todo terreno, de tanque de oruga de transmisión, para salir de esos lazos que vuelven a llevar siempre al hombre, girando en redondo, hacia el camino trillado de una satisfacción corta y estancada”.
Pero según situamos más arriba, no se trata sólo de que no hay felicidad porque no hay satisfacción plena que conduzca al sentimiento oceánico, porque estructuralmente la pulsión es imposible de satisfacer por completo; lo que en todo caso nos interesa indagar en lo concerniente a la clínica del psicoanálisis, es ese “trop de mal” , ese excedente que produce el aparato en calidad y en cantidad de sufrimiento.
Mal de sobra
Freud es claro al respecto: no hay ninguna capacidad originaria en le sujeto para distinguir entre el bien y el mal. Más aún: a nivel de lo inconciente no hay contradicción. Deduce entonces la operación de una influencia externa en tal categorización como proveniente del campo del Otro, influencia a la que el sujeto se somete merced a su propio desvalimiento originario. Aparece así el mal en la vida del hombre como la posibilidad de la pérdida de amor del Otro primordial, lo cual es solidario de la conceptualización dialéctica del deseo como deseo del Otro.
La pérdida del amor, es el padecimiento tal vez más doloroso, nunca más desdichados, dice Freud. El signo de la retirada del Otro remite al desamparo al desvalimiento y promueve a primer plano la angustia de Castración.
La cuestión es que esta posibilidad de pérdida es interpretada como castigo, y por lo tanto el sujeto se siente culpable (sentimiento inconciente de culpa). En otros términos: la falta se subjetiva como culpa: lo que angustia en tanto pérdida de amor se traspone en la figura impersonal y abstracta del Superyo que de manera ineludible inoculará el goce de la culpa y reclamará sin tregua más renuncias. Es aquí donde el texto freudiano se adentra en la ética, planteando la paradoja superyoica que comporta para el sujeto una gran desventaja económica: cuanto más se renuncia a nivel de la satisfacción, más voraz y exigente se vuelve el Superyo, y así ni el amor queda asegurado ni se podrá librar de la instancia observadora. Lo que sí se evidencia es la articulación Eros-Tánatos que indica la incidencia de la pulsión de muerte bajo la vertiente de satisfacción masoquista cuyo impacto en la clínica se da a bajo las formas de la Reacción Terapéutica Negativa y de la Necesidad de Castigo. En la conclusión de “El Problema económico del masoquismo” Freud dice: “Ni aún la autodestrucción de la persona puede producirse sin satisfacción pulsional”.
Momento quizás más álgido del análisis que conduce inevitablemente a una conceptualización del fin de la cura que deberá ordenarse en torno de una ética que trascienda el callejón sin salida de la los imperativos paradojales del Superyo, y que tampoco caiga en una Etica del Bien al estilo aristotélico. Ambas posiciones se encuentran condicionadas por un imperativo cuya modalidad retórica da cuenta de la enunciación proviene del lugar del Otro en tanto Amo, Otro sin barrar, sede de la verdad. “Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno” dice, incluso en la agonía, la voz de Otto Dietrich zur Linde. Lo cual nos deja nuevamente en las puertas del problema ético: si la Ley que sanciona la acción como buena o mala es lógicamente necesario que provenga del campo del Otro, cómo eludir la posición de servidumbre a la que se ve confinado el neurótico?. Porque incluso si Dios está muerto, “Dios, él, no lo sabe […] Esta fórmula nos conduce sin embargo a lo que tenemos que resolver aquí […], y que cambia las bases del problema ético- a saber, que el goce permanece tan interdicto para nosotros como antes”.
Más allá de los callejones sin salida
De la consideración de imposible satisfacción pulsional nos hemos visto llevados a examinar la insoportable satisfacción masoquista.
Quizás se trate de precisar la relación de la satisfacción con el deseo a la luz de un sujeto en otra relación con su objeto.
A partir de la experiencia de satisfacción, el objeto se inscribe como perdido y se instala el deseo como movimiento inevitable. Deseo impuro, en tanto “cabalga entre dos”: pulsión de vida – pulsión de muerte. Si el das Ding encarna el abismo infranqueable del goce perdido hallamos aquí cierto bien que no es únicamente del orden del placer. La localización del objeto perdido en tanto causa del deseo, es lo que lanza la metonimia de la que el sujeto es efecto. El objeto causa del deseo es el fundamento de la pulsión, en términos kantianos sería el objeto patológico, el pathos.
Si el psicoanálisis en tanto praxis se ocupa del tratamiento de lo real por lo simbólico, el trabajo analítico en relación a este trop de mal implica necesariamente una rectificación a nivel de la relación del sujeto a lo real, a nivel de su economía de goce. En este sentido el único imperativo que ha surgido del psicoanálisis “Wo Es war , soll Ich werden” indica la vía por la cual se deberá operar cierta pérdida de goce para el advenimiento del sujeto del inconciente, sujeto del deseo. Allí donde el das Ding era, allí debo advenir en mi deseo. El deseo freudiano no tiene estatuto de Ley universal, por el contrario, se caracteriza por la máxima singularidad, de aquí que el Bien al que convoca el psicoanálisis, si se nos permite decirlo así, no se atine a ninguna categoría de bienestar, aunque no es sin cierta cesión de malestar.
En relación a la posibilidad de ser felices, Freud arriba al problema del amor, y por cierto no llega hasta allí para proponer una cura por el amor, sino probablemente porque en el amor encuentra la tensión placer-displacer viva, es decir: no reducida, sosteniendo la paradoja del deseo. Anudada pero no resuelta podríamos decir. Un amor-sinthoma quizás?
Lacan por su parte propone la ética del Bien decir, y consecuente con su palabra, ya que durante el Seminario 7 nos dice que las elucubraciones éticas desembocan en una erótica, el Seminario del año siguiente se lo dedica al tema del amor, y allí nuevamente revisa la cuestión del objeto.